miércoles, 27 de agosto de 2014

Detrás de la Cordillera
38

Esa misma tarde a Patricio lo vendaron y lo cargaron en un camión. Pensó que ese era el final, que en un lugar del camino el camión detendría su marcha y con un tiro en la nuca sería arrojado al fondo de un barranco. Estaba tranquilo, desde el mismo momento de su detención la muerte era una posibilidad concreta, si hoy había llegado su hora, se sentía con el deber cumplido. La tortura no había logrado quebrarlo y las armas no habían sido encontradas.
El camión detuvo su marcha, pero no hubo tiro en la nuca ni fondo de barranco. Otra unidad militar era el nuevo lugar de detención, el recibimiento fue el común que tenían todos los presos, una lluvia de patadas y culatazos propinados por todos los efectivos.
Una vez en el calabozo le retiraron la venda, al acostumbrar sus ojos a la oscuridad pudo ver que en un rincón había dos camastros y para su sorpresa una persona estaba tirada encima de uno de ellos. Patricio se recostó sin hacer ruido y se quedo dormido.
Al despertar, ya era de noche cerrada, su compañero de celda, que dijo llamarse Paulo, lo convidó con un cigarrillo, a Patricio el tabaco le sabía al paraíso.
En voz baja comenzaron a charlar. Paulo contó que estaba detenido desde el mismo día del golpe. Creía que lo peor ya había pasado, ahora estaba legalizado y en las próximas horas sería trasladado a un penal a esperar una segura condena.
Ninguno de los dos preguntó al otro por su militancia política, ni a qué organización pertenecía, era una cuestión de mutuo respeto. Lo que sí hicieron, fue intercambiar opiniones sobre los errores cometidos, que permitieron el golpe fascista, pero sobre todo conversaron del futuro y del triunfo. Embargados de optimismo se durmieron de madrugada.
A  primera hora de la mañana vinieron a buscar a Paulo. Con un breve apretón de manos se despidieron y se desearon suerte mutuamente ante la mirada de los guardianes. Ya desde afuera del calabozo Paulo dijo riéndose.
-Te dejo la habitación del hotel toda para vos, ahora podés dormir en mi colchón que es más blando y usar mi almohada
Una vez que los pasos se alejaron por el corredor, Patricio comenzó a buscar en la cama de su compañero y en la almohada encontró un atado casi completo de cigarrillos.
El nuevo lugar de detención era mucho más flexible que el anterior, una vez al día era sacado de la celda y llevado a un baño donde, además de hacer sus necesidades, podía bañarse. Su ropa, que estaba echa jirones y llena de sangre seca, le fue retirada y a cambio le entregaron un pantalón y una camisa marrón.
En el baño se apelotonaban más de a cincuenta detenidos, estaba prohibido hablar y no se permitía ni el menor de los murmullos. Los guardias eran por lo menos veinte, en su mayoría soldados que no podían disimular su miedo. Aferrados a sus fusiles automáticos caminaban entre los presos con ojos desorbitados y los dedos engarfiados en  las colas de los disparadores.
Una noche, Patricio fue sacado de su celda, lo cruzaron por todo el patio de armas y lo entraron en otra edificación,. En la puerta sus guardianes lo entregaron a otros uniformados, el aliento de estos  delataba que habían estado bebiendo. Lo llevaron por un lúgubre pasillo y a medida que avanzaban la música resonaba con más fuerza.
Al final Patricio fue arrojado violentamente en un calabozo, en su caída piso un cuerpo que estaba tirado y envuelto en una manta sobre el suelo. Al ponerse de pie se disculpó, nadie le respondió, a sus espaldas alguien estaba llorando, no se atrevió a acercarse, buscó un rincón y se sentó sin hablar.



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