lunes, 16 de febrero de 2015


ALMA Y SUS ENANOS

Alma no cuenta los días porque se le hacen muy largos.
Intuye que los momentos es todo lo que tiene y así los vive,
deshojando la angustia a fuerza de sonrisas.

A veces se conecta al entorno y otras el hostil entorno
la invita a desconectarse. Entonces habla.
Habla con ella, habla con ellos, habla con quienes
nosotros no vemos porque no quieren hablarnos,
porque no sabemos escuchar.

Flota en un mundo donde sus sueños de pequeña princesa son reales.
En él salta, juega, canta, baila y sonríe por ser el centro
de la atención que no tiene en donde debe.

Alma fantasea con que su mama la abraza, la atiende,
la protege de una realidad perdida en su rutina.
Pero su mama esta perdida en la rutina de esa realidad
que alma no tiene apuro por conocer.

 Sus enanos la miman, la rodean, le susurran
Cosas que ella quiere… necesita escuchar.
En las noches, son quienes le alumbran tibiamente el sueño
oscuro que a todos nos asustó alguna vez y tapan
sus oídos para que el ruido pérfido de los adultos
y sus gritos no la lastimen.

Y a pesar de tanta soledad, alma crecerá
y sus enanos la acompañaran hasta el momento
en que pueda encontrar otras almas que como ella,
debieron crecer a la sombra del abandono, bajo el canto
suave de sus propios enanos gentiles.


Patricio López Camelo

miércoles, 11 de febrero de 2015

detrás de la Cordillera
61

Fueron los treinta días más duros de su estadía en el penal. Nadie le dirigía la palabra. Cuando Patricio pedía algo, como ser hilo para coser una ropa, se la daban sin  mediar ni un monosílabo. Los únicos que le hablaban eran sus carceleros y hasta en un momento se sentía dichoso cuando alguno de ellos lo llamaba con un seco: “diez catorce”, que era su numero de interno.
A la hora del recreo, se acercaba a algún grupo de los muchos que se formaban en el patio. Algunos, al verlo continuaban hablando y lo ignoraban. La mayoría se alejaban de él, era un verdadero paria. Entonces comprendió la importancia del colectivo al cual pertenecía, sin sus compañeros no era nada, sólo una cifra, apenas un número. El diez catorce.
Con el correr de los días no forzó más la situación y el mismo se alejaba de todos. Caminaba hasta el borde mismo de la cerca electrificada y su vista se perdía buscando el mar inmenso. El viento que cruzaba la isla traía el ruido de las olas y también le trajo el recuerdo del compañero Fernando Huidobro. Infinidad  de veces lo había observado en ese mismo lugar, donde ahora él estaba parado buscando respuestas en el viento.
El rumor lejano del mar le trajo una melodía que Patricio tradujo con sencillez en la guitarra. De ahí en más, todo su tiempo y el silencio que lo rodeaba, estuvo puesto en ir armando, letra a letra, una poesía. Días antes de cumplir la sanción, su esfuerzo dio frutos y una hermosa canción había nacido desde el silencio. Sentía que el corazón le retumbaba en el pecho y tenía ganas de llamar a gritos a sus amigos para contarles, pero no era posible.
 Un martes por la mañana, antes de ir por la taza de té y el bollo de pan, un compañero de la comisión se le acercó y le dijo con solemnidad:
-Compañero Patricio quiero comunicarle en nombre de la comisión de disciplina revolucionaria que ha cumplido con la sanción. Esperamos que en usted no quede rencor y que entienda que para nosotros no fue fácil tomar esta medida. También quiero felicitarlo en nombre de todos por que ha demostrado entereza y dignidad en este mal trance. Al terminar, extendió su mano derecha y Patricio sin decir palabra también ofreció la suya.

