jueves, 11 de septiembre de 2014

Detrás de la Cordillera
40

Recostado en un camastro, Patricio trataba de dormir cuando escuchó unos gemidos muy tenues que venían de abajo de su cama. En un primer momento creyó que sus nervios lo estaban traicionando. Si bien su razón le decía que era imposible que alguien permaneciera en ese lugar, su curiosidad pudo más y dejando caer unos de sus brazos buscó debajo del armatoste de cemento.
Cuando su mano encontró la tibieza de un cuerpo, de un salto se levantó de la cama. Al agacharse sobre el bulto la sorpresa fue terrible, no lo pudo resistir y  retrocedió espantado.
Una vez que se sobrepuso volvió a acercarse, el cuerpo envuelto en una mugrienta frazada, estaba completamente despellejado, sólo la piel de su cara no había sido maltratada. Patricio, no sin esfuerzo, pudo reconocerlo, era Guillermo Paniqueo, dirigente de la comunidad mapuche.
El salvajismo con que había sido torturado sólo se lo podía entender desde el desprecio que tenía el ejército hacía los pueblos indígenas. En el cuerpo de Guillermo, o en lo que quedaba de él, estaban las marcas del  odio de las clases dominantes, porque Paniqueo era la síntesis de la lucha del pueblo chileno, era  mapuche y comunista.
De rodillas, al lado del cuerpo y con las manos paralizadas de impotencia, Patricio permaneció al lado Guillermo el resto de la noche. Paniqueo en un momento abrió muy grandes los ojos y lo reconoció. Entonces Patricio comenzó a cantar muy por lo bajo una canción de cuna mapuche  Guillermo agradeció con la mirada y con una sonrisa en los labios, se quedo dormido.
Por la mañana muy temprano Patricio fue trasladado nuevamente, para su sorpresa, no fue vendado y el viaje lo hizo en un camión celular. Eso sí, lo que no cambió fueron los golpes, tanto cuando lo subieron como cuando lo bajaron, la lluvia de palos fue copiosa sobre su cuerpo. En su nuevo destino permaneció completamente aislado. La celda era espaciosa y pasaba las horas en la oscuridad mas absoluta. El tiempo era algo inmóvil, cada segundo era una pesadilla, sin ruidos, sin pasos, sin voces, hasta comenzaba a añorar los golpes. Esto lo asustaba de sobremanera, nunca se había sentido tan indefenso, la soledad comenzaba a desequilibrarlo.
Cuando al fin abrieron la pesada puerta, Patricio suspiró aliviado. Con una sucia capucha le cubrieron la cabeza pero no se asustó, a pesar de que estaba al tanto que muchos de los cuerpos que aparecían acribillados en los ríos y barrancos tenían una capucha en sus cabezas. Lo primordial en ese momento era salir de ese silencioso calabozo, al menos por unos minutos, lo demás no tenía importancia. En su breve  estadía como detenido, había comprendido que para un preso el único tiempo que tiene alguna validez es el presente. El futuro estaba al final del pasillo y hacia él se dirigía lentamente encapuchado, lo que no nunca podía imaginarse era que se estaba acercando hacia el desastre.
En el lugar donde fue depositado, permaneció de pie con las manos esposadas a su espalda por un largo tiempo. Agudizó el oído tratando de escuchar algo, pero le fue imposible, el silencio era total.
El chasquido de un interruptor de luz se escuchó nítido, por el entretejido de la capucha se dejaba ver la claridad de la luz recién encendida. Patricio oyó que unos pasos se acercaban hacia él, tensó todos sus músculos con el afán de defenderse de los próximos golpes. Pasaron los segundos se convirtieron en minutos, no hubo golpes ni tampoco palabras. Con sumo cuidado le quitaron las esposas y  lo hicieron sentar, por último le retiraron la capucha. Cuando los ojos se le acostumbraron a la luz, Patricio vio que  arriba del escritorio había un bloc de hojas en blanco y una lapicera. A sus espaldas una voz
-Buenas noches - Patricio sorprendido, girando la cabeza respondió al saludo
Un mayor en uniforme de combate reluciente se le acercó. Con cortesía extendió un cigarrillo al momento que decía
-¡Que bárbaros! Como lo golpearon, son unos bestias, créame en el ejército no somos todos iguales. La situación se les fue un poco de las manos, en algunos cuadros hubo mucho revanchismo, sobre todo los suboficiales, ellos son gente menos racional ¿entiende? Lo que pasa es que era inaceptable ver a los instructores cubanos dando órdenes adentro de los cuarteles. En fin, una etapa que por suerte se cierra. Ahora basta de golpes, acá arriba tiene unas hojas en blanco, por favor escriba su declaración, yo me voy a retirar de este cuarto para que usted no se sienta presionado y así sin ningún tipo de violencia y en tranquilidad escriba toda la verdad. Antes de retirarse dejó un atado de cigarrillos arriba del escritorio 
- Puede fumar - Y salió dando un portazo.


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