Detrás de la Cordillera
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La ciudad estaba completamente
militarizada. Era imposible llegar desde las barriadas obreras hasta el centro.
Las patrullas del ejército cerraban todos los caminos y revisaban
minuciosamente todos los vehículos. Patricio anduvo toda la mañana de un lado a
otro evaluando las posibilidades para el traslado de las armas. Trató de
contactarse con algún compañero de la organización, cosa que le resultó
imposible ya que muchos de ellos estaban detenidos y a otros no pudo
localizarlos.
Sin embargo, tanto caminar le resultó provechoso.
Siguiendo el boca a boca se pudo enterar de que en las afueras de la ciudad, en
la montaña, se estaba resistiendo. Que milicias populares se replegaron hasta
los cerros y ahí se estaban haciendo fuerte. También decía la información que
estas milicias estaban dirigidas por el
Partido Comunista. Otro dato valioso que encontró fue que todas las
noches, con un aparato de onda corta, se podía sintonizar radio Moscú, que
trasmitía en especial para Chile, tratando de coordinar toda la información en
favor de la resistencia.
De regreso en su casa Patricio almorzó junto a Elena.
Después de una breve sobremesa, pidió una bicicleta prestada, cargó una caña de
pescar y volvió a salir. Ahora se
dirigía en dirección inversa. Ya no trataba
de llegar al centro de la ciudad sino todo lo contrario, viajaba hacía las
afueras.
El trayecto era extenso y tendría que pedalear sin pausa si quería
llegar al lago y volver antes del toque de queda. Esto no lo amilanaba; por el
contrario, pensó que el ejercicio le vendría muy bien ya que en los últimos
tiempos había descuidado su físico. Recordó los consejos de un instructor en su
viaje a Cuba: “El físico es la primer arma de un revolucionario. Mantenerlo en
forma es tan necesario como el fusil engrasado del guerrillero”.
Al llegar al lago, después de dar un largo rodeo para
evitar a las patrullas militares, se sintió reconfortado porque el largo
trayecto lo había realizado en un buen tiempo
y esto significaba que su físico aún estaba en buena forma. Arrojó la caña
al agua y con mucho disimulo se puso a recorrer los alrededores. Hacia el este,
en las primeras estribaciones de la montaña, debían estar los núcleos de la
resistencia. Debía tomar contacto con estos grupos, sin duda las armas serían
muy bien recibidas.
Su primera evaluación era positiva. Las armas podía
ser trasladadas hasta las orillas del lago y de ahí, aprovechando la noche, ser
llevadas hasta los combatientes. Miró el reloj, se hacia tarde. Recogió la caña,
acomodó los bártulos y inició el viaje de vuelta.
Regresó a la casa con las primeras sombras de la
noche. La calle estaba prácticamente desierta. Elena tenía la comida casi lista
así que cenaron muy temprano, luego Elena se fue a dormir. Patricio, en cambio,
se quedó en la cocina a lavar los platos y una vez que acabó con la tarea
encendió la radio.
El aparato era moderno pero aún así tuvo serias
dificultades para poder sintonizar Radio Moscú. La transmisión llegaba con
muchas interferencias. Para poder escuchar mejor, tuvo que poner la oreja casi
encima del parlante y permaneció en esa posición durante más de una hora.
Cuando finalizó el programa, se sentía reconfortado
por el minucioso informe que le traía buenas noticias: en todo el país se
resistía a la dictadura. Si bien las fuerzas populares habían tenido muchas
bajas, el gobierno fascista estaba aislado internacionalmente.
Apagó el aparato, encendió un cigarrillo y se preparó
un café. Una idea principal lo desvelaba: ¿cómo hacer que las armas llegaran a
los combatientes? En eso estaban sus pensamientos cuando escuchó en la calle
ruido de motores, frenos y gritos.
Sin perder el
tiempo se acercó hasta la ventana para espiar hacia la calle. Lo que vio lo
dejó atónito: una formación de camiones militares circulaba a paso de hombre frente
de la casa. De varios de ellos ya se habían desprendido manojos de soldados
que, con sus armas en las manos, tomaban posiciones apuntando hacía las casas
del barrio.
Las voces de los militares llegaban nítidas hasta la
casa. A Patricio se le heló la sangre,
le temblaron las piernas, los oídos le zumbaban y el corazón le retumbaba en el
pecho. Se sintió perdido.
Fue hasta la habitación donde, en la cama matrimonial,
Elena dormía junto a Lautaro, se acercó en puntas de píe para no despertarlos,
besó a su mujer en la frente y volvió a tapar con la manta a su hijo, que como
todas las noches se había destapado. Antes de cerrar la puerta del cuarto, miró
por última vez a su familia dormida y no pudo evitar que unas lágrimas le
mojaran las mejillas.
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