sábado, 3 de mayo de 2014

Detrás de la Cordillera
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La última fase de la conspiración estaba en marcha. De a poco habían conseguido crear un clima de inestabilidad social donde el sabotaje era moneda corriente. El paro de los patrones daba resultados, dejando a las grandes ciudades desabastecidas. La fracción fascista de las fuerzas armadas ganaba espacio ante los sectores democráticos, que no se sentían respaldado por el gobierno, que dudaba en reprimir para terminar con los conspiradores.
El ruido de sables en los cuarteles se comenzaba a oír y, en poco tiempo más, aturdirían todo Chile; el golpe de estado era una cuestión de tiempo, semanas o horas. Era un secreto que conocían todos los chilenos y muchos de ellos se preparaban para resistirlo con las armas en las manos, y entre estos estaba Patricio.
Una tarde, en la primera semana de septiembre, Patricio aprovechó que Elena estaba pasando unos días en la casa de sus padres, para realizar una reunión de célula en su casa. La dirección nacional del MIR tenía la información de que el golpe se daría en los primeros días de octubre, por lo tanto, se debía actuar, con rapidez y audacia.
Al atardecer, una camioneta llegó hasta la casa de Patricio y dejó un cajón de madera enorme repleto de armas. Los cuatro miembros de la célula, pasaron el resto de la noche dividiendo el cargamento en pequeños bultos, que llegado el momento, se distribuirían en distintos puntos de la ciudad. Era la primera vez, que los cuatro integrantes de la célula, compartían una tarea por tantas horas y esto ayudaba, al menos, para conocerse mejor.
El jefe, era un petiso morrudo con bigote negro que le cruzaba toda la cara, y por más que trataba de disimular, el acento lo delataba: era cubano y su nombre de guerra era camarada Alfredo. Otro de los integrantes era Germán, que también trabajaba en la fábrica, pero eran muy pocos los que conocían de su militancia política y en la empresa, era la mano derecha de un alto directivo. Era un muchacho joven, muy reservado y de mirada triste. Lo que más le llamó la atención a Patricio esa noche fue que, en el transcurso del tiempo que compartieron, nunca sonrió, a pesar  de que en un momento, mientras limpiaban armas, el cubano se puso a contar anécdotas  y cuando los tres reían a carcajadas, Germán apenas, si movía la cabeza y trataba de esbozar una sonrisa. Y por último Larraín, que, además de compañero de trabajo, era un amigo. Ya de madrugada, de uno en vez y cada quince minutos fueron saliendo de la casa, el último en hacerlo fue el cubano Alfredo, que antes de retirarse le dio directivas precisas a Patricio acerca de las armas.
Al regresar Elena de la casa de sus padres, se encontró con la desagradable sorpresa del enorme cajón de madera instalado en la habitación del pequeño Lautaro. Cuando preguntó de qué se trataba, Patricio contestó secamente que eran herramientas de un compañero de fábrica que le había pedido que se las guardara por par de días, hasta que él pudiera terminar el galpón en su casa. Elena no le creyó ni una sola palabra, se sintió molesta por la mentira y la falta de confianza de su marido,  pero tampoco hizo más preguntas. La pareja entraba en una pendiente peligrosa.
El fatídico 11 de septiembre encontró a Patricio en la fábrica.  Recién en las primeras horas de la mañana tuvo noticias del golpe. Su primera reacción, fue dejar la empresa y tratar de vincularse con los restantes integrantes de su célula. Larraín trabajaba en el turno de la tarde y de Germán supo, después de hacer con mucho sigilo algunas averiguaciones, que ese día no se había presentado a trabajar.
Su corazón estaba en las calles, con los que combatían resistiendo el golpe, pero su mente y las directivas de la organización le ordenaban que su lugar era en la fábrica. Por las armas que se encontraban en su casa no se preocupaba demasiado, las directivas de Alfredo habían sido por demás claras, en caso de urgencia él en persona iría a buscarlas, quizás en esos mismos momentos, se estarían repartiendo en las distintas barricadas que a lo largo del país se levantaban.

Los integrantes de la comisión interna que se encontraban en la empresa actuaron con celeridad, convocaron a una asamblea y esta resolvió la toma inmediata de la empresa. En menos de una hora la fábrica estaba en su totalidad en manos de los trabajadores, con todas sus puertas de ingreso clausuradas. El personal jerárquico fue retenido y alojado bajo custodia en una de las oficinas de los gerentes. En menos que cante un gallo una radio fue montada en la sección mantenimiento, de esta manera podían comunicarse con el exterior y la vez recibir información.

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