sábado, 31 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
59

Patricio se había creado en un fundo enorme en el sur del país, donde su padre se desempeñaba como mayordomo. En el establecimiento, su padre manejaba a los  peones con manos de hierro y de la misma forma a su numerosa  familia. El látigo lo usaba a destajo, con él coloreaba las espaldas tanto de sus hijos como las de los peones. Tampoco faltaba del recado de su caballo una moderna carabina, regalo de los patrones que él lucía con orgullo.
Los domingos por la tarde Patricio aprovechaba que su padre dormía borracho para escaparse acompañado de otros dos muchachos. Con ellos recorría más de tres leguas para poder llegar hasta un caserío donde unos evangelistas oraban y alababan al señor tocando la guitarra. Para sus compañeros, de alrededor de quince años cada uno, el motivo para semejante esfuerzo era que en la improvisada iglesia estaba lleno de niñas de su edad. Para Patricio en cambio, que tenía doce años, esto poco le interesaba, su única motivación era tocar la guitarra. En los descansos de los pastores músicos corría hasta donde estaban las guitarras y se apropiaba de una. Más de una vez se ligó un bofetón por su osadía, pero a larga consiguió lo que buscaba. La mujer del pastor viendo su entusiasmo se ofreció a enseñarle. De está manera entre gloria al señor y aleluya, Patricio aprendió las primeras notas.
Desde ese momento, esperaba la borrachera dominical de su padre, con su posterior siesta que terminaba inexorablemente el lunes, con alegría.
Un domingo todo salió de la habitual rutina. Su padre ensilló su caballo y salió de la casa muy temprano para volver un poco antes del mediodía. A la hora del almuerzo rechazó la bebida que la mujer le alcanzó y tomó la comida sin decir palabra, cada tanto clavaba la miraba en Patricio, que  al sentirse observado temblaba.
Una vez que acabaron de comer, Patricio acompañó a su padre hasta el patio, donde tras un gesto de él  montó a caballo y lo siguió sin decir palabra. Antes de dejar atrás la última tranquera, el padre sin aminorar el galope y mirando a Patricio, le entregó el látigo y le dijo:
     - Cuídelo bien y hágame acordar que de vuelta en las casas lo tengo que azotar. En el resto del viaje no volvió a dirigirle la palabra ni a mirarle. Patricio tragó una a una sus lágrimas al tiempo que el látigo le quemaba las manos.
Al  llegar al caserío donde los evangelistas estaban poniendo los bancos en un gran patio, desmontaron  de los caballos. El padre de Patricio, sin pérdida de tiempo, se dirigió hacia el pastor, que al verlo venir salió a su encuentro con paso dubitativo.
-Que gusto tenerlo de visita en nuestro humilde templo…- No pudo continuar hablando, con un solo gesto el padre de Patricio lo interrumpió. Luego habló con voz fuerte para que todos escuchen y entendieran que él, Segundo Quesada era capaz de mandar hasta el propio pastor
-…. A partir de hoy nada de guitarra. Si no, alzan sus cosas y se mandan a mudar, ya lo saben. Así dio término a una larga diatriba. Todos a su alrededor escuchaban en silencio, luego dio media vuelta y se dirigió hacia su caballo.
El pastor se animó a esgrimir una tenue defensa en favor de la música
-Por favor Don Segundo, la guitarra nos ayuda para que la gente se acerque y aprenda a honrar al señor
El viejo Quesada detuvo por un momento la marcha y señalándolos con su mano sentenció
-Todos ustedes están traicionando a los patrones. Ellos, como son buenos, autorizaron esto y ustedes se reúnen para jaranear. La guitarra trae el vicio y el vicio hace los vagos, y aquí no queremos ningún vago, ¿Entendieron?           
-Si patrón Contestaron todos con la cabeza gacha. Patricio permanecía parado al lado del caballo, enrojecido por la vergüenza.
Con una paliza espectacular que lo dejó por varios días de cama terminó su primer contacto con la guitarra, pero esto no aminoró sus ansias, por el contrario, las acrecentó.
    -  Quesada, Quesada, paso tu tiempo pasa la guitarra al siguiente compañero.  Patricio salio de sus recuerdos y le entrego el instrumento al siguiente


