Detrás de la Cordillera
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Patricio se había creado en un fundo enorme en el sur
del país, donde su padre se desempeñaba como mayordomo. En el establecimiento,
su padre manejaba a los peones con manos
de hierro y de la misma forma a su numerosa
familia. El látigo lo usaba a destajo, con él coloreaba las espaldas
tanto de sus hijos como las de los peones. Tampoco faltaba del recado de su
caballo una moderna carabina, regalo de los patrones que él lucía con orgullo.
Los domingos por la tarde Patricio aprovechaba que su
padre dormía borracho para escaparse acompañado de otros dos muchachos. Con
ellos recorría más de tres leguas para poder llegar hasta un caserío donde unos
evangelistas oraban y alababan al señor tocando la guitarra. Para sus
compañeros, de alrededor de quince años cada uno, el motivo para semejante
esfuerzo era que en la improvisada iglesia estaba lleno de niñas de su edad.
Para Patricio en cambio, que tenía doce años, esto poco le interesaba, su única
motivación era tocar la guitarra. En los descansos de los pastores músicos
corría hasta donde estaban las guitarras y se apropiaba de una. Más de una vez
se ligó un bofetón por su osadía, pero a larga consiguió lo que buscaba. La
mujer del pastor viendo su entusiasmo se ofreció a enseñarle. De está manera
entre gloria al señor y aleluya, Patricio aprendió las primeras notas.
Desde ese momento, esperaba la borrachera dominical de
su padre, con su posterior siesta que terminaba inexorablemente el lunes, con
alegría.
Un domingo todo salió de la habitual rutina. Su padre
ensilló su caballo y salió de la casa muy temprano para volver un poco antes
del mediodía. A la hora del almuerzo rechazó la bebida que la mujer le alcanzó
y tomó la comida sin decir palabra, cada tanto clavaba la miraba en Patricio,
que al sentirse observado temblaba.
Una vez que acabaron de comer, Patricio acompañó a su
padre hasta el patio, donde tras un gesto de él
montó a caballo y lo siguió sin decir palabra. Antes de dejar atrás la
última tranquera, el padre sin aminorar el galope y mirando a Patricio, le
entregó el látigo y le dijo:
- Cuídelo
bien y hágame acordar que de vuelta en las casas lo tengo que azotar. En el
resto del viaje no volvió a dirigirle la palabra ni a mirarle. Patricio tragó
una a una sus lágrimas al tiempo que el látigo le quemaba las manos.
Al llegar al
caserío donde los evangelistas estaban poniendo los bancos en un gran patio,
desmontaron de los caballos. El padre de
Patricio, sin pérdida de tiempo, se dirigió hacia el pastor, que al verlo venir
salió a su encuentro con paso dubitativo.
-Que gusto tenerlo de visita en nuestro humilde
templo…- No pudo continuar hablando, con un solo gesto el padre de Patricio lo
interrumpió. Luego habló con voz fuerte para que todos escuchen y entendieran
que él, Segundo Quesada era capaz de mandar hasta el propio pastor
-…. A partir de hoy nada de
guitarra. Si no, alzan sus cosas y se mandan a mudar, ya lo saben. Así dio
término a una larga diatriba. Todos a su alrededor escuchaban en silencio,
luego dio media vuelta y se dirigió hacia su caballo.
El pastor se animó a esgrimir una tenue defensa en
favor de la música
-Por favor Don Segundo, la guitarra
nos ayuda para que la gente se acerque y aprenda a honrar al señor
El viejo Quesada detuvo por un momento la marcha y
señalándolos con su mano sentenció
-Todos ustedes están traicionando a
los patrones. Ellos, como son buenos, autorizaron esto y ustedes se reúnen para
jaranear. La guitarra trae el vicio y el vicio hace los vagos, y aquí no
queremos ningún vago, ¿Entendieron?
-Si patrón Contestaron todos con la
cabeza gacha. Patricio permanecía parado al lado del caballo, enrojecido por la
vergüenza.
Con una paliza espectacular que lo dejó por varios
días de cama terminó su primer contacto con la guitarra, pero esto no aminoró
sus ansias, por el contrario, las acrecentó.
- Quesada, Quesada, paso tu tiempo pasa la
guitarra al siguiente compañero.
Patricio salio de sus recuerdos y le entrego el instrumento al siguiente