miércoles, 25 de diciembre de 2013

"Detrás de la Cordillera"
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Apenas con veinte años y con mi título, recién estrenado, de oficial soldador múltiple ingresé en la fábrica. Hasta ese entonces mi experiencia política en lo práctico era mínima, mas allá que toda mi familia tenia militancia política
 Una vez, en un trabajo anterior, en la construcción, le pregunté a un compañero mayor, que siempre  se ponía a hablar de Marx y Lenin, el por qué de su militancia comunista. El viejo Juan respondió sencillamente. Esa pregunta tendrías que hacérsela a un obrero que no es de izquierda. Lo natural es que el trabajador tenga su identidad de clase, su partido, su sindicato, es tan normal como este sol que nos alumbra, la anormalidad que busca tu pregunta está en otra parte. Su respuesta me hizo pensar mucho y a partir de ese momento lo comencé a bombardear con preguntas. El viejo, con paciencia infinita, siempre me trató de explicar todo. Muchas veces al salir de la obra, continuaban las charlas. Una vez de forma muy solemne me dijo:
-Es hora compañero, de agarrar los libros. Es deber de todo obrero formarse intelectualmente, pero no con el afán de adquirir conocimientos para el lucimiento personal o el saber desde una óptica del poder. Ese es el punto de vista de la burguesía, tener el conocimiento para la dominación. Nuestra formación en el saber está regida en el valor proletario, socializar el conocimiento. Usted se debe formar y profundizar su saber para poder ayudar a otros hermanos de clase a salir de la ignorancia y el oscurantismo que le impone el capital. Nunca su saber puede estar al servicio de fines personales o de dominación. Al acabar con el monólogo me alcanzó dos libros gastados.
Cuando ingresé a la fábrica puedo decir que era un proto-revolucionario, además el país era una caldera. Aún faltaban varios meses para las elecciones presidenciales, pero la posibilidad del triunfo de Allende comenzaba a ser concreta y ante esto el pueblo redoblaba sus esfuerzos.
    En la fábrica éramos tres mil quinientos obreros, divididos en jornadas de ocho horas con turnos rotativos. Mi debut fue en el turno noche y antes del tercer mes participé en un paro. La empresa no quería pagar un plus por altura, ni tampoco cumplir las demandas de seguridad. No es moco de pavo soldar a tres o cuatro metros del piso, con el viento del sur moviendo de un lado a otro el andamio. Los dueños estaban dispuestos a discutir el plus. Peso más, peso menos, al final habría acuerdo, pero se negaban de plano a discutir las medidas de seguridad y mucho menos que estas fueran controladas por el sindicato. El único control posible para ellos, era el del ministerio de trabajo, donde tenían los inspectores comprados. Al cuarto día del paro vino a discutir con nosotros un gerente gringo. Hablaba correctamente el castellano, sólo que cuando se enojaba y levantaba la voz, lo hacía en inglés, mezclando los idiomas, cosa que nos irritaba por demás.
-Mi no entender, por qué después de treinta años, ahora pedir seguridad. Antes no problema y trabajar, ahora no producir, querer control de fábrica. Nosotros única  ley ministerio- Gritaba el gringo.
Claro que los gringos no podían entender. Chile estaba cambiando. Cinco días antes del triunfo electoral de Allende, la empresa firmó, no sólo el aumento por altura, sino también el nuevo reglamento de seguridad industrial, donde el cumplimiento estaba controlado por el sindicato y la comisión interna de la fábrica. Desde ese momento hasta el golpe de estado no tuvimos ni un sólo accidente, mientras que antes eran moneda corriente las desgracias, muchas de ellas fatales.
Una vez  ganadas las elecciones,  entramos en un espiral de lucha impresionante. Las clases dominantes no se resignaban a perder sus privilegios y desde el mismo momento en que se conocieron los resultados electorales comenzaron a conspirar, preparando el golpe de estado.
Vivimos momentos febriles y hermosos, cada día que pasaba representaba como diez en experiencia, no se paraba un instante. De las asambleas de la fábrica, a la reunión del comité barrial, a la escuela y de ahí a la universidad.  Los fines de semana los obreros y los estudiantes salíamos en brigadas para alfabetizar en zonas rurales. Miles de jóvenes por todo Chile llevaban solidaridad y esperanza a cada rincón de la patria. Un fin de semana de esos conocí a Elena, una estudiante del último año del liceo. Nos enamoramos  de inmediato y después de seis meses de noviazgo,  nos casamos.
Para esa misma época, fui elegido delegado, cosa que me llenó de orgullo y alegría. En la fábrica, en ese momento, librábamos una dura lucha ideológica. Un sector de los trabajadores estaba ganado con las ideas de la burguesía, no comprendían la nueva situación del país y el papel de los trabajadores en este proceso. Y nosotros debíamos jugar un papel de vanguardia, para ayudar a esos trabajadores.


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