miércoles, 10 de diciembre de 2014

Detrás de la Cordillera
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El corcho Barrios jamás dudó en la victoria, estaba totalmente convencido que no sólo las fuerzas armadas saldrían a las calles, sino también el pueblo para terminar con la tiranía. Era obtuso en el pensamiento, cuando algún compañero señalaba  que el gobierno tenía una extraordinaria capacidad  de movilización, Barrios se negaba a discutir ese punto.
¡Obligan a la gente a ir, los camiones los llenan a punta de bayoneta y  reparten bolsones con alimentos, los pobres van por necesidad! Pensemos… los pobres siempre han sido buenos chilenos, ¿por qué van cambiar ahora? Y cerraba la discusión con un golpe en la mesa y una catarata de insultos.
El odio que sentía por el marxismo y la izquierda era total, los culpaba de todo y en cierta forma tenía razón ya que su mundo de privilegios había quedado sepultado con los nuevos derechos de las mayorías. Aún así, a pesar de su odio, era amplio para aceptar distintas formas de pensamiento en sus amigos. Por supuesto que todas sus amistades pertenecían a su misma clase social, con ellos se permitía la discusión franca y abierta.
Su mejor amigo, con quien había compartido toda la niñez, escuela, vacaciones y hasta la mujer en el despertar sexual de ambos, militaba en el MIR. Barrios, a pesar de las diferencias ideológicas, nunca dejó de brindarle su amistad. Fue por eso que cuando su amigo le pidió un favor, el corcho no dudó en prestarle ayuda. La cuestión no era sencilla, el amigo recibía un cargamento con explosivos y necesitaba un lugar para esconderlos por un tiempo.
-El paquete lo recibo hoy por la noche y no tengo ninguna casa segura donde guardarlo. En mi familia no puedo confiar, si observan movimientos raros en algunas de sus propiedades son capaces de llamar a los carabineros y, además, creo tener los servicios de inteligencia pisándome los talones. Por eso pensé en vos, sos la única persona que me puede ayudar a resolver esto
Barrios se comprometió a guardar los explosivos en su propia casa y puso una sola condición. La única persona que debía conocer del escondite era su amigo. Una vez que cerraron el trato continuaron bebiendo cerveza toda la tarde.
Fue la última vez que lo vio. En el atardecer del diez de septiembre su amigo fue secuestrado en pleno centro de la ciudad. La casa del corcho Barrios fue allanada el doce por la mañana y él, fue detenido en un local de Patria y Libertad ese mismo día por la tarde.
Durante cinco días fue torturado con salvajismo y en varias oportunidades estuvo a punto de ser ejecutado. Se lo acusaba de ser miembro activo del MIR y de estar infiltrado en Patria y Libertad. Su amigo no sólo había hablado de los explosivos, sino también lo había involucrado en la organización.
Sólo un milagro podía dejarlo con vida y este se produjo de la mano de su tío, el cura, que intercedió ante las autoridades militares para salvarle la vida. Una vez más la fuerza de su apellido se impuso y el corcho Barrios terminó con sus huesos en el penal. Preso, pero vivo.
La vida en la cárcel en un primer tiempo se le hizo difícil. Todo el presidio conocía su historial que incluía, por supuesto, su pasado de militante en Patria y Libertad. Recelo, desconfianza y hasta alguna mirada amenazadora cosechaba a su paso, también era despreciado por parte de los militares que lo consideraban un traidor y sobre todo de los comandos se que ensañaban con él.
Poco a poco la actitud de los detenidos hacía Barrios fue cambiando, para esto tuvo mucho que ver la posición que tomaron los integrantes de la comisión política. Allí se analizó que Barrios, del que no había ningún tipo de dudas de su fascismo militante, antepuso por encima de su ideología un sentimiento tan profundo como es la amistad. Se valoró esta actitud, pues Barrios sabía el pensamiento político de su amigo y conocía también que lo que guardó en su casa ponía su vida en peligro y hasta, llegado el momento, podría ser usado en contra de su organización o hasta de su propia familia. Esta noble actitud, decía la comisión política, hace de Barrios merecedor de todo nuestro respeto y solidaridad, para nosotros es un compañero más, a pesar de su pasado.
Cuando Patricio llegó al penal ya había pasado lo peor para Barrios, de a poco se dejaba de lado el recelo y la desconfianza. Con el tiempo, cara de corcho se ganó el respeto y el cariño de todos y, al final, terminó siendo uno de los compañeros más apreciado de todo el penal.



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