viernes, 7 de marzo de 2014

Las albahacas 



Quienes esperan encontrar en el origen del nombre de este pueblo a un general héroe,  un estanciero filántropo, o un doctor destacado pueden ir haciendo un clic y buscar en otra página.  La historia que vamos a contar no se ajusta a estos estereotipos. El que avisa no traiciona.
A unos 75 kilómetros de Río Cuarto, importante ciudad de la provincia de Córdoba, a orillas del afluente del mismo nombre, antiguamente llamado río Choncacharava, se encuentra un poblado llamado “Las Albahacas”. El pueblo tiene apenas trescientos habitantes de forma permanente y en verano unos mil doscientos. 
Un pequeño curso  serrano cruza todo el pueblo y se puede  ir de orilla a orilla pisando por las piedras y disfrutar de sus aguas cristalinas. Claro está que esto es, si lo miramos con ojos de turista, para los residentes permanentes la cosa es un poco más difícil, más allá del maravilloso paisaje. El trabajo es escaso y los inviernos son extremadamente largos, sobre todo, si en el verano los turistas no los visitan. Las Albahacas está a ocho kilómetros por tierra de la ruta que une Río Cuarto con Alpa Corral. En invierno con las lluvias se vuelve intransitable dejando sus habitantes aislados por muchos días.  Vivir en el paraíso también tiene sus dificultades.
El origen de su nombre aún no está definido y persisten dos versiones.  Una, la oficial, nos habla que en este paraje desde siempre, crecieron albahacas silvestres en la orilla del río y ello dio nombre al lugar. La segunda, nos habla de una historia más interesante. 
Cuentan que las albahacas no eran originarias de este lugar y que fueron traídas por una curandera muy famosa, que escapó de la provincia de San Luis perseguida por la iglesia y la justicia.  La señora con el tiempo fue muy estimaba por los vecinos, sobre todo porque era visitada por mucha gente y esto llevó a un florecimiento económico del pequeño poblado.
Según se dice, la afamada mujer basaba sus curas en las propiedades sanadoras de las albahacas y éstas eran plantadas por su propia prole. Además la señora  regaló a cada familia del pueblo una planta, para que todos tuvieran buena salud. La fama de la mujer  crecía y con ella los visitantes, como también la bonanza del pueblo.
 Como dice el dicho popular lo bueno dura poco y así fue…
La popularidad de la curandera llegó a oídos de las autoridades eclesiásticas de Río Cuarto, que movieron sus influencias. Una partida policial llegó hasta el pueblo a buscarla, pero la señora que había sido avisada por alguna voz amiga, huyó por los sinuosos caminos de la sierra y no pudo ser detenida.
La gente del pueblo un poco por miedo y otro por agradecimiento sembró las albahacas de la señora hasta en las propias orillas del río y ahí crecieron y se multiplicaron hasta el día de hoy.   

Carlos Varco


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