Detrás de la Cordillera
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El plan ideado era por demás sencillo y tenía una
audacia casi suicida. Se trataba de vincularse con cuadros del partido
comunista y ofrecerles el armamento. El enlace elegido era su cuñado Hernán, lo
sabía discreto y con contactos que llegaban hasta la dirección nacional.
Se levantó de la cama para desayunar junto a su mujer
y después partió para localizar a su cuñado, tuvo suerte, puesto que Hernán aún
no había salido de su casa. Charlaron a solas por más de un cuarto de hora,
Hernán se comprometió a tratar el asunto con rapidez, en lo posible, para
mañana mismo tendría una respuesta.
Patricio almorzó con su madre y, por la tarde,
recorrió la casa de algunos compañeros de la fábrica. En la casa de uno de
ellos se enteró que era posible de que en los próximos días se reabriera la
empresa.
Al atardecer, cuando regresó a su casa, se encontró
con una agradable sorpresa, Hernán lo estaba esperando. La noticia que traía
era por demás auspiciosa. Mañana Patricio recibiría una importante visita, el
paquete estaba prácticamente colocado.
La noche paso sin sobresaltos.
Alrededor del mediodía golpearon en la puerta de la
casa, Patricio se apresuró a atender y luego de la consigna requerida, abrió la
puerta. Una vez que la persona ingresó, a Patricio le aumentaron los recelos
que tenía acerca de la gente del PC, el visitante tenía la figura inconfundible
de un milico.
La entrevista fue por demás breve, Patricio mostró el
armamento y se tuvo que detener a explicar el funcionamiento de las armas de
origen extranjero, aún así su interlocutor se mostraba familiarizado con el
tema. Acordaron que mañana, en las últimas horas de la tarde, una camioneta
pasaría a buscar el armamento, antes de retirarse, el miembro del PC le pidió a
Patricio que tratara de conseguir algunos muebles viejos, como para poder
camuflar el cajón. Se despidieron con un apretón de manos.
La evaluación que Patricio hacía de su entrevista era
positiva, más allá de su primera impresión sobre la figura del tipo, le parecía
una persona seria y confiable, que además poseía conocimientos del tema, todo
esto lo dejaba tranquilo. Las armas iban a estar en buenas manos.
El resto del día lo aprovechó para terminar un pozo ciego que hacía largo tiempo tenía a
medio hacer y que Elena siempre le recriminaba por su finalización. Varios
vecinos al ver a Patricio cavar, ofrecieron su ayuda, así trabajando entre
todos, dejaron el pozo listo para antes
de caer la noche. Uno de los vecinos se ofreció para continuar mañana y
desparramar toda la tierra que estaba amontonada en los alrededores del pozo.
-No te molestes, mañana por la
tarde va venir un amigo con una camioneta y se la lleva, la necesita para
rellenar un terreno. Explicó Patricio
-Mejor así entonces. Contestó el
vecino
-Ahora vamos a tomar una cerveza,
que para conversar, lo mejor es mantener la garganta húmeda. Invitó Patricio y
todos aceptaron.
Las botellas de cerveza fueron pasando una a una,
mientras se charlaba. Así fue que Patricio se enteró que el despliegue militar
de noches anteriores se debió al allanamiento de los pequeños mercados del
barrio.
-¿Y que buscaban ahí los
güevones? Preguntó Patricio
-Las garrafas vacías, compadre, se
las llevaron todas, ni un solo envase dejaron. Contestó alguien
Patricio quedó desconcertado, no entendía el porqué de
semejante despliegue para llevarse envases de gas. Sus dudas fueron despejadas
con la explicación de un vecino
-Los envases se están usando para
trasladar armas, se desfondan con una sierra eléctrica, se rellenan con las
armas y se vuelve a soldar el fondo. Cuando los militares te paran en la calle
y te revisan, no encuentran nada.
Al escuchar,
Patricio largó una carcajada, la inventiva del pueblo era una cantera
inagotable, ahí residía su fortaleza, que más temprano que tarde, los llevaría
a la victoria. La charla continuó hasta un rato antes del toque de queda,
cuando cada vecino marchó para su casa.
Toda la mañana Patricio se dedicó al pozo ciego, uno a
uno colocó los ladrillos, para encastrar la bóveda, para media tarde, estaba
listo, ahora tenía que esperar que seque el cemento, desparramar encima un poco
de tierra y estaría todo terminado. Se sentía satisfecho, le agradaba trabajar
en su casa y hacerlo todo con sus propias manos.
El día avanzaba y la camioneta no aparecía. Su ánimo
comenzaba a inquietarse. Caminaba por toda la casa y a cada instante miraba el
reloj y hacia la calle. La tarde lentamente desapareció, llegó la noche, pero
nadie vino por las armas.
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