miércoles, 21 de mayo de 2014

Detrás de la Cordillera
24


Una vez fuera de la empresa, los trabajadores se fueron dispersando en pequeños grupos. El camino se hacía en silencio, sobraban las palabras.  La ciudad estaba totalmente militarizada. A lo lejos, mirando hacía el centro de la ciudad, se alzaban columnas de humo y también se escuchaban  los  disparos.
Patricio al llegar a su casa se abrazó a Elena y los dos lloraron en silencio. Después le contó los sucesos de la fábrica, mientras escuchaban por la radio como se desarrollaban los acontecimientos. La emisora, una de las pocas que permanecía aún en manos del gobierno democrático, llamaba a la población a resistir el golpe.
 Patricio en la cocina, no paraba de fumar. Se encontraba en una encrucijada, las armas permanecían en su casa y en las barricadas se necesitaban. Debía encontrar el modo de llevar el cajón a los combatientes. Apenas tomaba esta decisión, recordaba las directivas que le había dado su jefe de célula: “Pase lo que pase, las armas las vendremos a buscar,  no actúes por tu cuenta”.
 Tres pequeños golpes en la puerta de calle lo sobresaltaron. Antes de espiar por la mirilla, empuñó una pistola y cautelosamente se acercó hasta la puerta. Con el primer golpe de vista no lo pudo reconocer pero era Germán, su compañero de fábrica y de célula.
Destrabó la puerta y lo hizo pasar. Germán estaba desesperado, traía la ropa hecha jirones, los ojos llenos de pánico y una fea herida en una de sus piernas. Hablaba entre sollozos y costaba mucho comprender lo que decía. Patricio se esforzó en poder manejar su propia desesperación al ver al compañero herido y de a poco lo fue calmando. Una vez repuesto, Germán contó como había vivido las últimas horas:
-Hoy a la mañana, muy temprano, encendí la radio y leyeron una adivinanza. En verdad era una clave, era el  aviso que el golpe fascista estaba en marcha. Salí de casa, pasé a buscar a Larraín y, en moto, nos fuimos hasta el centro, pero antes les avisamos a otros compañeros
-¿Por qué no pasaron por casa para avisar? Los hubiera acompañado. Preguntó Patricio
-Yo le pregunté a Larraín y él me respondió que tu puesto era en la fábrica
-¿Y luego qué pasó? En el centro digo... - Ahora la que preguntaba ansiosa era Elena, que después de hacer dormir a Lautaro, también participaba de la conversación.
-Fue un infierno. La voz de Germán comenzaba a quebrarse.
-Hasta casi el medio día, las cosas estuvieron controladas, ellos atacaron, pero nosotros nos defendimos bien y tuvieron que recular. Cuando llegaron los tanques se termino todo. Las paredes se partían como si fueran de cartón, los helicópteros hacían llover plomo desde el cielo, estábamos rodeados de muertos. Los compañeros caían de a cientos, los heridos fueron  masacrados por las tropas cuando entraron a lo que quedaba de los edificios…- Las lágrimas y sus nervios destrozados no le permitieron seguir hablando
-¿Y el compañero Larraín? - Con timidez hizo la pregunta Patricio, que intuía la respuesta.
-Cayó muy mal herido, tenía un tiro en el pecho y los infantes lo remataron a culatazo
Germán había perdido mucha sangre. Patricio miró a Elena a los ojos, la mujer, en silencio asintió con la cabeza,  necesitaban con urgencia un médico.
La tarea no era sencilla, trasladarlo a un hospital era imposible, sería arrestado de inmediato. La única manera era conseguir un médico de absoluta confianza.
-El doctor Rodríguez, no vive tan lejos de aquí  y es de confiar- Se le ocurrió a Elena
-Es cierto, voy a buscarlo- Afirmó Patricio
-No se preocupen por conseguir un médico, yo tengo que llegar hasta mi casa, sea como sea Dijo Germán tratando de ponerse de pie. Cuando lo consiguió, un gemido de dolor escapó de sus labios. El sudor le poblaba la frente y en su mirada había huellas de una fiebre que iba en aumento.
- Tranquilo, todo va salir bien, vamos a conseguir un doctor
-  Patricio, no entendés que tengo que salir de aquí, en el centro me reconocieron, los pacos van a allanar mi casa. Necesito avisarle a mi compañera para que escape- Dijo Germán, desesperado.
-Eso no cambia nada, vos te quedás acá. Yo me encargo de todo. Voy hasta tu casa, le aviso a tu compañera y regreso con ella y con el doctor- Con firmeza habló Patricio
-El médico no importa, trae a mi compañera, la necesito. Quiero verla antes de morir-
-¡¡¡ AQUÍ NO SE VA A MORIR NADIE CARAJO!!!- Gritó Patricio mientras se ponía el abrigo.  Luego, desde la puerta que daba a la calle, agregó:

- En una hora estoy de regreso y esta noche cenamos los cuatro juntos-

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