miércoles, 24 de septiembre de 2014

Detrás de la Cordillera
42

El silencio se quebró cuando el militar con voz cómplice preguntó
-¿Dónde están las armas Quesada?
-Todo lo que tenia que decir está escrito acá. Respondió Patricio señalando el papel con su declaración que permanecía arriba de la mesa.
Sin vacilar el mayor llamó con un grito a su asistente
- ¡Cabo!
Este se presento clavando los tacos aparatosamente a forma de saludo y por más que estaba a menos de dos metros de distancia gritó:
 - ¡Ordene mi mayor!
-Cabo  se va con una patrulla hasta la casa del detenido y me trae a la mujer.
Al quedar solo en la habitación Patricio se encontró perdido, el solo pensar en que su compañera fuese detenida le producía escalofríos, la idea le causaba espanto y desesperación.
Horas después el mayor reingresó con paso triunfal. Fue hasta un ventanal, descorrió una pesada cortina y con un ampuloso ademán le ordenó a Patricio  que se acerque.
-Hermosa mujer  Quesada - Y sonriendo agregó -Y por demás valiente, por nada del mundo aceptó  dejar la criatura en la casa de los vecinos
Con dificultad, Patricio se acercó hasta el ventanal, las piernas le pesaban y se negaban a conducirlo. Al ver, desde detrás de los vidrios, a unos cincuenta metros, parada en el patio de armas, al lado de un camión, la figura de una mujer con un bebé en brazos, el corazón se le estrujó de impotencia. Con sus puños golpeó el grueso vidrio tratando de llamarla. El mayor lo arrastró de uno de sus brazos, sacándolo del ventanal, y corrió de nuevo la cortina. Desde afuera llegó nítido a los oídos de Patricio el llanto del niño.
-Así es la cosa Quesada, las armas por tu mujer. Me parece que es un buen trato, dices donde están las armas y ella regresa tranquilamente a tu casa. Apoltronado en su sillón habló el mayor, que ahora lo tuteaba y disfrutaba con la situación.
Patricio escuchaba sin oír, no estaba ahí, estaba en la plaza de armas al lado de su mujer, bajo la fría lluvia cubierto por la noche. El militar, levantando la voz, repitió la propuesta, Patricio no alzó la cabeza y permaneció en silencio.
-¡Carajo, dónde mierda están las armas!- Gritó el mayor. Patricio pareció volver de alguna parte del infinito y limpiándose las lágrimas que corrían por su cara respondió:
-No hay armas, nunca las hubo, todo es un invento de mi cuñado- El puñetazo resonó sobre la cara de Patricio que cayó al suelo.
-¡Cabo! -  Llamó el mayor  alzando el brazo para señalar con sus dedos, en una v de muerte, la infame orden - Salga a la plaza y me le pega dos tiros a esa perra.
El cabo escuchó desde el umbral de la puerta y partió sin titubeos a cumplir la orden , sin antes golpear sus tacos como de costumbre.
Al sonar los disparos en la noche, Patricio los sintió en su  cuerpo, la vida se le desangraba a chorros entre sus manos y el llanto del niño que llegaba desde afuera le taladraba los oídos.
- Tarea cumplida mi mayor- Habló el cabo.
-¿Y la criatura?- Preguntó el mayor. El cabo quedo confundido ante la pregunta y no supo que decir, luego respondió
-Esta ahí afuera llorando al lado del cuerpo de la madre.
El mayor de nuevo alzó su mano y volvió a marcar su v de muerte, pero antes de decir una palabra, Patricio se interpuso entre los dos militares.
-¡Basta carajo! Paren esta carnicería, quieren las armas, yo se las daré, yo sé dónde están. Las palabras le salieron a borbotones, entrecortadas por la impotencia y la pena.




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