viernes, 19 de diciembre de 2014

Detrás de la Cordillera
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Al final del mes de noviembre, una noticia conmovió y emocionó a todos los detenidos. La fiscalía militar, atendiendo un pedido de la iglesia católica, autorizaba que los presos pudieran recibir la visita de dos familiares directos. Los preparativos para recibir a los familiares fueron intensos y la ansiedad embargó a todos los detenidos con el transcurrir de los días.
Para las visitas se acondicionó el patio. Se trajeron las largas mesas del comedor y los bancos de madera. Todo quedo limpio y ordenado, era muy importante el momento que iban a vivir.
Los familiares tuvieron que acreditarse en el continente, donde en primer lugar, firmaron una cantidad infinita de papeles, luego pasaron por una humillante requisa. Una vez que llegaron a la isla, todo esto se repitió. Las cartas y las ropas de abrigo les fueron confiscadas, bajo promesa de que una vez que pasaran por los controles les serían entregadas a cada recluso.
Una vez que terminaron con todo esto, las visitas en grupos de veinte o treinta eran acompañadas hasta el patio por un soldado. Al mismo tiempo por los parlantes llamaban a los detenidos para que salgan del pabellón para ir al encuentro de su familia.
Emocionante era ver como el patio se poblaba de besos, risas y llantos. Las mesas se llenaron de rostros plenos de esperanza. En cambio en los pabellones crecía la angustia de aquellos que aún no habían recibido visita. Esperaban ilusionados ser nombrados por los parlantes y cuando esto sucedía muchos corrían hasta el patio. Por suerte muy pocos detenidos no recibieron visitas, algunos porque sus familias tenían que cruzar medio país para poder llegar, otros fueron impedidos por la burocracia militar. Así les sucedió a varios detenidos, que al no estar casados  no se les permitió a sus compañeras el derecho a la visita.
El patio era una inmensa fiesta popular, a nadie le importaba estar rodeado de cercas electrificas, ni de torres con sus ametralladoras listas para disparar, eso era parte de otro paisaje. Hoy lo único valedero e importante era ese momento único y maravilloso que estaban viviendo. Todo lo demás poco contaba, ni el pasado doloroso ni el futuro incierto tenía la menor importancia, la vida les regalaba un instante de sosiego y todos lo disfrutaban.
Patricio recibió a su madre y a su esposa en medió de un llanto profundo de los tres. Una vez que las emociones se fueron a sosegando las palabras comenzaron a salir de las bocas como disparadas en ráfagas continuas. No había un instante para permanecer en silencio, los tres se preguntaban y contestaban al unísono, cada palabra estaba mezclada con risas, besos y caricias. Elena contó que le había escrito una docena de cartas, y que ahora estaban en poder de los milicos y  en una de ellas estaba una foto del pequeño Lautaro.
En un momento de la charla Patricio levantó la vista y vio como el corcho Barrios se despedía de una persona con un inexpresivo apretón de manos. Luego su amigo se alejó llevando un enorme paquete hacia los pabellones.
Corcho, corcho, corcho!- Gritó insistiendo en el llamado, pero su voz se perdía entre el murmullo de los demás. Sin perdida de tiempo salió al trote, para alcanzar a su amigo antes de que cruzara el retén de guardia que separaba el patio de los pabellones.
Barrios tenía la cara desencajada y no podía disimular que un llanto contenido le llenaba los ojos. Cuando enfrentó a Patricio se quebró, las lágrimas le comenzaron  a caer en borbotones y sacando de entre sus ropas le entregó una coqueta tarjeta personal, Patricio quedó perplejo.
-Te das cuenta Patricio, mi familia en vez de venir a verme me manda un abogado y kilos de comida- Dijo Barrios señalando la enorme caja que había dejado a su lado. Patricio consoló a su amigo y además lo convenció para regresar al patio.
Atardecía cuando por los parlantes informaron que había terminado la hora de las visitas. Los familiares se dirigieron en silencio hasta los muelles, donde esperaban las lanchas y los detenidos marcharon hacia sus respectivos pabellones. En sólo cinco minutos todo se impregnó de tristeza. Esa noche no hubo charlas alrededor de las camas, mucho menos chistes o anécdotas picarescas de esas que hacían reír a todos, solo hubo silencio y más silencio.
Al otro día, el clima emocional de todos no cambió. En la propia formación se notaba el aire enrarecido con escasas palabras y gestos duros. Por primera vez desde su llegada a la cárcel, Patricio presenció como por una cosa sin importancia dos detenidos estuvieron a punto de golpearse. La situación empeoraba con el paso de las horas, la relación entre los detenidos se convirtió en un caos. Era como si de repente la mayoría hubiera enloquecido, la solidaridad se convertía en individualismo, todo lo que ayer era pan ahora era pura mierda.

Entonces fue en esos momentos críticos que aparecieron los imprescindibles, esa personas que sacan fuerzas extra para poder, con su ejemplo, contagiar a los demás.

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