Detrás de la Cordillera
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A partir de ese momento, Patricio comenzó a sentirse
parte de un gran colectivo que integraban todos los detenidos. En la cárcel
todos los presos participaban en distintos núcleos de organización. Estaban
divididos para realizar distintas tareas, cada pabellón tenia representantes de
todos los partidos y, a su vez, uno los
representaba en la comisión de todo el penal. Patricio integró la comisión de
cultura de su sector. Las comisiones eran muchas e iban en aumento porque se
trataba que cada detenido tuviera un lugar de integración y participación.
Además de la comisión de cultura, estaban las de
deporte, educación, sanidad, recepción, disciplina y, por supuesto, la comisión
política. Esta era la única donde sus miembros eran elegidos por cada organización
política y, si bien todas las organizaciones tenían al menos un representante,
existía un riguroso equilibrio entre el número de integrantes y los detenidos
que tenían cada fuerza en el penal.
El partido comunista era la organización con más detenidos
en la prisión, por lo tanto tenía mayoría de representantes en este improvisado
buró político. Esto, al final, poco importaba porque las decisiones debían ser
votadas por tres tercios de la comisión y no por mayoría simple, de esta manera
siempre se debía buscar el consenso. Lo que tenían los comunistas a favor de su
número era el poder de veto, sin su aprobación había tareas que no eran
debatidas por la comisión. En general, en la comisión existía una gran armonía
y quizás el tema más espinoso, el cual tanto como los comunistas y los
socialistas se negaban tozudamente a abrir el debate, era la posición de la
unidad popular en sus últimos meses de gobierno ante el inminente golpe militar. La comisión
política no debatía este asunto y el tema quedaba encerrado en las reuniones de
cada organización. Cuando el asunto aparecía en una reunión pluralista, siempre
alguien en nombre de la disciplina y la unidad argumentaba que ese no era el
ámbito y se cortaba de cuajo el posible debate.
El presidio estaba en una isla, adonde en otro tiempo
existió una base de la marina. Las viejas construcciones habían sido
acondicionadas de apuro y, prácticamente de la noche a la mañana, se convirtió
en una cárcel de máxima seguridad. El lugar donde dormían los detenidos eran
unos galpones de madera, que alguna vez fueron usados como depósitos en la
antigua base. Los baños comunes eran por demás precarios y estaban alejados de
los galpones. Estaban conformados por unas hileras de letrinas sin puertas y
esto fue una de las primeras peticiones de los detenidos ante las autoridades.
Si bien fue cierto que no lograron que colocaran las puertas, al menos les
permitieron ponerles cortinas de bolsa, hechas por los propios detenidos.
Por las noches, los pabellones eran cerrados de afuera
con candado y en el caso que algún detenido tuviera que ir al baño, se las
tenía que arreglar en unos enormes tachos que estaban dispersos en los
distintos rincones. Todas las mañanas un grupo de presos retiraba los tachos y
los llevaba a volcar en las letrinas. En esta tarea no existían privilegios,
todos, una vez al mes, cumplían con el operativo “jugo amarillo”, como la
llamaban jocosamente los presos.
Las duchas estaban pegadas a las letrinas. Era una
construcción amplia, con paredes sin revoque y una ristra de caños a lo largo
del techo con agujeros por donde salía el chorro de agua helada. Sobre una de
las paredes estaban las piletas, donde los detenidos lavaban sus pertenencias y
se afeitaban. La barba de dos días era sancionada con un par de golpes o, lo
que era peor una visita a los calabozos de aislamientos. Llamados por todos el solitario.
La vida en el penal era extremadamente dura, a las
condiciones de encierro había que sumarle el clima. El frío viento que provenía
del mar y la lluvia, se convertían en poderosos enemigos de todos los
detenidos, sólo el verano traía un poco de alivio.
Pero lo peor de todo era la llegada de los comandos.
Su venida era siempre imprevisible, como la cantidad de tiempo que se
instalaban en el penal. Podían estar sólo un día, o una semana. Desde que
pisaban la isla todo se convertía en un infierno. Con sus uniformes camuflados
y su sadismo a flor de piel regaban el penal de golpes y amenazas. Cuando al
fin decidían retirarse, dejaban los calabozos llenos y la enfermería repleta.
A todo esto se enfrentaban los detenidos, oponiendo
como única defensa sus convicciones políticas y de vida. Organización,
solidaridad y amistad, eran las armas que se empuñaban para enfrentar a un
enemigo todopoderoso.
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