jueves, 22 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
58

Los días siguientes fueron un largo calvario para los detenidos. El asesinato de Fernando fue un duro golpe para todos. La muerte del compañero sacó del interior de cada uno, eso que estaba latente. La posibilidad de salir con vida del presidio era una utopía. Muchos detenidos no se levantaban de sus camas y enfermaban, nadie conversaba con nadie, todo era tristeza y silencio. Ni la noticia de que los militares habían autorizado una visita extraordinaria, donde no sólo podrían ingresar familiares directos, cambió el estado de ánimo de los presos. Pero una vez más aparecieron los imprescindibles, esas personas que sacando temple de donde casi nada queda, se ponen al frente de las situaciones y arrastran a los demás. Poco a poco todo se fue superando, y cuando se recibieron a las visitas el estado de ánimo estaba otra vez en alto para seguir dando pelea.
Por boca de los familiares se pudieron enterar que la muerte de Fernando había puesto en serios apuros a la dictadura. La noticia de la muerte rompió el corral de la censura y apareció en algunos medios. Corresponsales extranjeros contaron al mundo pormenores del hecho y pusieron al desnudo y al conocimiento de todos, en qué condiciones eran tratados los presos políticos en Chile.
Sin ninguna duda la presión internacional dio algunos frutos. Los jerarcas del penal, no atenuaron la rígida disciplina, pero sí, en cambio autorizaron una serie de eventos. Así nació la cancha de fútbol y el primer campeonato interno, los talleres de manualidades y de teatro. También salieron de la clandestinidad las funciones de cine relatado, teniendo su horario oficial los martes y jueves después de cenar. Los militares autorizaron el ingreso de algunas guitarras, siempre que los detenidos prometieran no cantar canciones de protesta. Las guitarras pasaban de en mano en mano y cada detenido tenía derecho absoluto sobre ella unos quince minutos cada tres días. Patricio fue uno de los primeros de anotarse en la larga lista y esperaba su turno con ansiedad.
La guitarra, para Patricio, siempre había sido un imán poderoso y no podía negarse ir hacia ella. Cuando al fin le tocó su turno, buscó un rincón apartado y muy lentamente fue acariciando ese cuerpo de madera encantada. Con la primera melodía su cuerpo se llenó de éxtasis y no pudo dejar de recordar su primer encuentro con una guitarra.



