miércoles, 11 de febrero de 2015

detrás de la Cordillera
61

Fueron los treinta días más duros de su estadía en el penal. Nadie le dirigía la palabra. Cuando Patricio pedía algo, como ser hilo para coser una ropa, se la daban sin  mediar ni un monosílabo. Los únicos que le hablaban eran sus carceleros y hasta en un momento se sentía dichoso cuando alguno de ellos lo llamaba con un seco: “diez catorce”, que era su numero de interno.
A la hora del recreo, se acercaba a algún grupo de los muchos que se formaban en el patio. Algunos, al verlo continuaban hablando y lo ignoraban. La mayoría se alejaban de él, era un verdadero paria. Entonces comprendió la importancia del colectivo al cual pertenecía, sin sus compañeros no era nada, sólo una cifra, apenas un número. El diez catorce.
Con el correr de los días no forzó más la situación y el mismo se alejaba de todos. Caminaba hasta el borde mismo de la cerca electrificada y su vista se perdía buscando el mar inmenso. El viento que cruzaba la isla traía el ruido de las olas y también le trajo el recuerdo del compañero Fernando Huidobro. Infinidad  de veces lo había observado en ese mismo lugar, donde ahora él estaba parado buscando respuestas en el viento.
El rumor lejano del mar le trajo una melodía que Patricio tradujo con sencillez en la guitarra. De ahí en más, todo su tiempo y el silencio que lo rodeaba, estuvo puesto en ir armando, letra a letra, una poesía. Días antes de cumplir la sanción, su esfuerzo dio frutos y una hermosa canción había nacido desde el silencio. Sentía que el corazón le retumbaba en el pecho y tenía ganas de llamar a gritos a sus amigos para contarles, pero no era posible.
 Un martes por la mañana, antes de ir por la taza de té y el bollo de pan, un compañero de la comisión se le acercó y le dijo con solemnidad:
-Compañero Patricio quiero comunicarle en nombre de la comisión de disciplina revolucionaria que ha cumplido con la sanción. Esperamos que en usted no quede rencor y que entienda que para nosotros no fue fácil tomar esta medida. También quiero felicitarlo en nombre de todos por que ha demostrado entereza y dignidad en este mal trance. Al terminar, extendió su mano derecha y Patricio sin decir palabra también ofreció la suya.

Una vez en el comedor, de uno en vez todos se acercaron a saludarlo. El primero fue el corcho Barrios, que no dejó pasar la oportunidad y con una sonrisa en los labios, lo invitó a jugar un partido de fútbol. Patricio respondió con una estruendosa e infinita puteada que se fue perdiendo entre las carcajadas de los demás a lo largo de la barraca.

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