detrás de la Cordillera
61
Fueron los treinta días más duros
de su estadía en el penal. Nadie le dirigía la palabra. Cuando Patricio pedía
algo, como ser hilo para coser una ropa, se la daban sin mediar ni un monosílabo. Los únicos que le
hablaban eran sus carceleros y hasta en un momento se sentía dichoso cuando
alguno de ellos lo llamaba con un seco: “diez catorce”, que era su numero de
interno.
A la hora del recreo, se acercaba a algún
grupo de los muchos que se formaban en el patio. Algunos, al verlo continuaban
hablando y lo ignoraban. La mayoría se alejaban de él, era un verdadero paria.
Entonces comprendió la importancia del colectivo al cual pertenecía, sin sus
compañeros no era nada, sólo una cifra, apenas un número. El diez catorce.
Con el correr de
los días no forzó más la situación y el mismo se alejaba de todos. Caminaba
hasta el borde mismo de la cerca electrificada y su vista se perdía buscando el
mar inmenso. El viento que cruzaba la isla traía el ruido de las olas y también
le trajo el recuerdo del compañero Fernando Huidobro. Infinidad de veces lo había observado en ese mismo
lugar, donde ahora él estaba parado buscando respuestas en el viento.
El rumor lejano del mar le trajo
una melodía que Patricio tradujo con sencillez en la guitarra. De ahí en más, todo
su tiempo y el silencio que lo rodeaba, estuvo puesto en ir armando, letra a
letra, una poesía. Días antes de cumplir la sanción, su esfuerzo dio frutos y
una hermosa canción había nacido desde el silencio. Sentía que el corazón le
retumbaba en el pecho y tenía ganas de llamar a gritos a sus amigos para
contarles, pero no era posible.
Un martes por la mañana,
antes de ir por la taza de té y el bollo de pan, un compañero de la comisión se
le acercó y le dijo con solemnidad:
-Compañero Patricio quiero comunicarle
en nombre de la comisión de disciplina revolucionaria que ha cumplido con la
sanción. Esperamos que en usted no quede rencor y que entienda que para
nosotros no fue fácil tomar esta medida. También quiero felicitarlo en nombre
de todos por que ha demostrado entereza y dignidad en este mal trance. Al
terminar, extendió su mano derecha y Patricio sin decir palabra también ofreció
la suya.
Una vez en el comedor, de uno en
vez todos se acercaron a saludarlo. El primero fue el corcho Barrios, que no dejó
pasar la oportunidad y con una sonrisa en los labios, lo invitó a jugar un
partido de fútbol. Patricio respondió con una estruendosa e infinita puteada
que se fue perdiendo entre las carcajadas de los demás a lo largo de la
barraca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario