Detrás de la Cordillera
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El corcho Barrios jamás dudó en la victoria, estaba
totalmente convencido que no sólo las fuerzas armadas saldrían a las calles,
sino también el pueblo para terminar con la tiranía. Era obtuso en el
pensamiento, cuando algún compañero señalaba que el gobierno tenía una extraordinaria
capacidad de movilización, Barrios se
negaba a discutir ese punto.
¡Obligan a la gente a ir, los camiones los llenan a
punta de bayoneta y reparten bolsones
con alimentos, los pobres van por necesidad! Pensemos… los pobres siempre han
sido buenos chilenos, ¿por qué van cambiar ahora? Y cerraba la discusión con un
golpe en la mesa y una catarata de insultos.
El odio que sentía por el marxismo y la izquierda era
total, los culpaba de todo y en cierta forma tenía razón ya que su mundo de
privilegios había quedado sepultado con los nuevos derechos de las mayorías.
Aún así, a pesar de su odio, era amplio para aceptar distintas formas de
pensamiento en sus amigos. Por supuesto que todas sus amistades pertenecían a
su misma clase social, con ellos se permitía la discusión franca y abierta.
Su mejor amigo, con quien había compartido toda la
niñez, escuela, vacaciones y hasta la mujer en el despertar sexual de ambos,
militaba en el MIR. Barrios, a pesar de las diferencias ideológicas, nunca dejó
de brindarle su amistad. Fue por eso que cuando su amigo le pidió un favor, el
corcho no dudó en prestarle ayuda. La cuestión no era sencilla, el amigo
recibía un cargamento con explosivos y necesitaba un lugar para esconderlos por
un tiempo.
-El paquete lo recibo hoy por la noche y no tengo
ninguna casa segura donde guardarlo. En mi familia no puedo confiar, si
observan movimientos raros en algunas de sus propiedades son capaces de llamar
a los carabineros y, además, creo tener los servicios de inteligencia pisándome
los talones. Por eso pensé en vos, sos la única persona que me puede ayudar a
resolver esto
Barrios se comprometió a guardar los explosivos en su
propia casa y puso una sola condición. La única persona que debía conocer del
escondite era su amigo. Una vez que cerraron el trato continuaron bebiendo
cerveza toda la tarde.
Fue la última vez que lo vio. En el atardecer del diez
de septiembre su amigo fue secuestrado en pleno centro de la ciudad. La casa
del corcho Barrios fue allanada el doce por la mañana y él, fue detenido en un
local de Patria y Libertad ese mismo día por la tarde.
Durante cinco días fue torturado con salvajismo y en
varias oportunidades estuvo a punto de ser ejecutado. Se lo acusaba de ser
miembro activo del MIR y de estar infiltrado en Patria y Libertad. Su amigo no
sólo había hablado de los explosivos, sino también lo había involucrado en la
organización.
Sólo un milagro
podía dejarlo con vida y este se produjo de la mano de su tío, el cura, que
intercedió ante las autoridades militares para salvarle la vida. Una vez más la
fuerza de su apellido se impuso y el corcho Barrios terminó con sus huesos en
el penal. Preso, pero vivo.
La vida en la
cárcel en un primer tiempo se le hizo difícil. Todo el presidio conocía su
historial que incluía, por supuesto, su pasado de militante en Patria y
Libertad. Recelo, desconfianza y hasta alguna mirada amenazadora cosechaba a su
paso, también era despreciado por parte de los militares que lo consideraban un
traidor y sobre todo de los comandos se que ensañaban con él.
Poco a poco la actitud de los detenidos hacía Barrios
fue cambiando, para esto tuvo mucho que ver la posición que tomaron los
integrantes de la comisión política. Allí se analizó que Barrios, del que no
había ningún tipo de dudas de su fascismo militante, antepuso por encima de su
ideología un sentimiento tan profundo como es la amistad. Se valoró esta
actitud, pues Barrios sabía el pensamiento político de su amigo y conocía
también que lo que guardó en su casa ponía su vida en peligro y hasta, llegado
el momento, podría ser usado en contra de su organización o hasta de su propia
familia. Esta noble actitud, decía la comisión política, hace de Barrios
merecedor de todo nuestro respeto y solidaridad, para nosotros es un compañero
más, a pesar de su pasado.
Cuando Patricio llegó al penal ya había pasado lo peor
para Barrios, de a poco se dejaba de lado el recelo y la desconfianza. Con el
tiempo, cara de corcho se ganó el respeto y el cariño de todos y, al final, terminó
siendo uno de los compañeros más apreciado de todo el penal.
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