miércoles, 14 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
57

Días después de estos hechos llegaron los comandos. Comenzaron con una requisa a fondo y repartieron bastonazos a todo aquello que encontraran en su camino. De gritos, amenazas y golpes se fueron llenando todos los espacios de la cárcel, todo se inundó de una violencia demencial.
En uno de los baños, improvisaron una sala de torturas y cuando se atestó, los tormentos continuaron al aire libre, debajo de unos árboles. Por estos lugares pasaban en tandas los detenidos, no existía una selección previa cualquiera podía ser el elegido, pero a todos le hacían cantar la internacional mientras eran devastados por la electricidad o los golpes.
Al caer la tarde, la prisión era la imagen cabal de la barbarie, era una postal inequívoca del sadismo y la locura que los militares eran capaces de desatar. Cuerpos ensangrentados por doquier, llantos, quejidos y los alaridos de los últimos torturados, se confundían con los primeros pedazos de la noche. A pesar de esto los militares aún no estaban conformes. Antes de retirarse formaron a todos los detenidos en el patio y tomándose todo el tiempo del mundo seleccionaron a tres detenidos para llevárselos con ellos hasta el continente. Los elegidos, Iván Sepúlveda,  Octavio Aravena Navarro y Fernando Huidobro, ellos eran los símbolo de todos los detenidos y esto era reconocido por los militares
Esa noche no hubo cena en la prisión. Luego de un té aguado con un bollo de pan, los detenidos fueron conducidos hasta las barracas. Una vez que se apagaron las luces, en cada dormitorio comenzó una intensa tarea. Se trataba de socorrer a los presos más golpeados. El pequeño botiquín pasaba de un lado al otro y las escasas pertenencias existentes se terminaron en apenas unos minutos. Era poco lo que se podía hacer con apenas unas aspirinas y varios paquetes de gasas, pero lo importante era llegar hasta el camarada dolorido con una palabra de aliento y una mano fraterna.
Al toque de diana, unos pocos eran los habían podido dormir. Tanto en la formación como en el comedor en el momento del desayuno, el silencio y la incertidumbre era una inmensa manta que los cubría a todos. Los carceleros no eran ajenos a esta situación. Se los notaba nerviosos y hasta esquivaban las miradas directas de los presos. El propio sargento Peña que siempre estaba con la sonrisa a flor de labios y una chanza para alguno de los detenidos, esta mañana tenía el gesto adusto. Caminaba y golpeaba con su  fusta sobre los tacos de sus botas.
Un poco antes del mediodía, los malos presentimientos de todos se hicieron realidad. La reja electrificada se abrió para dar paso a una camioneta y de ella bajaron, maltrechos pero con vida Sepúlveda y Aravena Navarro. Todos los presos los fueron rodeando en el patio, pero ninguno se atrevía a preguntar, no eran necesarias las palabras. Fernando había sido asesinado.
El patio  se llenó de rostros sombríos, de cabezas gachas, de miradas hacia ninguna parte y de corazones latiendo con desesperación. El dolor era algo tangible, se podía palpar, oler, respirar, era inmenso e infinito, era una costra adherida en la piel de cada uno de los detenidos.
Mil quinientos hombres endurecidos por la cárcel, a quienes la dictadura le había arrancado la vida de esposas, hijos, hermanos, compañeros, ahora lloraban la muerte de Fernando. No era un muerto más, era el primero de caer en el presidio y esto le daba otro significado. Mil quinientos hombres endurecidos por la muerte, lloraron en silencio, con lágrimas profundas y espesas arrancadas de sus corazones ajados. Así pasaron toda la tarde, ni la lluvia  pudo retirarlos del patio, como tampoco los militares que apuntando sus ametralladoras ordenaron que se dispersaran hacia las barracas. Los detenidos estaban inundados de dolor, los carceleros de miedo.









sábado, 10 de enero de 2015


Ay Pancha, Pancha


Cada vez que llego me saltas,
me ensucias la ropa, me ladras.
Cuando duermo haces más quilombo
y si te reto crees que quiero jugar.

La edad del pavo no terminas de pasar
y rogamos que la madurez te invada
para encontrar algo de tranquilidad.
Pero no, pasa el tiempo y seguís igual.

Orejas de radar, hermana de la Luz,
la paz encontras solo al dormitar.
Si algún ruido de la calle te despierta,
se acabó la hora de la siesta.

Quisiera enojarme y gritarte pero
te conozco desde enana y sé que
no es posible abandonar este hábito
cotidiano de soportarte.

Llegaste en tu cajita-cama de cartón,
después de meses de pulular por
calles tristes y noches de hambre
que anchas huellas dejaron en tu andar.

Y viniste a nosotros, de sobra cansada
de mirar que nadie te observara,
tan sólita, tan dejada…
Hace rato terminó ese tiempo de dolor.

Si algún día no te tengo y una
tranquila existencia viene a visitarme,
sabré como lo sé ahora: prefiero
padecer esta guerra a tu insostenible ausencia.

