miércoles, 8 de enero de 2014

"Detrás de la Cordillera"
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El reglamento daba resultados positivos. El grueso de los trabajadores comprendió su importancia y colaboraban en la aplicación. Muchos aportaron ideas para solucionar problemas que en un primer momento no se habían tenido en cuenta. La comisión aparecía de hecho como una colaboradora eficiente de la comisión interna.
El primer y gran escollo que encontraron “los morales” (apodo con el que eran llamados los integrantes de la comisión) fue con el clan de los jugadores. Las conversaciones, tanto las individuales como las colectivas, no daban resultados: el juego era una plaga.
 Un suceso fue el detonante para tomar otro tipo de medidas. Un trabajador del sector varillas tenía un problema familiar. A uno de sus hijos había que trasladarlo hasta Santiago para una complicada intervención quirúrgica, por lo que se realizó una colecta para ayudar al compañero. En asamblea se votó que cada trabajador donara una hora de su jornal. Contreras, así era su apellido, se encontró de buenas a primeras con una cantidad importante de dinero en sus manos. Aunque la recuperación de su hijo estaba en juego, el vicio pudo más y en una mesa de naipes perdió hasta el último peso.
Contreras, además de ser un vicioso por el juego, era un cobarde. No se animó a venir a la fábrica para dar la cara y mandó a su mujer. Los miembros de la comisión interna recorrieron toda la fábrica y vieron uno a uno a todos los trabajadores para explicarles la situación y el que lo creía conveniente aportaba nuevamente dinero.  La mujer de Contreras se retiró feliz con los bolsillos llenos de solidaridad. El marido en cambió estuvo una semana sin aparecer. Cuando al fin volvió, nadie le dirigió la palabra y en menos de dos meses renunció y dejó la empresa.
Después de este hecho, la comisión tomo el toro por las astas y se dio como prioridad la lucha frontal contra el juego. Se tomaron un par de días para poder recoger información acerca de quienes eran los jugadores y donde se jugaba. Quedaron sorprendidos con la cantidad de lugares en donde se armaban timbas. También se enteraron que no sólo a los naipes se jugaba: los dados era otro de los entretenimientos y muy popular por cierto.
La decisión tomada fue drástica. El cofre de cada trabajador fue abierto, se los revisó de a uno, a todos y a fondo. La requisa comenzó en los armarios de los integrantes de la comisión interna, para que nadie dijera que existían  privilegios. No pocos fueron los trabajadores que se negaron a abrir sus cofres. La comisión no tuvo contemplación: donde el obrero se negaba abrir, se hacía saltar el candado con un soplete. En algunos casos se intercambiaron insultos y golpes de puños. Al fin de la jornada no quedó ningún armario sin revisar.
Patricio tuvo una actuación destacada: más de una vez él mismo debió manejar el soplete, aunque claro, no lo hizo con alegría. Pasó momentos difíciles, como cuando en su propia sección hubo compañeros que se negaron abrir los cofres. Trató de persuadirlos y expuso sólidos argumentos que fueron contestados con insultos. Entonces el mismo forzó los candados.
Al finalizar la revisión, la comisión se encontró con que tenía en sus manos un sin fin de mazos de naipes, dados, cubiletes y hasta material pornográfico que se había encontrado en un armario vacío. El cofre, que no pertenecía a ningún trabajador en particular, sin duda era usado como depósito para poder tener material de forma permanente en la fábrica. El vendedor estaba haciendo un excelente negocio, a saber de la cantidad de revistas que se fueron encontrando en los armarios, pero no se pudo hallar al responsable. Patricio estaba sumamente consternado y confundido. En uno de sus oídos resonaban  las palabras del choclo Mena… “cuando la vanguardia se aleja de la masa termina siendo una patrulla ciega”, y en el otro Larraín, con su "hombre nuevo". Lo afectaban las imágenes de los cofres abiertos, llenos de naipes, dados y pornografía. Estaba conociendo a la clase obrera real. "¿Dónde estaba la verdad?", se preguntaba.



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