miércoles, 15 de enero de 2014

"Detrás de la Cordillera"
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En la mañana siguiente de la revista de los cofres, Patricio llegó temprano al vestuario y percibió  que el clima estaba tenso. La tarea del día anterior sin duda no había tenido una buena acogida en la mayoría de los trabajadores. Todos se cambiaban en silencio. Cuando se hablaba se hacia  en voz baja y únicamente lo imprescindible. Patricio se desvistió, miró a sus alrededores y muchos de sus compañeros lo saludaron con un gesto o simplemente le sonrieron. Se puso el mameluco, pero cuando se calzó los botines de seguridad, sintió que se le clavaba algo en uno de sus pies. Un pequeño quejido escapó de sus labios y un dolor intenso le trepo por una de sus piernas. Varios compañeros se acercaron a socorrerlo.
- Los botines, son los botines !!! exclamaba Patricio.
Cuando le retiraron los zapatos de seguridad descubrieron varias hojas de afeitar. Los cortes, aunque sangraban en abundancia, por suerte no eran profundos. No fue necesario hospitalizarlo. En la enfermería de la propia planta le practicaron las curaciones y el doctor le indicó tres días de reposo. Patricio se negó a dejar la fábrica, pero la mayoría de la comisión le impuso que debía retirarse a su domicilio y cumplir con lo indicado por el médico.
En los días en que permaneció en su casa, las visitas de los compañeros se hicieron incesantes. Todos los integrantes de la comisión interna pasaron por la casa, varios de ellos con sus mujeres. Estas, como al descuido, se acercaron hasta Elena para que  no se fuera a sentir sola en esta situación. Las mujeres de los compañeros eran todas experimentadas en la difícil  tarea de ser mujer y militantes políticas.  En verdad fueron de gran ayuda, pues cuando Elena se enteró de las verdaderas circunstancias  del accidente de Patricio se asusto mucho.
Entre las mujeres, la que más se destacaba era Vilma, la compañera del choclo Mena. Con alrededor de cincuenta años, era parte viviente de la lucha de la mujer en Chile. Vilma era un huracán, con una personalidad apabullante, desbordaba energía, hablaba como empujando las palabras y  cuando reía contagiaba a todos los presentes.
    Larraín,  venia por la tarde y se quedaba hasta entrada la noche. Conversaron horas mano a mano. Patricio aprovechó la visita para hacer una serie de preguntas, sobre los acontecimientos de los últimos días. Sus dudas no fueron disipadas, pero el enfoque que José le daba a los sucesos le pareció muy interesante. Al final de la charla, se incorporaron Mena y “el pelado” Torres, que también era integrante de la comisión interna, Patricio disfrutó el debate.
 La discusión siempre era la misma, no importaba con que tema comenzara, pero  terminaba en el mismo punto: la situación en Chile y las vías hacía el socialismo. Mena defendía, de punta a punta, el programa y la acción de la unidad popular. Con más de cincuenta años y casi cuarenta de militante comunista, el choclo era un cuadro experimentado. Su sólida formación teórica, estaba consolidada con una basta experiencia sindical donde tampoco faltaba en su foja de servicios revolucionario, una estadía de casi dos años en la cárcel. El choclo era el tipo más respetado de la fábrica.
 José Larraín en cambio tenía algo menos de treinta años. Sus padres españoles,  llegaron a Chile gracias a la solidaridad internacional, que los rescató de un campo de refugiados en Francia. El vasco Larraín, el padre, era anarquista desde su juventud y contaba historias de la guerra civil española. Como voluntario, había integrado la primera sección de caza tanques que tuvo la República. La madre, Dolores, también era vasca, izquierdista y profundamente católica.  En la casa de los Larraín una sola cosa estaba prohibida: no se podía hablar de religión. Era un pacto que la pareja tenía desde su juventud y nadie jamás en la casa se atrevió a romperlo.
 Quizás fue por  influencia de su madre, que el primer compromiso político para José llegó a través de la iglesia. Con un grupo de jóvenes, todos los sábados salía por las poblaciones a trabajar por los pobres. De ahí en más, la militancia se le hizo parte fundamental de su vida y al calor de las luchas fue radicalizando tanto su discurso, como su práctica. Cuando se formó el Movimiento Izquierda Revolucionario (MIR)  Larraín fue uno de los primeros en incorporarse. Por propia decisión dejó los estudios universitarios, e ingresó a la fábrica. Su frase rectora era: ciencia y sudor, y era consecuente con ella casi hasta el fanatismo. Patricio  entabló una gran amistad con José, se veían a diario y tenían largas charlas donde la política era el tema central.




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