Detrás de la Cordillera
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Desde la cuna y a medio cambiar
Lautaro lloraba con más fuerza, doña María que permanecía de pie junto a la
puerta, no se dejó estar y con decisión se hizo cargo del niño y enseguida lo
calmó.
-Como vos tardabas, él se puso muy
nervioso, la fiebre no dejaba de subirle y por momentos deliraba, se la pasaba
llamando a su compañera
-¿No te dijo para dónde iba?
-Para su casa, quería sacar a su
compañera antes que lleguen los milicos
-¿Cómo estaba la herida?
-Muy fea, toda la pierna hinchada,
todo el pie hecho una morcilla, le presté unos botines de seguridad de esos
tuyos, de la empresa, por que no se podía calzar sus botas
-¿Hace mucho tiempo que salió?
-No más de veinte minutos. Apenas
puede caminar y además la pierna le había vuelto a sangrar, así que no debe
estar muy lejos
- Me voy a buscarlo, en esas condiciones
en la calle es carne para los carabineros
Habló Patricio
alzando un abrigo. Doña María puso en brazos de Elena al pequeño Lautaro, alzó
su botiquín y con vos firme dijo:
-Vamos, tenemos que encontrarlo
antes del toque de queda
-Señora no es necesario que me
acompañe, puedo ir solo. La calle está muy peligrosa, está anocheciendo y los
pacos andan como locos Argumento Patricio
-Mira muchacho, no tenemos tiempo
para perder en discusiones estériles, en la calle hay un compañero herido al
que debemos encontrar, y una vez que lo hagamos la única que lo puede curar soy
yo
-En eso tiene razón, pero puede
esperarme aquí en la casa - Insistió Patricio
-¿Qué te pensás? ¿Porque soy vieja
y tengo la cabeza llena de canas no sirvo para nada?. Aún me sobran ovarios
para pelear- Replico furiosa doña María
Patricio sonrojado le pidió disculpas. La mujer las
aceptó refunfuñando contra la soberbia de los jóvenes, Elena con Lautaro en brazos sonrío por
la situación.
Salieron apurando el paso. Hicieron un par de cuadras
cuando se toparon con un retén militar que los detuvo para pedirles los
documentos de identidad. Doña María se manejó con mucha frialdad, mostró su
botiquín y su vieja credencial de enfermera. Los militares le permitieron que
continuaran la marcha pero antes aconsejaron que se metieran en su casa
rápidamente porque los subversivos estaban poniendo bombas en las calles. Doña
María agradeció con una sonrisa. Cuando se estaban alejando del retén, Patricio
pudo ver con total nitidez como a Germán
lo cargaban, junto con otras personas en un camión militar. Un frío le
corrió por la espalda y un nudo le cerró la garganta.
-¿Y ahora para dónde vamos?
Preguntó doña María, quien ante la falta de repuesta insistió -¿Qué pasa muchacho, te quedaste sordo?
-Todo terminó, el compañero fue
detenido. vi. cuando lo cargaban al camión
-¿Estás seguro muchacho, no te
habrás confundido?
-Sin ninguna duda era el compañero
Germán. Respondió Patricio con la voz cortada por el llanto. Doña María sacó un
pañuelo del bolsillo de su abrigo y con mucha ternura le secó las lágrimas.
Patricio agradeció el gesto y luego de unos instantes dijo:
-Se hace tarde, vamos que la
acompaño hasta su casa
-No te molestes muchacho, andá para
tu casa que tu compañera debe estar preocupada. No soy tan vieja, todavía me
las puedo arreglar sola
-Por favor doña María. A la
soberbia de un joven, no responda con la soberbia de un viejo. Una es tan mala
como la otra, deje que la acompañe
-Es cierto muchacho. Las dos son
malas. Pero la soberbia de un viejo es peor, porque es la demostración que hemos aprendido poco de la vida
Doña María aceptó el brazo firme que Patricio le
ofrecía y en silencio caminaron eludiendo los retenes. Cuando la hija de doña
María abrió le puerta no trajo con ella
ese hermoso olor a jazmines, que ratos antes había conmovido a Patricio. Por
esas horas, un solo y único olor impregnaba todo Chile y era de miedo
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