miércoles, 1 de octubre de 2014

Detrás de la Cordillera
43

Amanecía cuando lo bajaron del camión, había dejado de llover y  ráfagas de viento helado lo sacudían todo. Al ver de nuevo su casa se conmovió, le parecía todo tan lejano como si hubieran pasado años, para él era inconcebible que en apenas tan poco tiempo todo hubiese sido destruido. Se negó a entrar, no soportaba ver esos lugares tan comunes, como la cocina, el pequeño comedor y mucho menos el dormitorio, todo  estaba impregnado del recuerdo de su compañera. Sin una palabra, señaló la cámara del baño, que estaba en el pequeño jardín, en el frente de la casa. Nada se veía, únicamente, al  ras del piso un caño de unos diez centímetros que hacia de respiradero, al borde de este una soga disimulada entre el pasto bajaba hacía el pozo. Dos soldados provistos de palas, con rapidez, abrieron un boquete. Luego tirando de la cuerda alzaron los distintos bultos donde estaban guardadas las armas. Patricio esposado e impávido desde un rincón siguió toda  la escena.
Una a una, las armas fueron saliendo de sus envoltorios herméticos de trapo y plástico donde estaban protegidas de las inmundicias del pozo. El olor a mierda era intenso, pero esto no impidió que los milicos labraran burocráticas actas por triplicado y luego trajeran a un vecino por la fuerza para que las firme en calidad de testigo. Una vez terminado el trámite, las armas fueron cargadas en el camión. Patricio, en cambio, fue trasladado en una camioneta donde a su lado viajó el mayor.
Apenas se habían encendido los motores de los vehículos, cuando el mayor extrajo de un bolsillo de su guerrera una petaca con ginebra, tomó un sorbo y luego de chasquear los labios, pasó la bebida a sus tres compañeros, todos empinaron el codo. Una vez que la botella volvió a sus manos el mayor le ofreció un trago a Patricio, que meneando la cabeza no aceptó.
-Pues ya que no quieres compartir una ginebra con nosotros, al menos acepte un cigarrillo, si al final estamos entre amigos- Todos los militares rieron festejando la ocurrencia del mayor, mientras la petaca seguía pasando de mano en mano.
Patricio fumaba con la cabeza mirando el piso, no queriendo ver por la ventanilla las imágenes de su barrio,  lo lastimaban aún más. Una vez que se terminó el contenido de la petaca, desde la guantera de la camioneta apareció otra botella. Esto animó un poco más a los militares, que comenzaron a cantar una marcha que mezclaba lo épico, de guerras que jamás habían hecho, con nombres de pupilas de burdeles, que sí habían visitado.

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