"Detrás de la Cordillera"
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Apenas con veinte años y con mi título, recién
estrenado, de oficial soldador múltiple ingresé en la fábrica. Hasta ese
entonces mi experiencia política en lo práctico era mínima, mas allá que toda
mi familia tenia militancia política
Una vez, en un
trabajo anterior, en la construcción, le pregunté a un compañero mayor, que
siempre se ponía a hablar de Marx y
Lenin, el por qué de su militancia comunista. El viejo Juan respondió
sencillamente. Esa pregunta tendrías que hacérsela a un obrero que no es de izquierda.
Lo natural es que el trabajador tenga su identidad de clase, su partido, su
sindicato, es tan normal como este sol que nos alumbra, la anormalidad que
busca tu pregunta está en otra parte. Su respuesta me hizo pensar mucho y a
partir de ese momento lo comencé a bombardear con preguntas. El viejo, con
paciencia infinita, siempre me trató de explicar todo. Muchas veces al salir de
la obra, continuaban las charlas. Una vez de forma muy solemne me dijo:
-Es hora compañero, de agarrar los
libros. Es deber de todo obrero formarse intelectualmente, pero no con el afán
de adquirir conocimientos para el lucimiento personal o el saber desde una
óptica del poder. Ese es el punto de vista de la burguesía, tener el
conocimiento para la dominación. Nuestra formación en el saber está regida en
el valor proletario, socializar el conocimiento. Usted se debe formar y
profundizar su saber para poder ayudar a otros hermanos de clase a salir de la
ignorancia y el oscurantismo que le impone el capital. Nunca su saber puede
estar al servicio de fines personales o de dominación. Al acabar con el
monólogo me alcanzó dos libros gastados.
Cuando ingresé a la fábrica puedo decir
que era un proto-revolucionario, además el país era una caldera. Aún faltaban
varios meses para las elecciones presidenciales, pero la posibilidad del
triunfo de Allende comenzaba a ser concreta y ante esto el pueblo redoblaba sus
esfuerzos.
En la fábrica éramos tres mil quinientos obreros, divididos en jornadas
de ocho horas con turnos rotativos. Mi debut fue en el turno noche y antes del
tercer mes participé en un paro. La empresa no quería pagar un plus por altura,
ni tampoco cumplir las demandas de seguridad. No es moco de pavo soldar a tres
o cuatro metros del piso, con el viento del sur moviendo de un lado a otro el
andamio. Los dueños estaban dispuestos a discutir el plus. Peso más, peso
menos, al final habría acuerdo, pero se negaban de plano a discutir las medidas
de seguridad y mucho menos que estas fueran controladas por el sindicato. El
único control posible para ellos, era el del ministerio de trabajo, donde
tenían los inspectores comprados. Al cuarto día del paro vino a discutir con
nosotros un gerente gringo. Hablaba correctamente el castellano, sólo que
cuando se enojaba y levantaba la voz, lo hacía en inglés, mezclando los idiomas,
cosa que nos irritaba por demás.
-Mi no entender, por qué después de
treinta años, ahora pedir seguridad. Antes no problema y trabajar, ahora no
producir, querer control de fábrica. Nosotros única ley ministerio- Gritaba el gringo.
Claro
que los gringos no podían entender. Chile estaba cambiando. Cinco días antes
del triunfo electoral de Allende, la empresa firmó, no sólo el aumento por
altura, sino también el nuevo reglamento de seguridad industrial, donde el
cumplimiento estaba controlado por el sindicato y la comisión interna de la
fábrica. Desde ese momento hasta el golpe de estado no tuvimos ni un sólo
accidente, mientras que antes eran moneda corriente las desgracias, muchas de
ellas fatales.
Una vez ganadas las elecciones, entramos en un espiral de lucha
impresionante. Las clases dominantes no se resignaban a perder sus privilegios
y desde el mismo momento en que se conocieron los resultados electorales
comenzaron a conspirar, preparando el golpe de estado.
Vivimos momentos febriles y
hermosos, cada día que pasaba representaba como diez en experiencia, no se
paraba un instante. De las asambleas de la fábrica, a la reunión del comité
barrial, a la escuela y de ahí a la universidad. Los fines de semana los obreros y los
estudiantes salíamos en brigadas para alfabetizar en zonas rurales. Miles de
jóvenes por todo Chile llevaban solidaridad y esperanza a cada rincón de la
patria. Un fin de semana de esos conocí a Elena, una estudiante del último año
del liceo. Nos enamoramos de inmediato y
después de seis meses de noviazgo, nos
casamos.
Para esa misma época, fui elegido delegado, cosa que
me llenó de orgullo y alegría. En la fábrica, en ese momento, librábamos una
dura lucha ideológica. Un sector de los trabajadores estaba ganado con las
ideas de la burguesía, no comprendían la nueva situación del país y el papel de
los trabajadores en este proceso. Y nosotros debíamos jugar un papel de
vanguardia, para ayudar a esos trabajadores.
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