miércoles, 26 de noviembre de 2014

Detrás de la Cordillera
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A partir de ese momento, Patricio comenzó a sentirse parte de un gran colectivo que integraban todos los detenidos. En la cárcel todos los presos participaban en distintos núcleos de organización. Estaban divididos para realizar distintas tareas, cada pabellón tenia representantes de todos los partidos y, a su vez,  uno los representaba en la comisión de todo el penal. Patricio integró la comisión de cultura de su sector. Las comisiones eran muchas e iban en aumento porque se trataba que cada detenido tuviera un lugar de integración y participación.
Además de la comisión de cultura, estaban las de deporte, educación, sanidad, recepción, disciplina y, por supuesto, la comisión política. Esta era la única donde sus miembros eran elegidos por cada organización política y, si bien todas las organizaciones tenían al menos un representante, existía un riguroso equilibrio entre el número de integrantes y los detenidos que tenían cada fuerza en el penal.
El partido comunista era la organización con más detenidos en la prisión, por lo tanto tenía mayoría de representantes en este improvisado buró político. Esto, al final, poco importaba porque las decisiones debían ser votadas por tres tercios de la comisión y no por mayoría simple, de esta manera siempre se debía buscar el consenso. Lo que tenían los comunistas a favor de su número era el poder de veto, sin su aprobación había tareas que no eran debatidas por la comisión. En general, en la comisión existía una gran armonía y quizás el tema más espinoso, el cual tanto como los comunistas y los socialistas se negaban tozudamente a abrir el debate, era la posición de la unidad popular en sus últimos meses de gobierno ante  el inminente golpe militar. La comisión política no debatía este asunto y el tema quedaba encerrado en las reuniones de cada organización. Cuando el asunto aparecía en una reunión pluralista, siempre alguien en nombre de la disciplina y la unidad argumentaba que ese no era el ámbito y se cortaba de cuajo el posible debate.
El presidio estaba en una isla, adonde en otro tiempo existió una base de la marina. Las viejas construcciones habían sido acondicionadas de apuro y, prácticamente de la noche a la mañana, se convirtió en una cárcel de máxima seguridad. El lugar donde dormían los detenidos eran unos galpones de madera, que alguna vez fueron usados como depósitos en la antigua base. Los baños comunes eran por demás precarios y estaban alejados de los galpones. Estaban conformados por unas hileras de letrinas sin puertas y esto fue una de las primeras peticiones de los detenidos ante las autoridades. Si bien fue cierto que no lograron que colocaran las puertas, al menos les permitieron ponerles cortinas de bolsa, hechas por los propios detenidos.
Por las noches, los pabellones eran cerrados de afuera con candado y en el caso que algún detenido tuviera que ir al baño, se las tenía que arreglar en unos enormes tachos que estaban dispersos en los distintos rincones. Todas las mañanas un grupo de presos retiraba los tachos y los llevaba a volcar en las letrinas. En esta tarea no existían privilegios, todos, una vez al mes, cumplían con el operativo “jugo amarillo”, como la llamaban jocosamente los presos.
Las duchas estaban pegadas a las letrinas. Era una construcción amplia, con paredes sin revoque y una ristra de caños a lo largo del techo con agujeros por donde salía el chorro de agua helada. Sobre una de las paredes estaban las piletas, donde los detenidos lavaban sus pertenencias y se afeitaban. La barba de dos días era sancionada con un par de golpes o, lo que era peor una visita a los calabozos de aislamientos. Llamados por todos el solitario.
La vida  en el penal era extremadamente dura, a las condiciones de encierro había que sumarle el clima. El frío viento que provenía del mar y la lluvia, se convertían en poderosos enemigos de todos los detenidos, sólo el verano traía un poco de alivio.
Pero lo peor de todo era la llegada de los comandos. Su venida era siempre imprevisible, como la cantidad de tiempo que se instalaban en el penal. Podían estar sólo un día, o una semana. Desde que pisaban la isla todo se convertía en un infierno. Con sus uniformes camuflados y su sadismo a flor de piel regaban el penal de golpes y amenazas. Cuando al fin decidían retirarse, dejaban los calabozos llenos y la enfermería repleta.

A todo esto se enfrentaban los detenidos, oponiendo como única defensa sus convicciones políticas y de vida. Organización, solidaridad y amistad, eran las armas que se empuñaban para enfrentar a un enemigo todopoderoso.

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