Una vez en el comedor, de uno en vez todos se acercaron a saludarlo. El primero fue el corcho Barrios, que no dejó pasar la oportunidad y con una sonrisa en los labios, lo invitó a jugar un partido de fútbol. Patricio respondió con una estruendosa e infinita puteada que se fue perdiendo entre las carcajadas de los demás a lo largo de la barraca.

lunes, 9 de febrero de 2015

Detrás de la Cordillera
60

Todas las nuevas actividades contaron con una masiva participación de los detenidos, pero lo que más los entusiasmó fue el campeonato de fútbol. En cada pabellón se organizaron distintos equipos y se anotaron para participar hasta aquellos menos dotados para el juego.
 Los domingos, después del almuerzo, comenzaban los partidos con todos los presos rodeando la cancha. En una improvisada tarima Roberto Ahumada, el mismo que contaba las películas, era el relator oficial. Cada equipo tenía su respectiva hinchada y a medida que el campeonato avanzaba cada pabellón acompañaba al equipo de su sector.
 Patricio se destacaba en su equipo y a pesar de su estatura se las ingeniaba para jugar de centro delantero. Le pegaba bien,  con las dos piernas y tenía olfato de goleador. Siempre en el área estaba ubicado donde debía estar, y era difícil que perdiera en un mano a mano con el arquero. Su descontrol era el talón de Aquiles en el juego. Comenzaba con protestas al árbitro, gestos hacia algún compañero por una pared no devuelta, y, por lo general, terminaba poniendo una pierna más fuerte de lo permitido. En un partido con el resultado muy cerrado su temperamento volvió a jugarle una mala pasada. El corcho Barrios le puso una pelota en profundidad, Patricio, con un pique corto, le sacó ventaja al defensa pero, el arquero, atento a la jugada, llegó primero a la pelota. Patricio igual remató sobre las manos de su oponente. El árbitro no dudó, cobró la infracción y además decretó la expulsión de Quesada. El arquero quedó en el piso revolcándose de dolor, al tiempo que Patricio aceptaba a regañadientes el fallo del árbitro. Una vez en la enfermería, se le diagnosticó la fractura de dos dedos de su mano derecha. El partido no continuó y el torneo estuvo a punto de suspenderse.
La organización del campeonato aplicó duras sanciones. Al equipo infractor le dieron por perdido el partido y Patricio fue suspendido y no volvió a jugar en el resto del torneo.
 También tomó cartas en el asunto la comisión de disciplina revolucionaria. Esta comisión estaba formada por un integrante de cada organización política. Sus componentes eran personas dotadas de una larga militancia, pero a la vez eran respetados y tenían un consenso abrumador entre todos los detenidos.  En un primer momento cuando se lo comunicaron, Patricio no lo tomó en serio, pensó que era una broma del corcho Barrios. Se equivocó, días después tuvo su primera entrevista para contar su versión de los hechos y hacer su descargo.
La comisión de disciplina le aplicó una severa sanción. Por treinta días nadie en el penal le dirigiría la palabra. Entre los fundamentos dados se dijo, que el compañero había tenido una actitud pequeño burguesa. Que confundió emulación por competencia, y que el campeonato de fútbol estaba enmarcado, como las otras actividades, con el objetivo de crear las mejores condiciones en la convivencia de todos. Por consiguiente, todo aquello que llevara a la rivalidad, tanto en lo individual como en lo sectorial, debía ser sancionado por que atentaba a la fortaleza de todos los compañeros.

Patricio aceptó su falta y le hizo un  pedido a la comisión.  No perder su turno con la guitarra. La comisión, teniendo en cuenta sus antecedentes,  accedió a su solicitud.

