Detrás de la Cordillera
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La última fase de la conspiración estaba en marcha. De
a poco habían conseguido crear un clima de inestabilidad social donde el
sabotaje era moneda corriente. El paro de los patrones daba resultados, dejando
a las grandes ciudades desabastecidas. La fracción fascista de las fuerzas
armadas ganaba espacio ante los sectores democráticos, que no se sentían
respaldado por el gobierno, que dudaba en reprimir para terminar con los
conspiradores.
El ruido de sables en los cuarteles se comenzaba a oír
y, en poco tiempo más, aturdirían todo Chile; el golpe de estado era una
cuestión de tiempo, semanas o horas. Era un secreto que conocían todos los
chilenos y muchos de ellos se preparaban para resistirlo con las armas en las
manos, y entre estos estaba Patricio.
Una tarde, en la primera semana de septiembre,
Patricio aprovechó que Elena estaba pasando unos días en la casa de sus padres,
para realizar una reunión de célula en su casa. La dirección nacional del MIR
tenía la información de que el golpe se daría en los primeros días de octubre,
por lo tanto, se debía actuar, con rapidez y audacia.
Al atardecer, una camioneta llegó hasta la casa de
Patricio y dejó un cajón de madera enorme repleto de armas. Los cuatro miembros
de la célula, pasaron el resto de la noche dividiendo el cargamento en pequeños
bultos, que llegado el momento, se distribuirían en distintos puntos de la
ciudad. Era la primera vez, que los cuatro integrantes de la célula, compartían
una tarea por tantas horas y esto ayudaba, al menos, para conocerse mejor.
El jefe, era un petiso morrudo con bigote negro que le
cruzaba toda la cara, y por más que trataba de disimular, el acento lo
delataba: era cubano y su nombre de guerra era camarada Alfredo. Otro de los
integrantes era Germán, que también trabajaba en la fábrica, pero eran muy
pocos los que conocían de su militancia política y en la empresa, era la mano
derecha de un alto directivo. Era un muchacho joven, muy reservado y de mirada
triste. Lo que más le llamó la atención a Patricio esa noche fue que, en el
transcurso del tiempo que compartieron, nunca sonrió, a pesar de que en un momento, mientras limpiaban
armas, el cubano se puso a contar anécdotas
y cuando los tres reían a carcajadas, Germán apenas, si movía la cabeza
y trataba de esbozar una sonrisa. Y por último Larraín, que, además de
compañero de trabajo, era un amigo. Ya de madrugada, de uno en vez y cada
quince minutos fueron saliendo de la casa, el último en hacerlo fue el cubano
Alfredo, que antes de retirarse le dio directivas precisas a Patricio acerca de
las armas.
Al regresar Elena
de la casa de sus padres, se encontró con la desagradable sorpresa del enorme
cajón de madera instalado en la habitación del pequeño Lautaro. Cuando preguntó
de qué se trataba, Patricio contestó secamente que eran herramientas de un
compañero de fábrica que le había pedido que se las guardara por par de días,
hasta que él pudiera terminar el galpón en su casa. Elena no le creyó ni una
sola palabra, se sintió molesta por la mentira y la falta de confianza de su
marido, pero tampoco hizo más preguntas.
La pareja entraba en una pendiente peligrosa.
El fatídico 11 de septiembre encontró a Patricio en la
fábrica. Recién en las primeras horas de
la mañana tuvo noticias del golpe. Su primera reacción, fue dejar la empresa y
tratar de vincularse con los restantes integrantes de su célula. Larraín
trabajaba en el turno de la tarde y de Germán supo, después de hacer con mucho
sigilo algunas averiguaciones, que ese día no se había presentado a trabajar.
Su corazón estaba en las calles, con los que combatían
resistiendo el golpe, pero su mente y las directivas de la organización le
ordenaban que su lugar era en la fábrica. Por las armas que se encontraban en
su casa no se preocupaba demasiado, las directivas de Alfredo habían sido por
demás claras, en caso de urgencia él en persona iría a buscarlas, quizás en
esos mismos momentos, se estarían repartiendo en las distintas barricadas que a
lo largo del país se levantaban.
Los integrantes de la comisión interna que se
encontraban en la empresa actuaron con celeridad, convocaron a una asamblea y
esta resolvió la toma inmediata de la empresa. En menos de una hora la fábrica
estaba en su totalidad en manos de los trabajadores, con todas sus puertas de
ingreso clausuradas. El personal jerárquico fue retenido y alojado bajo
custodia en una de las oficinas de los gerentes. En menos que cante un gallo
una radio fue montada en la sección mantenimiento, de esta manera podían
comunicarse con el exterior y la vez recibir información.
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