Detrás de la Cordillera
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Los días siguientes fueron un largo
calvario para los detenidos. El asesinato de Fernando fue un duro golpe para
todos. La muerte del compañero sacó del interior de cada uno, eso que estaba
latente. La posibilidad de salir con vida del presidio era una utopía. Muchos
detenidos no se levantaban de sus camas y enfermaban, nadie conversaba con
nadie, todo era tristeza y silencio. Ni la noticia de que los militares habían
autorizado una visita extraordinaria, donde no sólo podrían ingresar familiares
directos, cambió el estado de ánimo de los presos. Pero una vez más aparecieron
los imprescindibles, esas personas que sacando temple de donde casi nada queda,
se ponen al frente de las situaciones y arrastran a los demás. Poco a poco todo
se fue superando, y cuando se recibieron a las visitas el estado de ánimo
estaba otra vez en alto para seguir dando pelea.
Por boca de los familiares se pudieron enterar que la
muerte de Fernando había puesto en serios apuros a la dictadura. La noticia de
la muerte rompió el corral de la censura y apareció en algunos medios.
Corresponsales extranjeros contaron al mundo pormenores del hecho y pusieron al
desnudo y al conocimiento de todos, en qué condiciones eran tratados los presos
políticos en Chile.
Sin ninguna duda
la presión internacional dio algunos frutos. Los jerarcas del penal, no
atenuaron la rígida disciplina, pero sí, en cambio autorizaron una serie de
eventos. Así nació la cancha de fútbol y el primer campeonato interno, los
talleres de manualidades y de teatro. También salieron de la clandestinidad las
funciones de cine relatado, teniendo su horario oficial los martes y jueves
después de cenar. Los militares autorizaron el ingreso de algunas guitarras,
siempre que los detenidos prometieran no cantar canciones de protesta. Las
guitarras pasaban de en mano en mano y cada detenido tenía derecho absoluto
sobre ella unos quince minutos cada tres días. Patricio fue uno de los primeros
de anotarse en la larga lista y esperaba su turno con ansiedad.
La guitarra, para Patricio, siempre había sido un imán
poderoso y no podía negarse ir hacia ella. Cuando al fin le tocó su turno,
buscó un rincón apartado y muy lentamente fue acariciando ese cuerpo de madera
encantada. Con la primera melodía su cuerpo se llenó de éxtasis y no pudo dejar
de recordar su primer encuentro con una guitarra.
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