Detrás de la Cordillera
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En el penal había una rutina establecida. Eran
levantados un poco antes que asomara el sol y, en tandas de a veinte,
conducidos hasta el baño donde se duchaban con agua fría. Después hacían las
camas y limpiaban el pabellón. Una vez que terminaban salían al patio donde
formaban por sección y de ahí pasaban a otra barraca, que hacía las veces de
comedor donde tomaban un té con un bollo de pan.
Al acabar el desayuno volvían a formar, se izaba la
bandera y se tomaba lista. Luego los presos se dispersaban en pequeños grupos a
cumplir distintas tareas, juntar leña, pintar, cortar pasto, ayudar en la
cocina, limpiar la playa, colaborar en la lavandería.
Esta rutina podía ser cambiada por el oficial que
estuviera de turno, algunas veces antes de pasar por la ducha eran sacados en
calzoncillos y descalzos a correr por el patio lleno de escarcha.
La seguridad
interna estaba a cargo de un oficial de baja graduación y de seis suboficiales,
dos de estos por cada pabellón, cada grupo permanecía una semana y luego era
suplantado por otro. Patricio comprendió con rapidez las diferencias que
existían entre un grupo de carceleros y otro. Al comienzo, de los cuatro grupos
que tenían en un mes, tres de ellos eran duros, sobre todo el que encabezaba el teniente Parrado.
Además, cada grupo contaba con el apoyo de una buena cantidad de soldados, que
tenían prohibido hablar con los detenidos. Era entre chistoso y patético verlos
dentro sus uniformes grandes, para sus cuerpos escuálidos, mirar con terror a
los detenidos. La totalidad de los soldados eran muchachos campesinos o de baja
condición social y sin ninguna educación política. Entre los detenidos era ley
no escrita, no comprometer bajo ninguna circunstancia a los soldados. Todos
sabían con que brutalidad eran tratados por la oficialidad, si eran
descubiertos hablando con los presos.
La llegada de Patricio coincidió con la semana del
turno del capitán Castellano y del sargento Peña a cargo de la custodia del
pabellón. Estos formaban parte del grupo paleta, así llamados por los detenidos
porque eran buenas personas, a pesar del papel que desempeñaban.
Esta situación fue aprovechada por Patricio, con la
ayuda de los demás detenidos. Cuando era nombrado para cumplir una labor pesada
o que implicaba caminar demasiado, siempre había un compañero que lo suplantaba
en la tarea como voluntario. El sargento Peña enseguida comprendió que algo
pasaba, así que el mismo mandaba a Patricio a hacer tareas livianas, como ser a
colaborar en la cocina. Esto también le permitía mejorar la dieta. Aún así, el
plato de Patricio continuó recibiendo la solidaridad de sus compañeros de mesa
por varios días más. Todas las tardes Patricio era revisado por el doctor o por
su asistente, hasta que las heridas cerraron y le dieron formalmente de alta.
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