Pancha pesada, insoportable y fea,
ojala no cambies tus formas nunca.
Aunque si el tiempo ayuda y te llega el momento
de crecer y serenarte, prometemos no enojarnos
ante el acontecimiento feliz.



Patricio López Camelo


jueves, 8 de enero de 2015

 Detrás de la Cordillera
56

A los pocos días de su llegada los hermanos eran los protegidos de todo el penal. Alguien con mucho sentido de humor los comenzó a llamar “los hermanos coraje”, tomando a los personajes de una famosa telenovela mejicana de la época. A los hermanos no les molestó el apodo y cuando eran así llamados sonreían de una manera clara y amplia.
Todos se preocupaban por los coraje, más cuando contaron la historia de su detención. Los hermanos se habían trasladado, unos días antes del golpe de estado, desde de un pequeño poblado del sur hasta los alrededores de la ciudad. Allí levantaron una casa precaria en una callampa y enseguida fueron contratados para pintar casas. Las cosas comenzaban a mejorar para los hermanos que soñaban con traer a su madre que había quedado en el sur.
El contratista comenzó a demorarse con los pagos de los jornales, en poco tiempo les estaba debiendo varias quincenas. Al término de la obra, los coraje reclamaron por sus salarios y el contratista resolvió el problema de forma sencilla. Usó algunas influencias que tenía en el cuerpo de carabineros y denunció a los hermanos como presuntos subversivos. En el destacamento los molieron a palos y los pusieron a disposición de la fiscalía militar.
En su vida, los tres hermanos jamás habían participado en política. Hasta su pueblo no había llegado el proceso de la unidad popular y las relaciones con los dueños de la tierra siguieron durante esos años de manera inalterable. Socialismo, comunismo, MIR, reforma agraria, eran palabras desconocidas para los hermanos. Cualquiera que hablara con ellos podía darse cuenta de esto y sin duda esto también lo habían percibido los interrogadores. Aún así los coraje acabaron en la cárcel.
Con el paso de las semanas los hermanos se incorporaron a las distintas tareas y a la rutina carcelaria. Varios detenidos se ofrecieron a enseñarles a leer y a escribir, si bien los tres sabían leer, lo hacían con mucha dificultad. Los coraje estudiaban con avidez, como sólo pueden hacerlo aquellos que no tuvieron las oportunidades. En poco tiempo los hermanos leían de corrido cualquier texto. Era risueño ver cuando cualquiera de los detenidos se cruzaba con algunos de los hermanos y le preguntaba:
-Coraje, ¿cuánto es ocho por ocho? El muchacho respondía seriamente, como si estuviera ante una mesa examinadora y una vez que le decían que la respuesta era acertada, sonreía a cara llena.
Una vez más, el patio de la prisión se llenó de risas y júbilo, era día de visitas. En las largas mesas se colocaban los alimentos que traían los familiares y se hacía una merienda colectiva. En un momento las voces se apagaron y todas las miradas se fijaron en una vieja mujer que era trasladada en una destartalada carretilla. La mujer toda vestida de negro se bamboleaba con el traqueteo del improvisado vehículo, pero sus manos no tomaban el borde de la carretilla sino aferraban contra su pecho una inmensa bolsa de naranjas. Los tres hermanos coraje corrieron hacia su encuentro, mientras al resto de los presentes se le llenaban los ojos de lágrimas y las voces de silencio. Pero el viejo y mítico Iván Sepúlveda, venciendo el llanto y de frente a los coraje que rodeaban a su madre, con firmeza en la voz,  comenzó a cantar la Internacional. El patio entonces, se volvió una sola voz y cientos de puños se izaron saludando el claro cielo.
Los militares miraban impávidos la escena sin saber que hacer. Los soldados, paralizados, esperaban una orden de los suboficiales y a su vez estos, buscaban a los oficiales, pero la orden de intervenir no llegaba. El teniente coronel que estaba a cargo del penal se hizo cargo de la situación tomando un megáfono en sus manos y ordenando silencio bajo pena de terminar con el horario de visitas. La orden llegó en el mismo momento que Iván Sepúlveda gritó:
-¡Compañero Salvador Allende,  presente!

