Detrás de la Cordillera
32
Esa noche después de la cena
encendió la radio y sintonizó radio Moscú, muy poco fue lo que pudo escuchar,
las voces se volvían inaudibles. Quedó solo y en silencio en la cocina, recién de madrugada se fue acostar.
A pesar de esto se levantó muy temprano, antes que
Elena, cosa que no era habitual y los primeros rayos de sol lo encontraron
trabajando en el pozo. Todo esto llamó la atención de Elena, pero la mujer,
quien sospechaba de los silencios de su marido
no hizo preguntas.
Antes de las diez de la mañana el pozo estaba
terminado, es más, la tierra sobrante estaba desparramada por todo el terreno y
había trasplantado algunas de las plantas de las macetas a un rincón del
pequeño jardín. Patricio estaba fatigado pero contento.
Estaba sentado en el comedor descansando, cuando llegó
su madre. Apenas miró su cara entendió que algo grave había sucedido.
-Hernán fue detenido esta madrugada
. Dijo secamente Flora
-¿Y Laura adonde está, también a
ella se la llevaron?- Preguntó Patricio
- No, a tu hermana la dejaron, está
bastante golpeada, pero esta bien
-¿Cómo fue? ¡Cuenta de una vez, por
favor!. Pidió Patricio
- ¡¿Cómo va hacer?! ¡Cómo hacen
estos fascistas, cómo antes lo hicieron los nazis!! Igual, llegaron con la
oscuridad, rodearon el barrio, golpearon a las mujeres y cargaron a los hombres
en los camiones. A medida que hablaba, a
Flora se le llenaba hasta el alma de ira.
-¿Adónde lo tienen detenido?
-No sabemos, no dan información,
niegan que esté detenido, los muy cobardes. Los abogados del partido se están
moviendo, presentaron distintos recursos. Por la tarde tenemos una entrevista
con el obispo. Explicó Flora
-Yo voy con ustedes - Propuso
Patricio
-No es necesario, yo voy a
acompañar a tu hermana. Además, la entrevista es colectiva y nos pidieron que
vayan dos familiares por detenido, no quieren que se forme un tumulto en la
puerta del obispado. Con seguridad respondió Flora. Patricio no insistió sabía
de sobra, que cuando a su madre se le ponía algo en la cabeza, era imposible
hacerla cambiar de opinión.
Elena, que venia de la calle de hacer las compras
diarias, también conocía la noticia. Se pudo enterar que los detenidos de la
noche anterior eran más de cien.
- No hay barrio que no haya sufrido
la detención de algunos de sus vecinos, no se han salvado ni los seminaristas
que trabajan en el centro de salud. Comentó Elena, muy preocupada.
-Estos mal nacidos, no piensan
terminar nunca con la represión. Insultó Flora, que en su condición de maestra,
era la máxima expresión de insulto que se permitía.
-Bueno, es tiempo que vuelva para
casa. Agregó Flora, al momento que levantaba una pequeña cartera, que había
dejado apoyada en un mueble del comedor.
- Esperá un minuto, juntamos
algunas cosas y nos vamos con vos, quiero estar cerca de Laura, debemos
apoyarla entre todos. Le indicó Patricio a su madre, quien no dijo nada y sólo
asintió con la cabeza.
En la casa de Flora, estaba toda la familia. Cada uno
de los integrantes buscaba información, sobre el lugar de detención de Hernán,
pero los resultados eran escasos. Laura y Flora, al volver de la reunión en el
obispado estaban más optimistas. El obispo les había informado que se estaba
presionando al más alto nivel de la junta militar, y que esta, más tardar
mañana tendría que dar una respuesta. Eso traía bastante tranquilidad, si los
milicos reconocían la detención, se achicaban las posibilidades que los
detenidos fueran ejecutados clandestinamente.
Antes del anochecer Patricio y Elena regresaron a su
casa. Al abrir la puerta se encontraron con otra sorpresa. Era el telegrama de
la empresa. El texto era claro, Patricio debía presentarse en su lugar de
trabajo en el primer turno es decir a las seis de la mañana.
Patricio tenía una doble sensación, por un lado estaba
contento de volver a la fábrica, pero por otro sabía que nada sería igual, sus
compañeros entrañables ya no estaban y también sospechaba que los gringos
tomarían revancha. Lentamente fue acomodando el bolso, el mameluco, los botines
de seguridad y así una a una fue ordenando sus pertenencias.
Elena en cambio estaba muy triste, pero no decía nada,
cuando se acostaron no resistió más, se abrazo fuerte a su marido y llorando le
pidió.
-Por favor no te presentes, tengo
un mal presentimiento
Patricio llenó de caricias a su esposa, tratando de
calmarla, su boca besaba tenuemente los ojos de Elena, que no dejaban de
llorar. En su mente buscaba las mejores palabras para decirle, pero su lengua
se negaba a reproducirlas, quizás porque, en el fondo, también él tenía malos
augurios.
-Tengo que presentarme, es mi
deber. Fue lo único que dijo.
No volvieron a hablar, tirados en la cama,
abrazados se quedaron dormidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario