jueves, 10 de julio de 2014

Detrás de la Cordillera
31

El plan ideado era por demás sencillo y tenía una audacia casi suicida. Se trataba de vincularse con cuadros del partido comunista y ofrecerles el armamento. El enlace elegido era su cuñado Hernán, lo sabía discreto y con contactos que llegaban hasta la dirección nacional.
Se levantó de la cama para desayunar junto a su mujer y después partió para localizar a su cuñado, tuvo suerte, puesto que Hernán aún no había salido de su casa. Charlaron a solas por más de un cuarto de hora, Hernán se comprometió a tratar el asunto con rapidez, en lo posible, para mañana mismo tendría una respuesta.
Patricio almorzó con su madre y, por la tarde, recorrió la casa de algunos compañeros de la fábrica. En la casa de uno de ellos se enteró que era posible de que en los próximos días se reabriera la empresa.
Al atardecer, cuando regresó a su casa, se encontró con una agradable sorpresa, Hernán lo estaba esperando. La noticia que traía era por demás auspiciosa. Mañana Patricio recibiría una importante visita, el paquete estaba prácticamente colocado.
La noche paso sin sobresaltos.
Alrededor del mediodía golpearon en la puerta de la casa, Patricio se apresuró a atender y luego de la consigna requerida, abrió la puerta. Una vez que la persona ingresó, a Patricio le aumentaron los recelos que tenía acerca de la gente del PC, el visitante tenía la figura inconfundible de un milico.
La entrevista fue por demás breve, Patricio mostró el armamento y se tuvo que detener a explicar el funcionamiento de las armas de origen extranjero, aún así su interlocutor se mostraba familiarizado con el tema. Acordaron que mañana, en las últimas horas de la tarde, una camioneta pasaría a buscar el armamento, antes de retirarse, el miembro del PC le pidió a Patricio que tratara de conseguir algunos muebles viejos, como para poder camuflar el cajón. Se despidieron con un apretón de manos.
La evaluación que Patricio hacía de su entrevista era positiva, más allá de su primera impresión sobre la figura del tipo, le parecía una persona seria y confiable, que además poseía conocimientos del tema, todo esto lo dejaba tranquilo. Las armas iban a estar en buenas manos.
El resto del día lo aprovechó  para terminar un  pozo ciego que hacía largo tiempo tenía a medio hacer y que Elena siempre le recriminaba por su finalización. Varios vecinos al ver a Patricio cavar, ofrecieron su ayuda, así trabajando entre todos, dejaron  el pozo listo para antes de caer la noche. Uno de los vecinos se ofreció para continuar mañana y desparramar toda la tierra que estaba amontonada en los alrededores del pozo.
-No te molestes, mañana por la tarde va venir un amigo con una camioneta y se la lleva, la necesita para rellenar un terreno. Explicó Patricio
-Mejor así entonces. Contestó el vecino
-Ahora vamos a tomar una cerveza, que para conversar, lo mejor es mantener la garganta húmeda. Invitó Patricio y todos aceptaron.
Las botellas de cerveza fueron pasando una a una, mientras se charlaba. Así fue que Patricio se enteró que el despliegue militar de noches anteriores se debió al allanamiento de los pequeños mercados del barrio.
-¿Y que buscaban ahí los güevones?  Preguntó Patricio
-Las garrafas vacías, compadre, se las llevaron todas, ni un solo envase dejaron. Contestó alguien
Patricio quedó desconcertado, no entendía el porqué de semejante despliegue para llevarse envases de gas. Sus dudas fueron despejadas con la explicación de un vecino
-Los envases se están usando para trasladar armas, se desfondan con una sierra eléctrica, se rellenan con las armas y se vuelve a soldar el fondo. Cuando los militares te paran en la calle y te revisan, no encuentran nada.
Al escuchar, Patricio largó una carcajada, la inventiva del pueblo era una cantera inagotable, ahí residía su fortaleza, que más temprano que tarde, los llevaría a la victoria. La charla continuó hasta un rato antes del toque de queda, cuando cada vecino marchó para su casa.
Toda la mañana Patricio se dedicó al pozo ciego, uno a uno colocó los ladrillos, para encastrar la bóveda, para media tarde, estaba listo, ahora tenía que esperar que seque el cemento, desparramar encima un poco de tierra y estaría todo terminado. Se sentía satisfecho, le agradaba trabajar en su casa y hacerlo todo con sus propias manos.

El día avanzaba y la camioneta no aparecía. Su ánimo comenzaba a inquietarse. Caminaba por toda la casa y a cada instante miraba el reloj y hacia la calle. La tarde lentamente desapareció, llegó la noche, pero nadie vino por las armas.

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