Detrás de la Cordillera
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Una vez fuera de la empresa, los
trabajadores se fueron dispersando en pequeños grupos. El camino se hacía en
silencio, sobraban las palabras. La
ciudad estaba totalmente militarizada. A lo lejos, mirando hacía el centro de
la ciudad, se alzaban columnas de humo y también se escuchaban los
disparos.
Patricio al llegar a su casa se abrazó a Elena y los
dos lloraron en silencio. Después le contó los sucesos de la fábrica, mientras
escuchaban por la radio como se desarrollaban los acontecimientos. La emisora,
una de las pocas que permanecía aún en manos del gobierno democrático, llamaba
a la población a resistir el golpe.
Patricio en la
cocina, no paraba de fumar. Se encontraba en una encrucijada, las armas
permanecían en su casa y en las barricadas se necesitaban. Debía encontrar el
modo de llevar el cajón a los combatientes. Apenas tomaba esta decisión,
recordaba las directivas que le había dado su jefe de célula: “Pase lo que
pase, las armas las vendremos a buscar,
no actúes por tu cuenta”.
Tres pequeños
golpes en la puerta de calle lo sobresaltaron. Antes de espiar por la mirilla,
empuñó una pistola y cautelosamente se acercó hasta la puerta. Con el primer
golpe de vista no lo pudo reconocer pero era Germán, su compañero de fábrica y
de célula.
Destrabó la puerta y lo hizo pasar. Germán estaba
desesperado, traía la ropa hecha jirones, los ojos llenos de pánico y una fea
herida en una de sus piernas. Hablaba entre sollozos y costaba mucho comprender
lo que decía. Patricio se esforzó en poder manejar su propia desesperación al
ver al compañero herido y de a poco lo fue calmando. Una vez repuesto, Germán
contó como había vivido las últimas horas:
-Hoy a la mañana, muy temprano,
encendí la radio y leyeron una adivinanza. En verdad era una clave, era el aviso que el golpe fascista estaba en marcha.
Salí de casa, pasé a buscar a Larraín y, en moto, nos fuimos hasta el centro,
pero antes les avisamos a otros compañeros
-¿Por qué no pasaron por casa para
avisar? Los hubiera acompañado. Preguntó Patricio
-Yo le pregunté a Larraín y él me
respondió que tu puesto era en la fábrica
-¿Y luego qué pasó? En el centro
digo... - Ahora la que preguntaba ansiosa era Elena, que después de hacer
dormir a Lautaro, también participaba de la conversación.
-Fue un infierno. La voz de Germán
comenzaba a quebrarse.
-Hasta casi el medio día, las cosas
estuvieron controladas, ellos atacaron, pero nosotros nos defendimos bien y
tuvieron que recular. Cuando llegaron los tanques se termino todo. Las paredes
se partían como si fueran de cartón, los helicópteros hacían llover plomo desde
el cielo, estábamos rodeados de muertos. Los compañeros caían de a cientos, los
heridos fueron masacrados por las tropas
cuando entraron a lo que quedaba de los edificios…- Las lágrimas y sus nervios
destrozados no le permitieron seguir hablando
-¿Y el compañero Larraín? - Con
timidez hizo la pregunta Patricio, que intuía la respuesta.
-Cayó muy mal herido, tenía un tiro
en el pecho y los infantes lo remataron a culatazo
Germán había perdido mucha sangre. Patricio miró a
Elena a los ojos, la mujer, en silencio asintió con la cabeza, necesitaban con urgencia un médico.
La tarea no era sencilla, trasladarlo a un hospital
era imposible, sería arrestado de inmediato. La única manera era conseguir un médico
de absoluta confianza.
-El doctor Rodríguez, no vive tan
lejos de aquí y es de confiar- Se le
ocurrió a Elena
-Es cierto, voy a buscarlo- Afirmó
Patricio
-No se preocupen por conseguir un
médico, yo tengo que llegar hasta mi casa, sea como sea Dijo Germán tratando de
ponerse de pie. Cuando lo consiguió, un gemido de dolor escapó de sus labios.
El sudor le poblaba la frente y en su mirada había huellas de una fiebre que
iba en aumento.
- Tranquilo, todo va salir bien,
vamos a conseguir un doctor
-
Patricio, no entendés que tengo que salir de aquí, en el centro me
reconocieron, los pacos van a allanar mi casa. Necesito avisarle a mi compañera
para que escape- Dijo Germán, desesperado.
-Eso no cambia nada, vos te quedás
acá. Yo me encargo de todo. Voy hasta tu casa, le aviso a tu compañera y
regreso con ella y con el doctor- Con firmeza habló Patricio
-El médico no importa, trae a mi
compañera, la necesito. Quiero verla antes de morir-
-¡¡¡ AQUÍ NO SE VA A MORIR NADIE
CARAJO!!!- Gritó Patricio mientras se ponía el abrigo. Luego, desde la puerta que daba a la calle,
agregó:
- En una hora estoy de regreso y
esta noche cenamos los cuatro juntos-
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