-¡Presente!- Contestaron los detenidos. Luego se hizo silencio y todo volvió a la normalidad.

domingo, 4 de enero de 2015


"LA HISTORIA REPETIDA CUANDO DESAPARECE LA PELOTA”

EN 1982 COLON DE SANTA FE HABÍA VUELTO A LA B LUEGO DE 17 TEMPORADAS EN PRIMERA. ESTA VEZ VAMOS A RECORDAR LO OCURRIDO EN EL SEGUNDO ENCUENTRO JUGADO CON LOS SABALEROS EN ESA PROVINCIA LUEGO DEL REGRESO.
NOS REFERIMOS A LA FECHA 29 DEL TORNEO DE 1983 JUGADO EL 28 DE AGOSTO. ARSENAL EN PLENA CAÍDA LIBRE QUE LO COLOCO AL BORDE DEL DESCENSO, CON LA CANCHA HECHA UN LODAZAL SE PRODUCE UN HECHO ANORMAL PARA UN PARTIDO PERO COMÚN EN SANTA FE. FALTANDO 5 MINUTOS Y EL RESULTADO 2 A 1 CON EL ARBITRAJE DE MISIC (MIEDOSO Y LOCALISTA) LA PELOTA SALE AL LATERAL PARA ARSENAL EN EL COSTADO IZQUIERDO DE NUESTRO ATAQUE. LOS ALCANZA PELOTA COMO SIEMPRE HACIA RATO QUE “JUGABAN” SU PARTIDO.
RICARDO LUPO, NUESTRO DEFENSOR LATERAL, QUE TENIA EL FÍSICO DEL OGRO FABBIANI PERO MUY PETISO Y ACTÚO EN PRIMERA PARA QUILMES Y SAN LORENZO (JUGÓ 2 TEMPORADAS EN ARSENAL, ENTRE 1982 Y 1983) QUIERE REPONER RÁPIDO, EL ALCANZA PELOTA LA RETIENE PERPETUAMENTE Y LUPO LA RECUPERA AL MISMO TIEMPO DE METERLE UN PLANCHAZO COMO PARA PARTIR UN TIRANTE:
ESCÁNDALO EN EL CAMPO, LA PLATEA QUE TIRA DE TODO E INSULTA, ROJA PARA LUPO. EL ALCANZA PELOTA, QUE ERA UN “CHICO” DE CASI 40 AÑOS, ES RETIRADO, ALZADO COMO UN TROFEO POR OTRO AYUDANTE PARA QUE LO VEAN TODOS TIPO CIRCO ROMANO.
YA EN EL VESTUARIO IRRUMPE UN FACHERO SEÑOR A LOS GRITOS DE “SI NO LO DETIENE EL ARBITRO, LO VOY A DETENER YO”, Y LUPO FUE EN CANA VARIAS HORAS AMPARÁNDOSE EL DENUNCIANTE EN UNA LEY PROVINCIAL.

LA REVISTA ARSENAL CATALOGÓ AL VERDUGO COMO ”ESTE ES UN JUEZ DE LAS PELOTAS” PORQUE EFECTIVAMENTE ERA EL JUEZ GABRIEL LANTERI, QUE “CASUALMENTE” PRESENCIABA EL PARTIDO DESDE LAS PLATEAS. LUPO PERMANECIÓ DETENIDO VARIAS HORAS, AGREMIADOS PROTESTÓ LARGAMENTE, Y EL ALCANZA PELOTAS CON UNA PIERNA YA REPARADA Y REFORZADA CON CANILLERAS VOLVIÓ A SU TRABAJO, ESO SI, SIEMPRE CON LA JUSTICIA VIGILANDO DESDE LAS TRIBUNAS.

