miércoles, 8 de octubre de 2014

Detrás de la Cordillera
 44

La jarana se sosegó al toparse con un retén militar que estaba parando el transito. El mayor recobró la compostura y después de identificarse continuaron la marcha.
-Ustedes ni se imaginan lo buena que está la mujer de este güevón- Comentó el mayor a sus camaradas, que pusieron cara de interesarse por el tema. Patricio le descargó todo el odio del que era capaz en una sola mirada. La mano de otro milico se posó con fuerza sobre su cabeza obligándolo a bajarla
-No te pongas así cabrito, que estamos entre amigos- Y preguntó: - ¿Se la trincó mi mayor? cuente nomás a sus subordinados, que somos todo oído.
-Yo soy un caballero y un caballero nunca cuenta esas cosas, mucho menos los detalles íntimos de la cuestión. Respondió el mayor dándose importancia
-No tenemos ninguna duda que usted es un caballero mi mayor, pero no estamos hablando de una dama, sino de una perra roja. Acotó otro.
El soldado que manejaba la camioneta, que hasta esos momentos se había mantenido en silencio, animado por la ginebra se atrevió a preguntar
-¿Es cierto que las comunistas son bravas en la cama? Era apenas un muchacho y por el acento se delataba que era un campesino
-Más que bravas, las zurdas son herejes para la tripa ¡les gusta más que comer! Contestó el mayor. Las carcajadas se redoblaron.
-Me parece mi mayor que este anda queriendo probar, tiene cara de no haberle visto todavía la cara a dios.  Intervino alguien señalando al soldado, que enrojeció.
-Si estos chilotes brutos en el campo se las arreglan con las cabras no más, mi mayor
-No se preocupe m’hijito. Su mayor será un padre para usted, así que le prometo que no pasa de esta semana sin debutar.  Todos aplaudieron
- ¡Que sea con la mujer de este güevón!- Se escuchó a alguien gritar por entre los aplausos.
-No es mala la  idea, por el contrario, la apoyo. Sentenció el mayor, mientras terminaba de un trago con lo que quedaba en la botella.
-Basta, qué quieren, ya tienen las armas, al menos dejen la memoria de mi mujer en paz. Con la voz entrecortada de bronca, Patricio los increpó. Los milicos lo miraron desconcertados. El mayor, pasados unos instantes, comenzó a reírse. Sus subordinados no entendían lo que pasaba, paro también rieron. Al momento la cabina de la camioneta se llenó de carcajadas.
-Mirá Quesada que sos entupido, ¿así que te creíste lo de la muerte de tu mujer?. Todo fue una trampa para que vos cantaras todo como un canario.  Tu mujer esta en la casa de sus padres y nunca fue detenida. Explicó el mayor ahogado por la risa.
- ¿Y la mujer en el patio de armas, y los tiros?  Con ansiedad preguntó Patricio
-Al final me defraudás Quesada, sos un bruto. La mujer es una fiel colaboradora, que antes estaba en tus filas y ahora trabaja para nosotros, todo fue papel pintado. Hizo una pausa y terminó con una reflexión: -Ustedes los zurdos son todos iguales, muchas ideas pero poca inteligencia, por eso nosotros ganamos esta guerra, nos sobra astucia.
Patricio no preguntó nada más, por un lado se sentía aliviado. Que su compañera no estuviera muerta, era un peso enorme que se sacaba de encima, una cruz de culpa que lo agobiaba. Pero también estaba descorazonado, había entregado las armas y esto no se lo podía perdonar. Se sintió vencido.

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