miércoles, 18 de diciembre de 2013

"Detrás de la Cordillera"
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La lluvia golpeteaba contra el cubre techo de la carpa. Durante todo ese viernes no había dejado de llover. A nuestro frente el río marrón parecía dormido. El comedor del camping, en cambio, rebozaba de actividad. En las distintas mesas se jugaba a los naipes, a los dados, o simplemente se charlaba animadamente.
 Sobre la costa, unos pescadores que el mal tiempo no había hecho claudicar, se aprestaban a pasar la noche junto al río. Cada tanto, con un aplauso cerrado, se festejaba la buena pericia de algunos de ellos que había conseguido una buena pieza. Por todo el predio estaban esparcidas las carpas y también alguna casa rodante. Bajo el único quincho alguien  trataba de hacer fuego para un asado.  A nuestras espaldas se dibujaban los esqueletos de los puestos de la feria de artesanías, la calle estaba desierta y el atardecer ya se había ido.
-Compadre, venga que tengo el agua lista para el mate- La invitación llegó desde la carpa de al lado.
Nos acomodamos en la carpa de Patricio, un chileno a quien a había conocido  el día anterior en la inauguración de la feria. La coincidencia nos había dejado de vecinos, con el puesto colocado uno  al lado del otro y enseguida  nos comenzamos a tratar como viejos amigos. Patricio era un tipo llano y solidario. Cuando le pregunté como había conocido a un amigo en común: Vladimir Hurtado, jamás imaginé lo que obtendría como respuesta. 
 -Así que querés saber  cómo conocí a Vladimir- Contestó Patricio, que haciendo  una pausa para terminar el mate  agregó:
-Te voy a contar todo. Desde el principio, total tiempo es lo que sobra- Y empezó hablar
Nuestro proceso político, el chileno, lo podemos comparar con un boxeador. Esos pibes pobres, que vislumbran una posibilidad, aunque remota, de ser campeón mundial y se agarran a ella para salir de la miseria. Así nos paso a nosotros.  Años haciendo bolsa, sombra, guanteo, practicando para la gran pelea…
…Lo primero que aprendimos fue a defendernos, a que no nos peguen tanto. La sociedad chilena siempre fue tajante, una elite, hija de la antigua nobleza colonial y prima hermana de la aristocracia rural. Ellos por un lado y por el otro, nosotros, el pueblo: obreros, campesinos, indios, pequeños comerciantes. “Los rotos” como siempre nos llamaron los dueños de Chile. De a poco fuimos aprendimos a cómo pararnos en el ring. Lo más importante que hay que tener en claro, es saber quién es uno, tener identidad de clase. Desde ahí saber elegir tus aliados, ayudarse mutuamente y respetarse. Fue un trabajo de hormiga, año tras año acumulando experiencia, los combates te van trayendo conocimientos, avanzar dos, retroceder uno y de a poco fuimos ganando nuestras primeras peleas, con algunos nockout resonantes. Los triunfos hacen crecer la confianza en tus propias fuerzas, aumenta tu optimismo, te sentís cada día más fuerte.  Las derrotas no te hacen mella si hay capacidad para la autocrítica y así podes seguir avanzando. Pero ojo, nunca hay que dejar el gimnasio, todos los días hay que estar al pie del cañón y jamás dudar en lograr la victoria
Hicimos las cosas bien y el enemigo comenzó a preocuparse. Los grandes periódicos comenzaron atacarnos. Todos los días con grandes títulos escribían sus mentiras y llenaban de miedo todo Chile. Pero a pesar de todos ellos, llegó el gran día de pelear por título… Los embocamos y ganamos por nocaut.
Allende presidente,¡¡¡Que alegría!!! Era tomar el cielo por asalto.  Una fuerza invencible de miles de voluntades cantó y bailó esa noche por todas las calles.  Patricio hizo una pausa, con la cara iluminada de alegría, envolvió el mate en una de sus manos y me lo extendió
 -Fuimos felices entonces, muy felices- Dijo mirando el río que seguía  dormido y por un momento se quedo muy callado. Luego su cara se lleno de tristeza y  continúo relatando  - Pero no sólo hay que ganar el título, lo más difícil es mantenerlo y nosotros no pudimos… Yo soy un hijo más de ese proceso heroico y bello que realizó el pueblo chileno.



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