miércoles, 14 de mayo de 2014

Detrás de la Cordillera
23

La fábrica se inundo de uniformes, que corrían de un lado a otro, dando órdenes a los gritos y haciendo ostentación de sus armas. Todos los trabajadores permanecían sentados en el suelo del estacionamiento, vigilados por grupos de soldados que los apuntaban con sus fusiles automáticos.
A una orden del capitán, todos los trabajadores se pusieron de pie y ante los obreros apareció la figura de un coronel con la cara pintada, portando en su mano derecha una ametralladora.
La tarjeta de presentación del coronel fue poco auspiciosa para los trabajadores, antes de mediar palabras rasgó el aire con una andanada de tiros. El ambiente se impregnó de olor a pólvora. Los obreros intercambiaron miradas de desconcierto, muchos de ellos estaban pálidos y hasta el sol, avergonzado, se escondió detrás de una inmensa nube.
-¡ESTA ES LA NUEVA LEY EN CHILE!- Gritó el coronel confirmando sus palabras con otra ráfaga de balazos.
-Este 11 de septiembre no se lo van olvidar nunca, se los puedo asegurar. A partir de hoy se acabó la joda.  Hizo una pausa de forma deliberada mientras caminaba lentamente observando la fila de trabajadores que lo escuchaban en silencio
- ¡La patria socialista, querían hacer los güevones! No se dieron cuenta que es sólo una linda consigna. Letras y papeles, sólo palabras, pura mierda, lo único que sirve es esto... - Y volvió a apretar la cola del disparador.
-¿Escucharon como habla? Es hermoso el idioma de las armas. Claro, preciso, sin ninguna duda. Se empuña, se apunta y se mata. El coronel se explayaba de forma didáctica, y a su momento dejó el papel de maestro y volvió a hacer lo que mejor sabia: mandar, y gritando preguntó de forma que sonaba más a una orden que a una pregunta
-¿DONDE MIERDA ESTÁN LOS IZQUIERDISTAS?, ¡QUE LEVANTEN LA MANO!
Tímidamente se alzaron unas pocas.
-¡¡¡MARICONES, COBARDES!!! ¡¡¡ASÍ SON TODOS LOS ZURDOS!!! Cuando llega el momento se cagan en las patas. A ver carajo o se quedaron sordos, quiero saber donde están los zurdos Y reafirmó su orden con una nueva catarata de balazos.
Los obreros se sintieron desafiados y contestaron levantando sus manos al cielo. Sólo un puñado de trabajadores dejó sus brazos sin alzar. El coronel continuó con su arenga:
-Ustedes son la confirmación de la tarea que hizo el terrorismo foráneo. Ustedes que son trabajadores chilenos piensan como extranjeros. Tienen la cabeza podrida. No respetan ni la bandera y se cagan en todos los símbolos patrios. Pero a partir de hoy se acabó esta vaina, se lo puedo jurar en nombre de estas insignias que me ha dado el heroico ejército chileno…
  El coronel hizo una pequeña pausa en su discurso, pues un asistente se le acercó para entregarle un papel. El militar luego de leerlo concienzudamente les ordenó a los obreros.
-Los que vaya nombrando salen de la fila y se forman allí. Y señaló una pared lateral- Mena, Torres, Larraín, Lotito, Valdés, Jaramillo, Riquelme, Quesada…
Cuando Patricio escuchó su apellido, atinó a dar un paso adelante para marchar con los otros compañeros, pero una voz a su lado lo paralizó:
-No se presente compañero Quesada, huelo sangre en el aire- Dijo Tomás Moncada, por lo bajo. Patricio no se movió de su lugar y bajó la mirada un poco avergonzado.
Dando la espalda al paredón, de pie, se alzaban las figuras de trece obreros, que a una orden de los militares, fueron diciendo su nombre y apellido. El coronel iba tachando nombres de su listado, luego dobló el papel cuidadosamente y lo guardó en uno de sus bolsillos.
Un pelotón de soldados se formó con sus armas en posición de tiro, apuntando a los trece obreros, ninguno de ellos bajó la cabeza. El silencio lo invadía todo, el coronel se acercó hasta el pelotón y secamente ordenó:
- ¡¡¡ Soldados de Chile!!! En nombre de la patria y la libertad, ¡¡¡APUNTEN!!!
El choclo Mena dio un paso adelante y enfrentando las bocas de los fusiles gritó:
-  ¡¡¡VIVA ALLENDE!!!  ¡¡¡ VIVA EL SOCIALISMO!!!-
-¡¡¡ FUEGO!!!- Escupió la orden, con desprecio el coronel
El ruido de los infames disparos no pudo tapar el grito de miles de obreros que acompañaron el asesinato de sus compañeros dando vivas por Chile y el socialismo.
Patricio permaneció junto con los otros trabajadores de pie, en sus lugares, paralizado ante la traición y el asesinato. Cuando fueron desalojados de la fábrica a punta de bayoneta y culatazos, parecían un ejército sin alma, desteñido por la derrota.



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