miércoles, 12 de noviembre de 2014

Detrás de la Cordillera
48

En el penal había una rutina establecida. Eran levantados un poco antes que asomara el sol y, en tandas de a veinte, conducidos hasta el baño donde se duchaban con agua fría. Después hacían las camas y limpiaban el pabellón. Una vez que terminaban salían al patio donde formaban por sección y de ahí pasaban a otra barraca, que hacía las veces de comedor donde tomaban un té con un bollo de pan.
Al acabar el desayuno volvían a formar, se izaba la bandera y se tomaba lista. Luego los presos se dispersaban en pequeños grupos a cumplir distintas tareas, juntar leña, pintar, cortar pasto, ayudar en la cocina, limpiar la playa, colaborar en la lavandería.
Esta rutina podía ser cambiada por el oficial que estuviera de turno, algunas veces antes de pasar por la ducha eran sacados en calzoncillos y descalzos a correr por el patio lleno de escarcha.
 La seguridad interna estaba a cargo de un oficial de baja graduación y de seis suboficiales, dos de estos por cada pabellón, cada grupo permanecía una semana y luego era suplantado por otro. Patricio comprendió con rapidez las diferencias que existían entre un grupo de carceleros y otro. Al comienzo, de los cuatro grupos que tenían en un mes, tres de ellos eran duros, sobre todo  el que encabezaba el teniente Parrado. Además, cada grupo contaba con el apoyo de una buena cantidad de soldados, que tenían prohibido hablar con los detenidos. Era entre chistoso y patético verlos dentro sus uniformes grandes, para sus cuerpos escuálidos, mirar con terror a los detenidos. La totalidad de los soldados eran muchachos campesinos o de baja condición social y sin ninguna educación política. Entre los detenidos era ley no escrita, no comprometer bajo ninguna circunstancia a los soldados. Todos sabían con que brutalidad eran tratados por la oficialidad, si eran descubiertos hablando con los presos.
La llegada de Patricio coincidió con la semana del turno del capitán Castellano y del sargento Peña a cargo de la custodia del pabellón. Estos formaban parte del grupo paleta, así llamados por los detenidos porque eran buenas personas, a pesar del papel que desempeñaban.
Esta situación fue aprovechada por Patricio, con la ayuda de los demás detenidos. Cuando era nombrado para cumplir una labor pesada o que implicaba caminar demasiado, siempre había un compañero que lo suplantaba en la tarea como voluntario. El sargento Peña enseguida comprendió que algo pasaba, así que el mismo mandaba a Patricio a hacer tareas livianas, como ser a colaborar en la cocina. Esto también le permitía mejorar la dieta. Aún así, el plato de Patricio continuó recibiendo la solidaridad de sus compañeros de mesa por varios días más. Todas las tardes Patricio era revisado por el doctor o por su asistente, hasta que las heridas cerraron y le dieron formalmente de alta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario