sábado, 18 de enero de 2014




FÚTBOL PAMPA II







Es muy difícil precisar cuando nació la tradición, pero era bien representativa de nuestro barrio.
Todas las navidades y años nuevos se repetía el rito: brindis con la familia, juntada con los amigos, recorrida por todas las casas y truco y vino tinto en lo de chucha esperando el amanecer. Y ahí sí; partido de fútbol mañanero con todos los sobrevivientes, no importando su edad o condición.
Sería la navidad del ´74 o ´75. La cancha que entonces utilizábamos estaba a la altura del 80, pero metida como cien metros en el campo. Verano; pastizales y cardos, y en el medio ese remanso de tierra y pasto pisado. El rocío leve de la mañana y un montón de despojos humanos, con mas alcohol que sangre en las venas, tratando de jugar al fútbol y logrando, apenas, tenerse en pie, tirar patadas que casi nunca encontraban la pelota y casi siempre las piernas del adversario y protestando todo, discutiendo boludeces de borrachos y riéndose de chistes geniales que en poco tiempo eran absolutamente olvidados.
Si alguien cree que eso era decadente, tal vez tenga razón; pero era hermoso.
La mañana de marras el partido que la tradición mandaba se desarrollaba como siempre. En determinado momento, el pampa tomó la pelota, intentó una gambeta contra un rival que solo existía en su imaginación alimentada por los vahos del alcohol, se enredó en sus propias piernas y cayó en el centro de la cancha al grito de –Foul!. Por supuesto el partido siguió.
El pampa había caído boca abajo y, mientras todos seguíamos intentando saber cuál de las dos pelotas que veíamos era la real, él repetía –Foul,…foul…, cada vez con menos fuerza, hasta que su voz se apagó por completo.
Dos cosas decidieron al resto a actuar: la primera es que muchos se lo llevaban por delante. La segunda es que cada vez roncaba más fuerte.
Unos lo agarraron de las piernas y otros de la cabeza. Lo sacaron de la cancha y lo tiraron en los pastizales para que siguiera durmiendo la mona.
El partido continuó hasta que el sol subió lo suficiente como para partirnos la cabeza de dolor. Ahí cada uno se fue a su casa.
Por supuesto, ni idea del resultado, y no hablo de hoy que pasó mucho tiempo; en ese momento tampoco nadie sabía como habíamos salido, así que todos nos imaginábamos que habíamos ganado.
Con Gustavo fuimos a su casa y decidimos quedarnos despiertos hasta el mediodía, cuando las viejas se levantaban, comer lo que había quedado de la noche anterior y luego sí, ir a dormir todo lo que el cuerpo pidiera.
Boludeamos en la casa del negro toda la mañana. Al mediodía, nos fuimos a sentar al banco del 40, para evitar que nos asignen tareas hogareñas.
Estábamos ahí, haciendo nada, cuando vimos un bulto que se incorporaba en el medio del campo. Recién entonces nos acordamos del pampa. Nos acercamos y vimos como desaparecía en el pastizal para volver a incorporarse al rato, dar unos pasos vacilantes, caer, levantarse, meterse en la pequeña zanja que estaba en el borde del campo, llegar por fin hasta la calle, cruzar, pasar a nuestro lado mirando sin ver, todo picado de bichos y lleno de cardos pegados a su ropa y encarar a los tumbos hacia el 54.
Lo seguimos. 3 o 4 caídas más y llegó a la puerta. Doña Pocha le abrió y le descerrajó una puteada. El pampa contestó algo que no entendimos. Nos retiramos pudorosamente mientras nos cagábamos de risa descaradamente.






Alberto López Camelo

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