lunes, 2 de febrero de 2015



LA INSEGURIDAD COMO PANTALLA

Existen una serie de temas que se han hecho carne en el debate político de una parte de la sociedad. Estos se hallan presentes con asiduidad, despertando pasiones que suelen reservarse para el fútbol.
Uno de dichos temas es la inseguridad. En muchas ocasiones se puede escuchar -más allá de lo que dicen los medios de comunicación más poderosos- grandes debates y preocupaciones entre la gente, basados en algunos razonamientos centrales. Tomaremos el principal:
-”La inseguridad es producto inevitable y directo de la delincuencia”-. Es decir, se asocia a alguien, casi siempre de bajos recursos económicos, que desea vivir sin trabajar y sale a quedarse con lo que no le corresponde. En algunos casos, esta persona puede necesitar estrictamente eso que desea o debe robar -“robar para comer”- o no, simplemente lo hace porque no desea trabajar o considera más fácil vivir de lo obtenido mediante el robo. Esta última es la opción elegida con mayor frecuencia por gran parte de la sociedad.
A su vez, mediática y socialmente,  de manera reciproca, se vincula la inseguridad solo y directamente con el llamado “robo común”, que tal como señala el doctor en ciencias políticas, Marcelo Moriconi Becerra (2013) incluye desde asaltos violentos hasta entraderas bancarias y demás.
No se contempla en ese concepto de inseguridad, por ejemplo, la acusación a un funcionario público de beneficiarse con negocios éticamente reprobables y jurídicamente ilegales, considerados incluso mediáticamente como “escándalo de corrupción” o similares. Socialmente, la inseguridad parece apuntar a delitos violentos y directos perpetrados por los sectores más pobres.
Retomando nuestro razonamiento que establece el nexo inseguridad-delincuencia, se desatan a partir de allí diversas conexiones: la delincuencia y la pobreza son hermanas- aún cuando muchos no creen en que se roba por falta de trabajo o necesidad de subsistencia-, por lo cual, los actos “vandálicos” son propiedad de personas pobres que desean apropiarse de propiedades ajenas (engorroso, ¿no?).
En esta lógica se descartan con facilidad causas estructurales (pobreza crónica, marginación social y cultural, segregación de todo tipo, etc.) que sí permitirían un abordaje diferente, aunque a su vez, más complejo. La inseguridad es un tema complejo, no por eso, inabordable.

Las soluciones: una eterna calesita

En base a esta lógica simplista del problema, las soluciones que se piensan consisten en otorgar más poder a la principal institución encargada de detener a quienes delinquen: la policía. De este modo se permiten y alientan la proliferación de políticas -y el ascenso de políticos, el otro eslabón que conforma la cadena de trabajo conjunto- peligrosas denominadas de “mano dura” o “tolerancia cero”.
Otras de las soluciones proponen aislar a los sectores más carenciados mediante diversos artilugios (muros alrededor de las villas, erradicación de las mismas y su expulsión hacia los márgenes de las ciudades, deportación de inmigrantes, y peores) y una diversidad de opciones como la vigilancia permanente (pública y privada) de la vida de las personas, la aceptación del abuso policial y el “gatillo fácil” (condenable solo cuando la víctima era hijo de alguien importante o económicamente relevante), la baja de edad de imputabilidad, la pena de muerte o incluso, la eliminación de la presunción de inocencia. Todas medidas absolutamente dementes.
La inseguridad se ha convertido, desde hace varios años, en un tema exagerado, excedido en su importancia otorgada dado el abordaje superficial y claramente segregacionista que de ella se hace y ya mencionamos anteriormente.
En este punto consideramos fundamental preguntarnos: ¿Qué es la inseguridad? ¿solo los robos violentos sufridos en las calles, comercios, casas, instituciones, etc.?
 La inseguridad también es aplicable como tal a la destrucción del sector publico (salud, educación, justicia), la proliferación de mafias -policiales, políticas, futbolísticas, de trafico de drogas, armas y personas, todas en su mayoría interrelacionadas- los altísimos niveles de corrupción en todos los ámbitos de la sociedad, la precariedad o ausencia de ofertas laborables, la privatización de casi todos los aspectos de la vida, la utilización del estado en defensa de los intereses de una elite y, en especial, la destrucción de los lazos sociales que impedían ver en el “Otro” una amenaza latente al “nosotros”. Cabe preguntar si todo lo planteado no genera inseguridad en el conjunto individual y social de las personas.
La representación superficial de la inseguridad es utilizada para dividir a sectores que el neoliberalismo lleva 4 décadas dividiendo, sin importar el gobierno de turno, ni el actual, ni los anteriores. Y sobre todo, es ideal para estigmatizar la pobreza como origen del problema, sin buscar los problemas que dan origen a la pobreza y a la real inseguridad que viven las diferentes clases de la sociedad.
Para finalizar, es importante plantear que el problema de la inseguridad es político y como tal su solución radica en la política, es decir, en una mínima participación de los ciudadanos en los problemas, que deberían ser solucionados por los políticos, pero en los cuales ya no podemos dejar depositada nuestra confianza. La vigilancia debería ser, ahora, desde la sociedad hacia ellos. Sobre ellos.
Si logramos pensar y aplicar soluciones que vayan más allá de las que se plantean tradicionalmente, -como otorgar concesiones a instituciones responsables de la existencia de toda esa inseguridad “real” y completa que mencionamos- estaremos dando un importante paso adelante, sustancialmente mejor que permitirnos pensar mediante patrones culturales pertenecientes a sectores de elite. Y que solo tendemos a repetir.

