Detrás de la Cordillera
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Era apenas pasado el mediodía cuando un trabajador que venia desde el
portón principal, llegó corriendo con la noticia de que la fábrica estaba
rodeada por los militares. Mena, demostrando sus buenas cualidades de jefe, no
perdió la serenidad y dio varias órdenes, para poder tener un panorama más claro de la situación.
-Patricio buscá dos voluntarios y
trepá a los tanques de agua, desde ahí arriba podes ver los alrededores. En diez minutos quiero un
informe lo más completo posible
- Entendido choclo- Respondió
Patricio, que salió apresurado a cumplir la orden
-Vos pelado, agarrá todos los autos
que encuentres en el estacionamiento y bloquea todas las entradas, pero dejá
cinco o seis coche sin poner en la barricada
-Está claro jefe - Contestó Torres
-Quiero que te comuniques urgente
con el sindicato para que informes de nuestra situación- Ordenó Mena al obrero
que manejaba el equipo de radio, después de esto se retiró con el resto del la
comisión interna, hacía el portón principal de la empresa.
Cuando Patricio terminó de trepar, el panorama que vio
era desolador. Estaban completamente rodeados, tanques, carros de asalto y un
enjambre de militares que montaban ametralladoras apuntando hacía distintos
puntos de la fábrica. La tropa que había rodeado la empresa estaba compuesta de
no menos de trescientos hombres. Pensar en resistir seria suicida y así se lo
hizo saber a Mena cuando bajó con el informe.
La situación era por demás delicada. La moral de los
trabajadores que permanecían en la planta era buena, En esos momentos, por
intermedio de la radio, les llegó la comunicación del sindicato, donde se les
ordenaba entregar la empresa y vincularse inmediatamente con las células
barriales para resistir el alzamiento militar.
El choclo Mena convocó a todos los obreros a una
asamblea relámpago, para que sea la mayoría de los trabajadores quienes tomaran
la decisión de los pasos a seguir.
El debate fue por demás breve donde primó el sentido
común, había que desalojar la fábrica, pero también se decidió que la entrega
se haría con total normalidad, siempre y cuando los milicos se comprometieran a
no hacer detenciones.
Apenas terminada la asamblea, los obreros fueron
convocados al portón principal, desde ahí pudieron escuchar a un capitán del
ejercito que, megáfono en mano, los intimaba a entregar de inmediato la
empresa.
-En nombre de las fuerzas armadas
se les ordena desalojar de inmediato la fábrica. Tienen cinco minutos para
desbloquear las puertas y en el caso de no cumplir con lo ordenado nos veremos
en la obligación de entrar por la fuerza para rescatar los rehenes y cuidar la
propiedad privada- Los obreros escucharon impávidos la voz metálica del militar
Mena se acercó con paso decidido hacia la reja que los
separaba de los militares, estaba acompañado por otros dos trabajadores y
también a su lado caminaban dos de los rehenes. Uno de ellos, el jefe de
personal, fue quien le entregó en mano al
capitán, el papel con las condiciones de los trabajadores para desalojar el
establecimiento.
El capitán apenas si miró el papel. Lo estrujó en sus
manos haciendo de él un bollo y displicentemente lo arrojó al suelo para destrozarlo en cientos de pedazos con el
taco de su bota.
-No entienden nada los güevones,
¡RENDICIÓN INCONDICIONAL!- Gritaba desaforado el capitán con el megáfono en las
manos.
El choclo Mena continuó avanzando en dirección del
militar, las altas rejas separaban a los dos hombres. El capitán al verlo había
dejado de vociferar y estaba algo desconcertado. En la academia no le habían
enseñado a dudar y ante esta nueva sensación actuó en consecuencia. Con un
gesto ampuloso ordenó a su tropa que carguen los fusiles.
Los obreros permanecieron inmóviles en sus lugares, a
Mena no se lo veía asustado, aunque eran visibles las bocas de los fusiles que
apuntaban hacía él. Cuando comenzó a hablar con voz serena, se levantó algo de
viento y sus palabras fueron esparcidas por todos los rincones de la fábrica.
Mientras el choclo hablaba, una persona vestida de
civil se acerco al capitán y le hablo al oído. Quedaba claro que era un militar
de mayor rango, pues al terminar la conversación, el capitán se cuadró ante el civil.
Los militares aceptaron las condiciones de los
trabajadores. El pacto era muy sencillo, los obreros entregaron a los rehenes y
las instalaciones fabriles en óptimas condiciones y a cambio los militares se
comprometían a no usar la violencia y a
no detener ningún trabajador.
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