Detrás de la Cordillera
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-No los voy a presentar, creo que
los caballeros ya se conocen - Sonriendo habló el oficial
-Ahora vamos a hablar clarito,
basta de mentiras. A ver vos, repetí la historia que nos contaste. Señaló el
oficial con su dedo haciendo un gesto de gatillo apuntando a Hernán.
El cuñado bajó la cabeza, no podía soportar la mirada
llena de desprecio de Patricio y en voz muy baja comenzó hablar.
-Unos días después del golpe, él
vino por mi casa y me pidió que le hiciera un contacto con la dirección zonal
del partido. Yo accedí, el tema era un
cajón lleno de armas, por lo que él me dijo eran granadas y armas largas, mi
único compromiso fue hacer de enlace
-¿Y ahora qué tenés para decir?-
Sarcástico preguntó el oficial
- Que este infeliz miente A
Patricio le costó articular las palabras, tenía las carretillas endurecidas y
los labios partidos. Al comenzar a hablar escupió pequeños pedazos de carne y
un hilo de sangre corrió por su boca.
-Patricio por favor, no te hagas
golpear más, decile donde están las armas y se termina todo. Ellos ganaron, es
inútil resistir, sino hablás nos van matar - Imploró Hernán
-Hacé caso a tu cuñado que es un
cabrón sensato. Nos decís donde guardaste el cajón y se van los dos para la
casa, así de sencilla es la cosa. Aconsejó el oficial, al tiempo que disfrutaba de la situación en la que se creía
ganador.
Con la vista clavada en el piso, con la cabeza
escondida entre sus hombros, Patricio escuchaba en silencio, era la imagen de
un hombre derrotado y todos los presentes así lo entendieron. Pero haciendo un
esfuerzo sobrehumano, concentró todas las escasas fuerzas que le quedaban en un
punto, se lanzó como un rayo sobre su cuñado y usando su cabeza como ariete, le
rompió la nariz de un cabezazo.
En la misma amplia y soleada oficina lo molieron a
palos hasta desmayarlo. Luego lo tomaron por los tobillos y lo arrastraron
hasta la sala de tortura. Patricio no recibió clemencia por parte de sus
verdugos, desvanecido fue atado al elástico de una cama y su cuerpo inerte
torturado. En muy pocos momentos de la larga sección recuperó la lucidez,
cuando lo conseguía su mente tenía un único pensamiento, morirse para dejar de
sufrir.
Mucho tiempo después, otros detenidos le contaron que
su estadía en la sala de tortura había sido casi de veinticuatro horas.
Patricio nunca había sido consiente del tiempo transcurrido, lo único que
recordaba era la visita de un médico al calabozo y una vez que este se había
retirado, el plato de comida y el jarrón de agua que le alcanzó uno de sus
carceleros.
Por varios días se cortaron los traslados hasta la
sala de torturas, el médico regresó un par de veces y hasta le permitieron que
se duchara. Dos veces por día le alcanzaban un plato de comida y por las
mañanas una jarra de café aguado con un trozo de pan. La fortaleza de su
juventud le permitió recuperarse con prontitud, las heridas estaban
cicatrizando y para las quemaduras profundas de su espalda, el doctor le había
dejado una pomada.
Su mente también recuperaba claridad y de a poco fue
armando el rompecabezas. De su
detención, el único responsable
era su cuñado Hernán. Jamás debí confiar en él, murmuraba en soledad, pero lo
importante, era que las armas no habían sido halladas y mientras estas no
aparecieran él tenia la batalla ganada. Pero al rompecabezas le faltaba una
pieza y esa era su mayor preocupación.
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