Detrás de la Cordillera
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A los pocos días de su llegada los
hermanos eran los protegidos de todo el penal. Alguien con mucho sentido de
humor los comenzó a llamar “los hermanos coraje”, tomando a los personajes de
una famosa telenovela mejicana de la época. A los hermanos no les molestó el
apodo y cuando eran así llamados sonreían de una manera clara y amplia.
Todos se preocupaban por los coraje, más cuando
contaron la historia de su detención. Los hermanos se habían trasladado, unos
días antes del golpe de estado, desde de un pequeño poblado del sur hasta los
alrededores de la ciudad. Allí levantaron una casa precaria en una callampa y
enseguida fueron contratados para pintar casas. Las cosas comenzaban a mejorar
para los hermanos que soñaban con traer a su madre que había quedado en el sur.
El contratista comenzó a demorarse con los pagos de
los jornales, en poco tiempo les estaba debiendo varias quincenas. Al término
de la obra, los coraje reclamaron por sus salarios y el contratista resolvió el
problema de forma sencilla. Usó algunas influencias que tenía en el cuerpo de
carabineros y denunció a los hermanos como presuntos subversivos. En el
destacamento los molieron a palos y los pusieron a disposición de la fiscalía
militar.
En su vida, los tres hermanos jamás habían participado
en política. Hasta su pueblo no había llegado el proceso de la unidad popular y
las relaciones con los dueños de la tierra siguieron durante esos años de
manera inalterable. Socialismo, comunismo, MIR, reforma agraria, eran palabras
desconocidas para los hermanos. Cualquiera que hablara con ellos podía darse
cuenta de esto y sin duda esto también lo habían percibido los interrogadores.
Aún así los coraje acabaron en la cárcel.
Con el paso de las semanas los hermanos se
incorporaron a las distintas tareas y a la rutina carcelaria. Varios detenidos
se ofrecieron a enseñarles a leer y a escribir, si bien los tres sabían leer,
lo hacían con mucha dificultad. Los coraje estudiaban con avidez, como sólo
pueden hacerlo aquellos que no tuvieron las oportunidades. En poco tiempo los
hermanos leían de corrido cualquier texto. Era risueño ver cuando cualquiera de
los detenidos se cruzaba con algunos de los hermanos y le preguntaba:
-Coraje, ¿cuánto es ocho por ocho?
El muchacho respondía seriamente, como si estuviera ante una mesa examinadora y
una vez que le decían que la respuesta era acertada, sonreía a cara llena.
Una vez más, el patio de la prisión se llenó de risas
y júbilo, era día de visitas. En las largas mesas se colocaban los alimentos
que traían los familiares y se hacía una merienda colectiva. En un momento las
voces se apagaron y todas las miradas se fijaron en una vieja mujer que era
trasladada en una destartalada carretilla. La mujer toda vestida de negro se
bamboleaba con el traqueteo del improvisado vehículo, pero sus manos no tomaban
el borde de la carretilla sino aferraban contra su pecho una inmensa bolsa de
naranjas. Los tres hermanos coraje corrieron hacia su encuentro, mientras al
resto de los presentes se le llenaban los ojos de lágrimas y las voces de
silencio. Pero el viejo y mítico Iván Sepúlveda, venciendo el llanto y de
frente a los coraje que rodeaban a su madre, con firmeza en la voz, comenzó a cantar la Internacional. El patio
entonces, se volvió una sola voz y cientos de puños se izaron saludando el
claro cielo.
Los militares miraban impávidos la escena sin saber
que hacer. Los soldados, paralizados, esperaban una orden de los suboficiales y
a su vez estos, buscaban a los oficiales, pero la orden de intervenir no
llegaba. El teniente coronel que estaba a cargo del penal se hizo cargo de la
situación tomando un megáfono en sus manos y ordenando silencio bajo pena de
terminar con el horario de visitas. La orden llegó en el mismo momento que Iván
Sepúlveda gritó:
-¡Compañero Salvador Allende, presente!
-¡Presente!- Contestaron los
detenidos. Luego se hizo silencio y todo volvió a la normalidad.
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