Detrás de la Cordillera
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De un instante a otro la música comenzó a sonar mucho
más fuerte y todo se convirtió en un infierno. Los gritos de los torturados, al
igual que la risa de los torturadores llegaban con claridad hasta el calabozo.
Su compañero de celda entró en pánico, arrodillado rezaba un padre nuestro a
viva voz. Por momentos paraba con la letanía y gritaba. ¡¡¡no quiero morir, no
quiero morir !!! Después continuaba rezando.
El tiempo no transcurría jamás, Patricio nunca pudo
saber si esto había durado apenas diez minutos o varias horas. Lo único que
trató de hacer fue de no perder la calma, para que no se apoderara de él el
terror. Cuando sentía que el miedo comenzaba a nublar sus sentidos, buscaba en
su mente imágenes cotidianas y gratas. Se veía el mismo jugando con su hijo y
sus sobrinos, en el patio de la casa de su madre un domingo cualquiera,
mientras aspiraba profundamente para luego ir largando el aire muy despacio
hasta recobrar la serenidad. En eso estaba cuando ingresó un guardia, que habló
desde la puerta
-Tenés que prepararte, enseguida
vengo por vos - Refiriéndose al detenido que no dejaba de rezar.
No hubo más rezos en el calabozo, ahora el detenido
lloraba en silencio, de repente sus ojos se iluminaron y se encaminó hacia la
puerta
-¡¡¡Esta abierta!!! Se olvido de cerrarla, tengo que
escapar, tengo que escapar. Repetía. Patricio de un salto se interpuso entre él
y la puerta
Era cierto la puerta estaba sin los pasadores, con
suma cautela Patricio la entreabrió. El largo pasillo estaba desierto no se
veía ningún guardia, todo era oscuridad y silencio. Ya no se escuchaban los
alaridos de los torturados, ni la música que trataba de taparlos.
-Yo me largo, ni un minuto más me
quedo acá
- Puede ser una trampa, no sabemos
adónde nos lleva ese pasillo. Razonó Patricio
Su compañero no entendía razones, con los nervios
destrozados, se aferraba a un utópico escape.
-¿Y vos con quién estas? ¿Acaso sos
milico?- Al preguntar esto la mirada se
le lleno de pánico
-
Claro, sos un soplón por eso no te llevaron a interrogarte. Pero no me
importa nada, no podrás detenerme. ¡¡¡Voy escapar!!! - Y con los ojos ahora
repletos de odio, se lanzó desesperado
hacía la puerta.
Ante la embestida
Patricio no vaciló. Con un solo golpe paró la huída de su compañero.
Este quedó paralizado y no volvió a intentarlo, así que sollozando se dejó
caer, al tiempo que por lo bajo murmuraba.
-Sos un traidor… sos un traidor… -
La extensa ráfaga de ametralladora quebró en varios
pedazos el silencio de la noche. El olor a pólvora llegó hasta el último rincón
de los calabozos, como también las risas de los carceleros. La trampa había
dado resultados, todos festejaban alborozados. Dos soldados cargaron los
cuerpos de los presos ejecutados en una
camioneta y los cadáveres se perdieron para siempre.
Cuando el guardia vino hasta el calabozo a cerrar la
puerta, dijo a modo de sentencia
-A ver si esto les sirvió de
ejemplo. Ustedes nos pertenecen, siempre los estaremos vigilando, hasta el fin
de sus días
De a poco los ruidos de afuera se fueron apagando,
parecía que la larga noche llegaba a su fin. Los torturadores se tomaban un
descanso, pero no había que confiarse, Patricio sabía sobradamente que en
cualquier momento reanudaban la tarea. Esto era parte del método, el detenido
debía estar tanto física como mentalmente a merced del interrogador las
veinticuatro horas. Un preso podía ser torturado cuatro veces al día, como
estar sin ser tocado por varias semanas, la cuestión era quebrarlo, volverlo al
estado más primitivo posible, para poder dominarlo. Pero esa noche la función había concluido.
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