jueves, 8 de enero de 2015

 Detrás de la Cordillera
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A los pocos días de su llegada los hermanos eran los protegidos de todo el penal. Alguien con mucho sentido de humor los comenzó a llamar “los hermanos coraje”, tomando a los personajes de una famosa telenovela mejicana de la época. A los hermanos no les molestó el apodo y cuando eran así llamados sonreían de una manera clara y amplia.
Todos se preocupaban por los coraje, más cuando contaron la historia de su detención. Los hermanos se habían trasladado, unos días antes del golpe de estado, desde de un pequeño poblado del sur hasta los alrededores de la ciudad. Allí levantaron una casa precaria en una callampa y enseguida fueron contratados para pintar casas. Las cosas comenzaban a mejorar para los hermanos que soñaban con traer a su madre que había quedado en el sur.
El contratista comenzó a demorarse con los pagos de los jornales, en poco tiempo les estaba debiendo varias quincenas. Al término de la obra, los coraje reclamaron por sus salarios y el contratista resolvió el problema de forma sencilla. Usó algunas influencias que tenía en el cuerpo de carabineros y denunció a los hermanos como presuntos subversivos. En el destacamento los molieron a palos y los pusieron a disposición de la fiscalía militar.
En su vida, los tres hermanos jamás habían participado en política. Hasta su pueblo no había llegado el proceso de la unidad popular y las relaciones con los dueños de la tierra siguieron durante esos años de manera inalterable. Socialismo, comunismo, MIR, reforma agraria, eran palabras desconocidas para los hermanos. Cualquiera que hablara con ellos podía darse cuenta de esto y sin duda esto también lo habían percibido los interrogadores. Aún así los coraje acabaron en la cárcel.
Con el paso de las semanas los hermanos se incorporaron a las distintas tareas y a la rutina carcelaria. Varios detenidos se ofrecieron a enseñarles a leer y a escribir, si bien los tres sabían leer, lo hacían con mucha dificultad. Los coraje estudiaban con avidez, como sólo pueden hacerlo aquellos que no tuvieron las oportunidades. En poco tiempo los hermanos leían de corrido cualquier texto. Era risueño ver cuando cualquiera de los detenidos se cruzaba con algunos de los hermanos y le preguntaba:
-Coraje, ¿cuánto es ocho por ocho? El muchacho respondía seriamente, como si estuviera ante una mesa examinadora y una vez que le decían que la respuesta era acertada, sonreía a cara llena.
Una vez más, el patio de la prisión se llenó de risas y júbilo, era día de visitas. En las largas mesas se colocaban los alimentos que traían los familiares y se hacía una merienda colectiva. En un momento las voces se apagaron y todas las miradas se fijaron en una vieja mujer que era trasladada en una destartalada carretilla. La mujer toda vestida de negro se bamboleaba con el traqueteo del improvisado vehículo, pero sus manos no tomaban el borde de la carretilla sino aferraban contra su pecho una inmensa bolsa de naranjas. Los tres hermanos coraje corrieron hacia su encuentro, mientras al resto de los presentes se le llenaban los ojos de lágrimas y las voces de silencio. Pero el viejo y mítico Iván Sepúlveda, venciendo el llanto y de frente a los coraje que rodeaban a su madre, con firmeza en la voz,  comenzó a cantar la Internacional. El patio entonces, se volvió una sola voz y cientos de puños se izaron saludando el claro cielo.
Los militares miraban impávidos la escena sin saber que hacer. Los soldados, paralizados, esperaban una orden de los suboficiales y a su vez estos, buscaban a los oficiales, pero la orden de intervenir no llegaba. El teniente coronel que estaba a cargo del penal se hizo cargo de la situación tomando un megáfono en sus manos y ordenando silencio bajo pena de terminar con el horario de visitas. La orden llegó en el mismo momento que Iván Sepúlveda gritó:
-¡Compañero Salvador Allende,  presente!

-¡Presente!- Contestaron los detenidos. Luego se hizo silencio y todo volvió a la normalidad.

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