Detrás de la Cordillera
53
Al final del mes de noviembre, una noticia conmovió y
emocionó a todos los detenidos. La fiscalía militar, atendiendo un pedido de la
iglesia católica, autorizaba que los presos pudieran recibir la visita de dos
familiares directos. Los preparativos para recibir a los familiares fueron
intensos y la ansiedad embargó a todos los detenidos con el transcurrir de los
días.
Para las visitas se acondicionó el patio. Se trajeron
las largas mesas del comedor y los bancos de madera. Todo quedo limpio y ordenado,
era muy importante el momento que iban a vivir.
Los familiares tuvieron que acreditarse en el
continente, donde en primer lugar, firmaron una cantidad infinita de papeles,
luego pasaron por una humillante requisa. Una vez que llegaron a la isla, todo
esto se repitió. Las cartas y las ropas de abrigo les fueron confiscadas, bajo
promesa de que una vez que pasaran por los controles les serían entregadas a
cada recluso.
Una vez que terminaron con todo esto, las visitas en
grupos de veinte o treinta eran acompañadas hasta el patio por un soldado. Al
mismo tiempo por los parlantes llamaban a los detenidos para que salgan del
pabellón para ir al encuentro de su familia.
Emocionante era ver como el patio se poblaba de besos,
risas y llantos. Las mesas se llenaron de rostros plenos de esperanza. En
cambio en los pabellones crecía la angustia de aquellos que aún no habían
recibido visita. Esperaban ilusionados ser nombrados por los parlantes y cuando
esto sucedía muchos corrían hasta el patio. Por suerte muy pocos detenidos no
recibieron visitas, algunos porque sus familias tenían que cruzar medio país
para poder llegar, otros fueron impedidos por la burocracia militar. Así les
sucedió a varios detenidos, que al no estar casados no se les permitió a sus compañeras el
derecho a la visita.
El patio era una inmensa fiesta popular, a nadie le
importaba estar rodeado de cercas electrificas, ni de torres con sus
ametralladoras listas para disparar, eso era parte de otro paisaje. Hoy lo
único valedero e importante era ese momento único y maravilloso que estaban
viviendo. Todo lo demás poco contaba, ni el pasado doloroso ni el futuro
incierto tenía la menor importancia, la vida les regalaba un instante de
sosiego y todos lo disfrutaban.
Patricio recibió a su madre y a su esposa en medió de
un llanto profundo de los tres. Una vez que las emociones se fueron a sosegando
las palabras comenzaron a salir de las bocas como disparadas en ráfagas
continuas. No había un instante para permanecer en silencio, los tres se
preguntaban y contestaban al unísono, cada palabra estaba mezclada con risas,
besos y caricias. Elena contó que le había escrito una docena de cartas, y que
ahora estaban en poder de los milicos y
en una de ellas estaba una foto del pequeño Lautaro.
En un momento de la charla Patricio levantó la vista y
vio como el corcho Barrios se despedía de una persona con un inexpresivo
apretón de manos. Luego su amigo se alejó llevando un enorme paquete hacia los
pabellones.
-¡Corcho, corcho, corcho!- Gritó insistiendo en el llamado,
pero su voz se perdía entre el murmullo de los demás. Sin perdida de tiempo
salió al trote, para alcanzar a su amigo antes de que cruzara el retén de
guardia que separaba el patio de los pabellones.
Barrios tenía la cara desencajada y no podía disimular
que un llanto contenido le llenaba los ojos. Cuando enfrentó a Patricio se
quebró, las lágrimas le comenzaron a
caer en borbotones y sacando de entre sus ropas le entregó una coqueta tarjeta
personal, Patricio quedó perplejo.
-Te das cuenta Patricio, mi familia en vez de venir a
verme me manda un abogado y kilos de comida- Dijo Barrios señalando la enorme
caja que había dejado a su lado. Patricio consoló a su amigo y además lo
convenció para regresar al patio.
Atardecía cuando por los parlantes informaron que
había terminado la hora de las visitas. Los familiares se dirigieron en
silencio hasta los muelles, donde esperaban las lanchas y los detenidos
marcharon hacia sus respectivos pabellones. En sólo cinco minutos todo se
impregnó de tristeza. Esa noche no
hubo charlas alrededor de las camas, mucho menos chistes o anécdotas picarescas
de esas que hacían reír a todos, solo hubo silencio y más silencio.
Al otro día, el clima emocional de todos no cambió. En
la propia formación se notaba el aire enrarecido con escasas palabras y gestos
duros. Por primera vez desde su llegada a la cárcel, Patricio presenció como
por una cosa sin importancia dos detenidos estuvieron a punto de golpearse. La
situación empeoraba con el paso de las horas, la relación entre los detenidos
se convirtió en un caos. Era como si de repente la mayoría hubiera enloquecido,
la solidaridad se convertía en individualismo, todo lo que ayer era pan ahora
era pura mierda.
Entonces fue en esos momentos críticos que aparecieron
los imprescindibles, esa personas que sacan fuerzas extra para poder, con su
ejemplo, contagiar a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario