"Detrás de la Cordillera"
Capítulo 1
...El invierno llega a las
puertas de una ciudad
que exterminó la utopía pero no su memoria.
“La revolución es un sueño eterno”
Andrés Rivera
Hacía mucho tiempo que no
andaba por esta parte del gran Buenos Aires.
Todo estaba muy cambiado o por lo menos lo que yo creía recordar, la
memoria nos hace trampa de continuo y nosotros no dudamos de ella. En dos o
tres oportunidades tuve que detenerme a preguntar y debo reconocerlo, no estaba
en el camino correcto.
La primavera estaba en su
última etapa y el calor se había comenzado a sentir. Detuve el auto sobre la parada de los
colectivos y le pregunte a un muchacho
- Disculpá quiero
llegar al cementerio municipal, ¿voy bien por acá?
El muchacho se acercó hasta mi
ventanilla y me indicó
- Seguí por esta unas quince cuadras y una vez
que cruces el semáforo doblá a la derecha y por esa pegale hasta el fondo y ahí
vas a encontrar el cementerio.
-Muchas gracias - agradecí
y continué camino.
Al
llegar estacione el auto cerca de la entrada principal y al bajar un pibe que
no pasaba los diez años me dijo - Don, por unas monedas le cuido el coche.
Busqué en mis bolsillos y al extender mi mano los pibes se habían
multiplicado. Ahora eran un racimo de manos y voces que se entremezclaban ofreciendo
distintos servicios: flores, agua, y hasta el servicio de lavado del auto
completo. Una vez que mis bolsillos se
vaciaron de monedas las cuales trate de repartir con equidad, camine hasta la
entrada principal.
En el portón de entrada me
recibió un cartel enorme con la cara del intendente del municipio y las
bondades realizadas por su gobierno, perdón quise decir gestión. Hace muchos años que nuestros políticos,
dejaron de gobernar y ellos solamente se limitan a gestionar. Es decir, hacer
de gerentes eficientes de los dueños del país.
El cartel me enojó mucho y no debía ser así, ya a esta altura tendría
que estar acostumbrado, que cada intendente maneje su territorio como algo
propio no es cosa sorpresiva para nadie.
En verdad lo que realmente me molestaba era la situación, los
cementerios desde siempre no me gustaron y en este caso muchos menos, venía al
entierro de un amigo.
Con paso decidido busqué la administración, al
abrir la puerta el aire acondicionado produjo un escalofrió que recorrió mi cuerpo
- Cierre la puerta y espere que enseguida lo
atenderemos – Habló una mujer detrás de un escritorio. Mis ojos se fueron acostumbrando a la
penumbra y comenzó a pasar el tiempo.
Diez, quince minutos y desde los escritorios nadie se movía. Dos mujeres
seguían sentadas con la vista fija en la pantalla de la computadora, una
tercera hablaba animadamente por teléfono preparando la salida del próximo fin
de semana.
Mi tolerancia a la espera y a la burocracia llegó a su fin, con paso
resuelto me dirigí hacia uno de los escritorios y alzando un poco la voz
pregunte por el lugar donde enterrarían a mi amigo.
La mujer no se inmutó y sin
levantar la vista de la pantalla contestó -
Sector ocho y luego con ironía agregó - Señor llega tarde, el entierro
ya esta por terminar.
Confundido, desde la puerta
volví a preguntar - Por favor, como hago
para llegar al sector ocho. La mujer del teléfono, dejo su conversación y me
contestó molesta
- Salga al pasillo principal y desde ahí tiene
todos los carteles indicadores, no tiene forma de perderse. Buenas tardes y cierre la puerta
Desde el pasillo aún pude
escuchar la voz de la telefonista decir – Que gente pesada.
Caminé por la calle principal
buscando la señalización de los distintos sectores, tarea para nada sencilla.
Decir cementerio parque no alcanzaba a ser un eufemismo, en todo caso
era más bien una cuota elevaba de humor negro. Todo era una enorme planicie con
escasos árboles raquíticos y algunos manchones verdes de pasto escaso. Tumbas
al ras del suelo con cruces de hierro, flores de plástico y alguna flor natural
marchita.
El sol alto y fuerte lo cubría
todo, mi transpiración me empapaba la espalda y el sector ocho seguía sin
aparecer. Con desgano le pregunte a dos
trabajadores del cementerio que en una carretilla llevaban una corona
- Es allá, cerca del alambrado
del fondo, donde se ve esa gente - Con un gesto agradecí y enfilé hacia lo
indicado alargando los pasos.
Unos metros más adelante pude ver las figuras de veinte hombres y mujeres
alrededor de una tumba abierta. En el
alambrado que separaba el cementerio del barrio dos banderas colgadas: una
argentina, la otra chilena. Más allá del alambrado, en la calle, unos pibes
jugaban a la pelota. Los ojos se me
llenaron de lágrimas.
Me acerqué en silencio y saludé
a cada uno con la mirada, después di unos pasos más hasta el borde de la tumba
y alguien me alcanzó un clavel rojo que tiré sobre el ataúd que estaba envuelto
en una bandera roja.
Una voz a mis espaldas comenzó a
cantar la internacional y las demás la siguieron. Entonces recordé con la
nitidez del rayo el momento en que hace muchos años conocí a mi amigo. Y eso
quiero contarles…
No hay comentarios:
Publicar un comentario