miércoles, 19 de febrero de 2014

"Detrás de la Cordillera"
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La toma marchaba bien. La organización de a poco se convertía en una máquina eficaz y podían plantearse nuevos objetivos, mucho más complejos. La primera semana, en lo político, transcurrió sin grandes novedades. La patronal no quería sentarse a la mesa de discusión, pero el gobierno había dado señales favorables para el proyecto de una rápida estatización. En la fábrica, el ánimo de los trabajadores era inmejorable. La medida de dividir a todos en parejas, para que pudieran estar con la familia, era un acierto y esto se podía palpar todos los días en la planta. Las relaciones entre los obreros en los primeros siete días eran muy buenas, solamente algunas discusiones menores que no habían empañado la convivencia general.
Cuando se cumplían diez días las cosas se empezaron a complicar…
Un grupo de guerrilleros argentinos después de fugarse de un penal donde estaban detenidos, secuestraron un avión, cruzaron la cordillera y le pidieron asilo al gobierno. Los grandes capitales locales e internacionales desataron una campaña presionando al gobierno popular para que cumpla los tratados de extradición y entregue a los guerrilleros a la dictadura Argentina.
Los gringos dueños de la empresa aprovecharon la situación para endurecer su posición, se negaban a abrir cualquier instancia de negociación si la fábrica permanecía tomada. Una mañana los paredones externos que daban a los fondos de la empresa aparecieron pintados: Fábrica tomada por guerrilleros: Yakarta esta cerca. A partir de ese momento la seguridad, no sólo fue adentro de la empresa, si no también en los alrededores. Para la tarea los trabajadores contaron con la ayuda de militantes de distintas organizaciones revolucionarias.
Los trabajadores, no se quedaron quietos y redoblaron los esfuerzos. Se trataba de no quedar aislados y mantener la iniciativa política. Con apenas cuatro días por delante se lanzaron a hacer un gran festival en la puerta principal de la fábrica. El trabajo a resolver era gigantesco, pero la participación de cada obrero era conmovedora. Miles de pares de brazos con un único objetivo, eran una fuerza imparable. Eran los mismos que unos meses antes, en los vestuarios, consumían pornografía, se jugaban a los naipes los salarios y hacían de cada cofre un pequeño mercado de baratijas. La lucha en conjunto les había hecho brotar lo mejor de cada uno.
 El gobierno popular, en esos días, había reafirmado su soberanía y su solidaridad al decretar que los compañeros argentinos no serian entregados a la dictadura. Todos los guerrilleros dejaron el suelo chileno en un vuelo directo a  La Habana.
El festival fue un gran éxito. Más de veinte mil personas rodearon el escenario montado en la puerta principal y llenaron las calles de solidaridad, 
En lo político se logro romper el cerco del aislamiento y con esa espectacular convocatoria acumular fuerza para próximas batallas. La iniciativa política estaba del lado de los trabajadores
Un broche de oro tuvo ese festival  inolvidable. Estaba bien entrada la noche, cuando las luces del escenario se apagaron y a oscuras se comenzaron a escuchar primeros acordes de Plegaria a un labrador. Al encender de nuevo las luces la figura inconfundible de Víctor Jara desde el medio del escenario los invitaba a cantar juntos.
Las manos de cada una se entrelazaron con las del otro, para no volver a soltarse hasta el final del festival.  Esa noche en las puertas de la fábrica la alegría fue solo del pueblo.
Patricio me contó que  nunca podrá olvidar la sensación que sintió al  ver desde arriba del escenario, el mar de banderas ondeantes, ni tampoco la euforia que embargaba a cada uno de sus compañeros. La alegría era una enfermedad contagiosa por ese entonces. No pudo dejar de emocionarse al recordar, a pesar que ya habían transcurrido muchos de estos hechos,  y, aún en ese momento, se le llenaban los ojos de lágrimas.








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