jueves, 1 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
55

Fernando Huidobro era uno de los detenidos más respetados de la prisión, con más de cincuenta años de militancia sobre sus hombros y con una conducta intachable tanto en el sindicato como en su vida privada. En las últimas elecciones había sido elegido alcalde de una importante ciudad por una abrumadora mayoría de votos. Bonachón, siempre sonriente, caminaba erguido desde su metro ochenta, entre los distintos grupos de presos, conversando con todos y siempre llevando una palabra llena de optimismo. Al hablar se alisaba la barba cana que había negado a cortarse desde el día que ingresó al penal, esta actitud le valió todo el odio de los militares que siempre lo tenían de candidato a la hora de golpear a alguien. Para los detenidos jóvenes como el caso de Patricio, era por demás significativo poder compartir la charla con Fernando, que era casi una leyenda en la historia del partido comunista y de la clase obrera chilena. Algunos días Fernando dejaba sus habituales caminatas y charlas y se alejaba de todos. Se paraba muy cerca de la cerca electrificada y sus ojos se perdían en la distancia buscando el mar, sabiendo que un poco más allá estaba su ciudad. Todos los detenidos respetaban los silencios de Fernando, nadie se atrevía a acercarse ni a llamarlo, lo miraban desde lejos a ese hombre optimista que, a veces se llenaba de nostalgias.
Cada comisión buscaba las distintas maneras de integrar a cada detenido a tareas comunes. Por todos los medios posibles se intentaba hacer la vida un poco menos dura y la inventiva para esto parecía ser una cantera inagotable.
Dos veces por semana en cada pabellón se daba cine. La función consistía en algo muy sencillo, algunos de los detenidos contaba una película y el resto disfrutaba en silencio y en la oscuridad del relato. Con el correr del tiempo el método se fue perfeccionando y hasta hubo contadores preferidos. Uno de ellos era Roberto Ahumada quien había sido locutor de radio Magallanes, emisora que permaneció leal al gobierno constitucional hasta que sus puertas fueron echadas abajo por los militares. Sus relatos de películas eran una obra literaria, el tono de su voz marcaba los distintos climas y hasta más de una vez tarareó la música del film. Se sospechaba que cambiaba el guión original, pero a nadie le importaba demasiado, es más, muchas películas mejoraban notoriamente en estas versiones libres.
Las sesiones de cine fueron una de las primeras actividades que autorizaron loa militares, es cierto que cuando llegó este permiso la actividad estaba instalada en todos los detenidos pero con la autorización se pudo mejorar y se dio paso a otra nuevas.
Cada día en la prisión se vivía intensamente. Las tareas asignadas a cada grupo se tomaban como una terapia para escapar en cierta forma de la locura del encierro. Cada detenido presumía en su intimidad  que las posibilidades de salir de vivo de allí eran por demás escasas pero esto jamás se comentaba. Todos se esforzaban en mantener el optimismo y la moral en alto.
Una tarde calurosa de Febrero, las puertas de la cerca electrificada se abrieron para dar paso a una camioneta. Estacionó en el medio del patio y de ella bajaron tambaleantes tres jóvenes. Los presos que se encontraban en el patio miraron sorprendidos, hacía meses que la prisión no recibía nuevos detenidos. Los muchachos se quedaron con sus bártulos en las manos y la cabeza gacha, parados en el patio. Un grupo detenidos, se acercó y ofreció su ayuda para trasladarlos hasta los pabellones. A simple vista se advertía que los muchachos eran hermanos y también por su forma de expresarse que eran campesinos. Los tres habían sido muy maltratados, el mayor, Esteban apenas podía caminar, pero sin duda, el que recibió la peor parte en la tortura era Isidoro, el menor. Desde las puntas de los dedos le  chorreaba la pus, y las uñas de sus manos eran inexistentes. Todos los presos habían sido torturados, pero al ver el salvajismo en el cuerpo de un compañero los llenaba de indignación.