Detrás de la Cordillera
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El fortalecimiento de las relaciones humanas era el
eslabón principal de una cadena infinita de ayudas y de contraprestaciones que
elaboraba y cuidaba cada detenido. En cada pabellón se generaban pequeños
clanes de cuatro o cinco personas. Estaban compuestos por afinidades diversas
pero la edad y la cercanía de la cama eran la base principal de su fundación.
Patricio desde el mismo momento de su llegada se había
integrado a uno de estos pequeños grupos y enseguida entabló amistad con sus
componentes.
Su principal amigo y compinche fue Esteban Barrios
Peralta de los Reyes, como el mismo le gustaba presentarse con solemnidad
marcial. Esteban, de apodo “corcho” o “cara de corcho” por su particular
rostro, era el mismo que le había prestado la cama en su primer día en la
prisión.
La historia de vida, de militancia y hasta la propia
detención de Esteban Barrios era muy particular. Su abuelo, de joven, con
audacia y muchos balazos, había hecho fortuna en las minas. Luego, como
proveedor de mulas del ejército se hizo inmensamente rico. De esta forma
consiguió los blasones y los fundos necesarios para que su familia ingrese
hacer parte de lo más rancio de la
oligarquía chilena.
Toda la familia
era gente importante e influyente, abogados, políticos, militares, jueces y
hasta uno que era cura y mano derecha de un obispo. También contaba con cuatro
hermanos mayores y con una chorrera infinita de primos y primas con quien de
niño pasaba los veranos en las estancias del abuelo.
-El mundo desde que es mundo, está
dividido en dos, los que mandan y los que obedecen. Nosotros mandamos por
derecho divino, así Dios lo quiso y nos prepara para eso. Así les hablaba el
viejo Napoleón Barrios a todos sus nietos mientras tomaban el té en vajilla de
porcelana inglesa.
El corcho Barrios fue consecuente con este mandato
familiar. Una vez que terminó el liceo en un exclusivo colegio católico,
ingresó de inmediato a la facultad de derecho. Comenzaba el año setenta y
Salvador Allende asumía la presidencia del país, el viejo latifundista no lo
soportó y enfermó de gravedad. Una tarde, ya agonizante, llamó a sus hijos y
nietos varones al borde de su cama y les hizo jurar que debían luchar para
terminar con el marxismo en Chile, luego, murió en paz rodeado de familiares y
sirvientes.
Apenas pasaron unos meses de este hecho cuando Esteban
Barrios tuvo su bautismo de fuego en las filas de la ultraderechista Patria y
Libertad. La tarea a desarrollar fue sencilla, emboscar a una columna de
estudiantes secundarios que marchaban para apoyar al gobierno. El saldo fue
desfavorable a los estudiantes que tuvieron varios heridos por las piedras y
bastonazos de los atacantes, quienes, una vez cometido el atropello, se
dispersaron entre los carabineros que sólo atinaron a mirarlos con complicidad.
De ahí en más para Esteban la militancia política fue
pan de todos los días. La universidad era un hervidero de actividad, todo el
mundo conspiraba o se preparaba para defender el gobierno pero nadie era
indiferente. Todos sabían que el golpe de estado se estaba gestando, lo que
nadie podía asegurar de antemano era el resultado. La derecha estaba bien
preparada pero, aún así, no garantizaba que la totalidad de las fuerzas armadas
le respondieran. En sus cálculos previos estaba presente que una parte no aceptaría
el alzamiento, por lo tanto, la apuesta pasaba por aislar este sector y
reducirlo a su mínima expresión. Contaban con que la mayoría de las fuerzas
armadas iban a tener una posición inicial equidistante, esperando que la
balanza se volviera hacia uno de los lados. Firmeza y audacia, repetían que esto sería decisivo
para el triunfo.
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