Detrás de la Cordillera
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Recostado en un camastro, Patricio trataba de dormir
cuando escuchó unos gemidos muy tenues que venían de abajo de su cama. En un
primer momento creyó que sus nervios lo estaban traicionando. Si bien su razón
le decía que era imposible que alguien permaneciera en ese lugar, su curiosidad
pudo más y dejando caer unos de sus brazos buscó debajo del armatoste de
cemento.
Cuando su mano encontró la tibieza de un cuerpo, de un
salto se levantó de la cama. Al agacharse sobre el bulto la sorpresa fue terrible,
no lo pudo resistir y retrocedió
espantado.
Una vez que se sobrepuso volvió a acercarse, el cuerpo
envuelto en una mugrienta frazada, estaba completamente despellejado, sólo la
piel de su cara no había sido maltratada. Patricio, no sin esfuerzo, pudo
reconocerlo, era Guillermo Paniqueo, dirigente de la comunidad mapuche.
El salvajismo con que había sido torturado sólo se lo
podía entender desde el desprecio que tenía el ejército hacía los pueblos
indígenas. En el cuerpo de Guillermo, o en lo que quedaba de él, estaban las
marcas del odio de las clases
dominantes, porque Paniqueo era la síntesis de la lucha del pueblo chileno,
era mapuche y comunista.
De rodillas, al lado del cuerpo y con las manos
paralizadas de impotencia, Patricio permaneció al lado Guillermo el resto de la
noche. Paniqueo en un momento abrió muy grandes los ojos y lo reconoció.
Entonces Patricio comenzó a cantar muy por lo bajo una canción de cuna
mapuche Guillermo agradeció con la mirada
y con una sonrisa en los labios, se quedo dormido.
Por la mañana muy temprano Patricio fue trasladado
nuevamente, para su sorpresa, no fue vendado y el viaje lo hizo en un camión
celular. Eso sí, lo que no cambió fueron los golpes, tanto cuando lo subieron
como cuando lo bajaron, la lluvia de palos fue copiosa sobre su cuerpo. En su
nuevo destino permaneció completamente aislado. La celda era espaciosa y pasaba
las horas en la oscuridad mas absoluta. El tiempo era algo inmóvil, cada
segundo era una pesadilla, sin ruidos, sin pasos, sin voces, hasta comenzaba a
añorar los golpes. Esto lo asustaba de sobremanera, nunca se había sentido tan
indefenso, la soledad comenzaba a desequilibrarlo.
Cuando al fin abrieron la pesada puerta, Patricio
suspiró aliviado. Con una sucia capucha le cubrieron la cabeza pero no se
asustó, a pesar de que estaba al tanto que muchos de los cuerpos que aparecían
acribillados en los ríos y barrancos tenían una capucha en sus cabezas. Lo
primordial en ese momento era salir de ese silencioso calabozo, al menos por
unos minutos, lo demás no tenía importancia. En su breve estadía como detenido, había comprendido que
para un preso el único tiempo que tiene alguna validez es el presente. El
futuro estaba al final del pasillo y hacia él se dirigía lentamente
encapuchado, lo que no nunca podía imaginarse era que se estaba acercando hacia
el desastre.
En el lugar donde fue depositado, permaneció de pie
con las manos esposadas a su espalda por un largo tiempo. Agudizó el oído
tratando de escuchar algo, pero le fue imposible, el silencio era total.
El chasquido de un interruptor de luz se escuchó
nítido, por el entretejido de la capucha se dejaba ver la claridad de la luz
recién encendida. Patricio oyó que unos pasos se acercaban hacia él, tensó
todos sus músculos con el afán de defenderse de los próximos golpes. Pasaron
los segundos se convirtieron en minutos, no hubo golpes ni tampoco palabras.
Con sumo cuidado le quitaron las esposas y
lo hicieron sentar, por último le retiraron la capucha. Cuando los ojos
se le acostumbraron a la luz, Patricio vio que
arriba del escritorio había un bloc de hojas en blanco y una lapicera. A
sus espaldas una voz
-Buenas noches - Patricio
sorprendido, girando la cabeza respondió al saludo
Un mayor en uniforme de combate reluciente se le
acercó. Con cortesía extendió un cigarrillo al momento que decía
-¡Que bárbaros! Como lo golpearon,
son unos bestias, créame en el ejército no somos todos iguales. La situación se
les fue un poco de las manos, en algunos cuadros hubo mucho revanchismo, sobre
todo los suboficiales, ellos son gente menos racional ¿entiende? Lo que pasa es
que era inaceptable ver a los instructores cubanos dando órdenes adentro de los
cuarteles. En fin, una etapa que por suerte se cierra. Ahora basta de golpes,
acá arriba tiene unas hojas en blanco, por favor escriba su declaración, yo me
voy a retirar de este cuarto para que usted no se sienta presionado y así sin
ningún tipo de violencia y en tranquilidad escriba toda la verdad. Antes de
retirarse dejó un atado de cigarrillos arriba del escritorio
- Puede fumar - Y salió dando un
portazo.
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