Detrás de la Cordillera
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Amanecía cuando lo bajaron del camión, había dejado de
llover y ráfagas de viento helado lo
sacudían todo. Al ver de nuevo su casa se conmovió, le parecía todo tan lejano
como si hubieran pasado años, para él era inconcebible que en apenas tan poco
tiempo todo hubiese sido destruido. Se negó a entrar, no soportaba ver esos
lugares tan comunes, como la cocina, el pequeño comedor y mucho menos el
dormitorio, todo estaba impregnado del
recuerdo de su compañera. Sin una palabra, señaló la cámara del baño, que
estaba en el pequeño jardín, en el frente de la casa. Nada se veía, únicamente,
al ras del piso un caño de unos diez
centímetros que hacia de respiradero, al borde de este una soga disimulada
entre el pasto bajaba hacía el pozo. Dos soldados provistos de palas, con
rapidez, abrieron un boquete. Luego tirando de la cuerda alzaron los distintos
bultos donde estaban guardadas las armas. Patricio esposado e impávido desde un
rincón siguió toda la escena.
Una a una, las armas fueron saliendo de sus
envoltorios herméticos de trapo y plástico donde estaban protegidas de las
inmundicias del pozo. El olor a mierda era intenso, pero esto no impidió que
los milicos labraran burocráticas actas por triplicado y luego trajeran a un
vecino por la fuerza para que las firme en calidad de testigo. Una vez
terminado el trámite, las armas fueron cargadas en el camión. Patricio, en
cambio, fue trasladado en una camioneta donde a su lado viajó el mayor.
Apenas se habían encendido los motores de los
vehículos, cuando el mayor extrajo de un bolsillo de su guerrera una petaca con
ginebra, tomó un sorbo y luego de chasquear los labios, pasó la bebida a sus
tres compañeros, todos empinaron el codo. Una vez que la botella volvió a sus
manos el mayor le ofreció un trago a Patricio, que meneando la cabeza no
aceptó.
-Pues ya que no quieres compartir
una ginebra con nosotros, al menos acepte un cigarrillo, si al final estamos
entre amigos- Todos los militares rieron festejando la ocurrencia del mayor,
mientras la petaca seguía pasando de mano en mano.
Patricio fumaba con la cabeza mirando el piso, no
queriendo ver por la ventanilla las imágenes de su barrio, lo lastimaban aún más. Una vez que se terminó
el contenido de la petaca, desde la guantera de la camioneta apareció otra
botella. Esto animó un poco más a los militares, que comenzaron a cantar una
marcha que mezclaba lo épico, de guerras que jamás habían hecho, con nombres de
pupilas de burdeles, que sí habían visitado.
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