jueves, 8 de mayo de 2014

Detrás de la Cordillera
22


Era apenas pasado el mediodía  cuando un trabajador que venia desde el portón principal, llegó corriendo con la noticia de que la fábrica estaba rodeada por los militares. Mena, demostrando sus buenas cualidades de jefe, no perdió la serenidad y dio varias órdenes, para poder tener un panorama  más claro de la situación.
-Patricio buscá dos voluntarios y trepá a los tanques de agua, desde ahí arriba podes ver los  alrededores. En diez minutos quiero un informe lo más completo posible
- Entendido choclo- Respondió Patricio, que salió apresurado a cumplir la orden
-Vos pelado, agarrá todos los autos que encuentres en el estacionamiento y bloquea todas las entradas, pero dejá cinco o seis coche sin poner en la barricada
-Está claro jefe - Contestó Torres
-Quiero que te comuniques urgente con el sindicato para que informes de nuestra situación- Ordenó Mena al obrero que manejaba el equipo de radio, después de esto se retiró con el resto del la comisión interna, hacía el portón principal de la empresa.
Cuando Patricio terminó de trepar, el panorama que vio era desolador. Estaban completamente rodeados, tanques, carros de asalto y un enjambre de militares que montaban ametralladoras apuntando hacía distintos puntos de la fábrica. La tropa que había rodeado la empresa estaba compuesta de no menos de trescientos hombres. Pensar en resistir seria suicida y así se lo hizo saber a Mena cuando bajó con el informe.
La situación era por demás delicada. La moral de los trabajadores que permanecían en la planta era buena, En esos momentos, por intermedio de la radio, les llegó la comunicación del sindicato, donde se les ordenaba entregar la empresa y vincularse inmediatamente con las células barriales para resistir el alzamiento militar.
El choclo Mena convocó a todos los obreros a una asamblea relámpago, para que sea la mayoría de los trabajadores quienes tomaran la decisión de los pasos a seguir.
El debate fue por demás breve donde primó el sentido común, había que desalojar la fábrica, pero también se decidió que la entrega se haría con total normalidad, siempre y cuando los milicos se comprometieran a no hacer detenciones.
Apenas terminada la asamblea, los obreros fueron convocados al portón principal, desde ahí pudieron escuchar a un capitán del ejercito que, megáfono en mano, los intimaba a entregar de inmediato la empresa.
-En nombre de las fuerzas armadas se les ordena desalojar de inmediato la fábrica. Tienen cinco minutos para desbloquear las puertas y en el caso de no cumplir con lo ordenado nos veremos en la obligación de entrar por la fuerza para rescatar los rehenes y cuidar la propiedad privada- Los obreros escucharon impávidos la voz metálica del militar
Mena se acercó con paso decidido hacia la reja que los separaba de los militares, estaba acompañado por otros dos trabajadores y también a su lado caminaban dos de los rehenes. Uno de ellos, el jefe de personal, fue  quien le entregó en mano al capitán, el papel con las condiciones de los trabajadores para desalojar el establecimiento.
El capitán apenas si miró el papel. Lo estrujó en sus manos haciendo de él un bollo y displicentemente lo arrojó al suelo  para destrozarlo en cientos de pedazos con el taco de su bota.
-No entienden nada los güevones, ¡RENDICIÓN INCONDICIONAL!- Gritaba desaforado el capitán con el megáfono en las manos.
El choclo Mena continuó avanzando en dirección del militar, las altas rejas separaban a los dos hombres. El capitán al verlo había dejado de vociferar y estaba algo desconcertado. En la academia no le habían enseñado a dudar y ante esta nueva sensación actuó en consecuencia. Con un gesto ampuloso ordenó a su tropa que carguen los fusiles.
Los obreros permanecieron inmóviles en sus lugares, a Mena no se lo veía asustado, aunque eran visibles las bocas de los fusiles que apuntaban hacía él. Cuando comenzó a hablar con voz serena, se levantó algo de viento y sus palabras fueron esparcidas por todos los rincones de la fábrica.
Mientras el choclo hablaba, una persona vestida de civil se acerco al capitán y le hablo al oído. Quedaba claro que era un militar de mayor rango, pues al terminar la conversación, el capitán  se cuadró ante el civil.
Los militares aceptaron las condiciones de los trabajadores. El pacto era muy sencillo, los obreros entregaron a los rehenes y las instalaciones fabriles en óptimas condiciones y a cambio los militares se comprometían a no usar la violencia   y a no detener ningún trabajador.


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