miércoles, 29 de enero de 2014

"Detrás de la Cordillera"
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Las clases dominantes chilenas se fueron despojando gradualmente, de la careta democrática y comenzaron  a conspirar abiertamente contra el gobierno popular. El golpe estaba en marcha…
La situación en la empresa no escapaba de la que vivía el país, los gringos estaban comprometidos en el plan general del golpe. La fábrica comenzó a quedarse sin insumos y  esto era fundamental  para el gobierno. Al ser una industria madre, si ésta cerraba, cientos de pequeños talleres también lo harían. Dejar a miles de trabajadores en la calle, eso era parte del plan. Crear descontento social, demostrar de esa forma la incapacidad de la Unidad Popular para gobernar. Los dueños del privilegio no aceptaban que el pueblo pudiera cambiar la historia.
Los acontecimientos en la empresa se aceleraban. Los dueños gringos y sus gerentes locales prepararon una jugada estratégica. Hicieron llover miles de telegramas de suspensión  para los trabajadores. El texto era por demás significativo: Por dificultades económicas y falta de insumos, se suspende la actividad por término de veinte días. La empresa se compromete a pagar la totalidad de los jornales, más plus y viáticos correspondientes.
La maniobra no por burda dejaba de ser audaz, a todas luces se trataba de comprar la conciencia de los trabajadores, abonando el cien por cien de los sueldos y premios, para que estos acompañaran la maniobra desestabilizadora. La empresa además tenía entre los trabajadores su quinta columna.  Un grupo minúsculo pero muy activo, encabezado por turco Modad, operaba en la fábrica tratando de convencer para aceptar la suspensión.
La respuesta dada por los obreros fue contundente...
En la asamblea, participó una multitud de más de tres mil trabajadores. En el playón principal de la fábrica se apiñaban para poder hacer uso de la palabra, el orador se trepaba a una pequeña tarima donde estaba el micrófono.
 Tomás Moncada, pidió la palabra,  era un hombre mayor, muy respetado y  con mucha antiguedad en la empresa.
-Compañeros, los que me conocen saben que no soy de hablar en las asambleas, porque entiendo que hay compañeros que se expresan mucho mejor y que nos representan dignamente, pero hoy es distinto. Desde el mismo momento que recibí este telegrama.  Sacó del bolsillo de la camisa de trabajo el arrugado papel y lo expuso para que todos lo vieran.
-Pensé, que hoy tenía que hablarles, sobre todo a los más jóvenes. Lo primero que quiero decirles, es que no estamos solos, puedo oler en el aire que miles y miles de compatriotas nos están acompañando. Ustedes pueden reírse de las creencias de un viejo campesino, pero les quiero contar que una mañana del año treinta cuatro, olí sangre en el aire y por desgracia no me equivoqué. Allá, en Ranquil, quedaron mi padre y mis hermanos acribillados de cara al sol. Yo fui unos de los pocos sobrevivientes. A veces pienso me dejaron escapar para que les cuente a los demás que luchar es peligroso, que es mejor vivir de rodillas.  Pero yo, no cumplí con el encargo… Toda la vida me la pasé denunciando la masacre, poniéndole nombre y apellido a los rifles que por siempre querían quedar anónimos. La muerte tiene nombres compañeros!!! Son los dueños de Chile!!!- Ovación. Moncada hizo una larga pausa, llenó los pulmones de aire y continuó:
-Hoy, estos señorones quieren que los trabajadores cambien olvido por dinero, quieren que seamos cómplices de sus jugarretas, ofrecen quincenas enteras  para que traicionemos, para que nos pasemos de bando. Es poco lo que tienen para ofrecer. Solamente dinero. Dinero que para ellos lo es todo, es único. Por él, explotan, mienten, corrompen  y nunca debemos olvidar que por él, son capaces de matar. Para finalizar compañeros, en la memoria de todos los caídos que hoy nos están acompañando y en la sangre de mis propios muertos propongo a esta asamblea: dar una respuesta contundente a los gringos y sus lacayos, prender fuego este telegrama infame, como muestra que los trabajadores de la empresa Siderúrgica Chile Sur no traicionan. Terminó de hablar y prendió fuego el telegrama, miles de trabajadores lo imitaron.
-¡¡¡El pueblo unido jamás será vencido!!!- retumbaba por toda la planta.
La intervención de Moncada había dejado descolocado a Modad y sus seguidores. Estos proponían aceptar la suspensión, aduciendo que si no los capitales se irían de Chile dejando una ristra infernal de desocupados. José Modad, el principal referente de la democracia cristiana, era conciliador pero no estúpido, así que, cuando vio que la situación no le era propicia, se calló la boca. El turco era todo un personaje en la fábrica. De joven, dicen quienes lo conocieron, fue un destacado delegado combativo y solidario, pero una vez que entró en la dirección del gremio la buena vida, que incluyó algún viaje a Europa, a los cursos  de los sindicatos libres, lo fueron aburguesando. Ahora de combativo lo único que le quedaba era la historia.

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