Detrás de la Cordillera
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La jarana se sosegó al toparse con un retén militar
que estaba parando el transito. El mayor recobró la compostura y después de
identificarse continuaron la marcha.
-Ustedes ni se imaginan lo buena que está la mujer de
este güevón- Comentó el mayor a sus camaradas, que pusieron cara de interesarse
por el tema. Patricio le descargó todo el odio del que era capaz en una sola
mirada. La mano de otro milico se posó con fuerza sobre su cabeza obligándolo a
bajarla
-No te pongas así cabrito, que estamos entre amigos- Y
preguntó: - ¿Se la trincó mi mayor? cuente nomás a sus subordinados, que somos
todo oído.
-Yo soy un caballero y un caballero nunca cuenta esas
cosas, mucho menos los detalles íntimos de la cuestión. Respondió el mayor
dándose importancia
-No tenemos ninguna duda que usted es un caballero mi
mayor, pero no estamos hablando de una dama, sino de una perra roja. Acotó
otro.
El soldado que manejaba la camioneta, que hasta esos
momentos se había mantenido en silencio, animado por la ginebra se atrevió a
preguntar
-¿Es cierto que las comunistas son bravas en la cama?
Era apenas un muchacho y por el acento se delataba que era un campesino
-Más que bravas, las zurdas son
herejes para la tripa ¡les gusta más que comer! Contestó el mayor. Las carcajadas
se redoblaron.
-Me parece mi mayor que este anda queriendo probar,
tiene cara de no haberle visto todavía la cara a dios. Intervino alguien señalando al soldado, que
enrojeció.
-Si estos chilotes brutos en el campo se las arreglan
con las cabras no más, mi mayor
-No se preocupe m’hijito. Su mayor será un padre para
usted, así que le prometo que no pasa de esta semana sin debutar. Todos aplaudieron
- ¡Que sea con la mujer de este güevón!- Se escuchó a
alguien gritar por entre los aplausos.
-No es mala la idea, por el contrario, la apoyo. Sentenció
el mayor, mientras terminaba de un trago con lo que quedaba en la botella.
-Basta, qué quieren, ya tienen las
armas, al menos dejen la memoria de mi mujer en paz. Con la voz entrecortada de
bronca, Patricio los increpó. Los milicos lo miraron desconcertados. El mayor,
pasados unos instantes, comenzó a reírse. Sus subordinados no entendían lo que
pasaba, paro también rieron. Al momento la cabina de la camioneta se llenó de
carcajadas.
-Mirá Quesada que sos entupido,
¿así que te creíste lo de la muerte de tu mujer?. Todo fue una trampa para que
vos cantaras todo como un canario. Tu
mujer esta en la casa de sus padres y nunca fue detenida. Explicó el mayor
ahogado por la risa.
- ¿Y la mujer en el patio de armas,
y los tiros? Con ansiedad preguntó
Patricio
-Al final me defraudás Quesada, sos
un bruto. La mujer es una fiel colaboradora, que antes estaba en tus filas y
ahora trabaja para nosotros, todo fue papel pintado. Hizo una pausa y terminó
con una reflexión: -Ustedes los zurdos son todos iguales, muchas ideas pero
poca inteligencia, por eso nosotros ganamos esta guerra, nos sobra astucia.
Patricio no preguntó nada más, por un lado se sentía
aliviado. Que su compañera no estuviera muerta, era un peso enorme que se
sacaba de encima, una cruz de culpa que lo agobiaba. Pero también estaba
descorazonado, había entregado las armas y esto no se lo podía perdonar. Se
sintió vencido.
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