Si logramos pensar en vez de repetir lo que dejamos que nos dicten, quizás podamos descubrir a los titiriteros de esta obra fantasmagórica. Y comenzar el largo camino de ponerle fin.



Patricio López Camelo        

sábado, 31 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
59

Patricio se había creado en un fundo enorme en el sur del país, donde su padre se desempeñaba como mayordomo. En el establecimiento, su padre manejaba a los  peones con manos de hierro y de la misma forma a su numerosa  familia. El látigo lo usaba a destajo, con él coloreaba las espaldas tanto de sus hijos como las de los peones. Tampoco faltaba del recado de su caballo una moderna carabina, regalo de los patrones que él lucía con orgullo.
Los domingos por la tarde Patricio aprovechaba que su padre dormía borracho para escaparse acompañado de otros dos muchachos. Con ellos recorría más de tres leguas para poder llegar hasta un caserío donde unos evangelistas oraban y alababan al señor tocando la guitarra. Para sus compañeros, de alrededor de quince años cada uno, el motivo para semejante esfuerzo era que en la improvisada iglesia estaba lleno de niñas de su edad. Para Patricio en cambio, que tenía doce años, esto poco le interesaba, su única motivación era tocar la guitarra. En los descansos de los pastores músicos corría hasta donde estaban las guitarras y se apropiaba de una. Más de una vez se ligó un bofetón por su osadía, pero a larga consiguió lo que buscaba. La mujer del pastor viendo su entusiasmo se ofreció a enseñarle. De está manera entre gloria al señor y aleluya, Patricio aprendió las primeras notas.
Desde ese momento, esperaba la borrachera dominical de su padre, con su posterior siesta que terminaba inexorablemente el lunes, con alegría.
Un domingo todo salió de la habitual rutina. Su padre ensilló su caballo y salió de la casa muy temprano para volver un poco antes del mediodía. A la hora del almuerzo rechazó la bebida que la mujer le alcanzó y tomó la comida sin decir palabra, cada tanto clavaba la miraba en Patricio, que  al sentirse observado temblaba.
Una vez que acabaron de comer, Patricio acompañó a su padre hasta el patio, donde tras un gesto de él  montó a caballo y lo siguió sin decir palabra. Antes de dejar atrás la última tranquera, el padre sin aminorar el galope y mirando a Patricio, le entregó el látigo y le dijo:
     - Cuídelo bien y hágame acordar que de vuelta en las casas lo tengo que azotar. En el resto del viaje no volvió a dirigirle la palabra ni a mirarle. Patricio tragó una a una sus lágrimas al tiempo que el látigo le quemaba las manos.
Al  llegar al caserío donde los evangelistas estaban poniendo los bancos en un gran patio, desmontaron  de los caballos. El padre de Patricio, sin pérdida de tiempo, se dirigió hacia el pastor, que al verlo venir salió a su encuentro con paso dubitativo.
-Que gusto tenerlo de visita en nuestro humilde templo…- No pudo continuar hablando, con un solo gesto el padre de Patricio lo interrumpió. Luego habló con voz fuerte para que todos escuchen y entendieran que él, Segundo Quesada era capaz de mandar hasta el propio pastor
-…. A partir de hoy nada de guitarra. Si no, alzan sus cosas y se mandan a mudar, ya lo saben. Así dio término a una larga diatriba. Todos a su alrededor escuchaban en silencio, luego dio media vuelta y se dirigió hacia su caballo.
El pastor se animó a esgrimir una tenue defensa en favor de la música
-Por favor Don Segundo, la guitarra nos ayuda para que la gente se acerque y aprenda a honrar al señor
El viejo Quesada detuvo por un momento la marcha y señalándolos con su mano sentenció
-Todos ustedes están traicionando a los patrones. Ellos, como son buenos, autorizaron esto y ustedes se reúnen para jaranear. La guitarra trae el vicio y el vicio hace los vagos, y aquí no queremos ningún vago, ¿Entendieron?           
-Si patrón Contestaron todos con la cabeza gacha. Patricio permanecía parado al lado del caballo, enrojecido por la vergüenza.
Con una paliza espectacular que lo dejó por varios días de cama terminó su primer contacto con la guitarra, pero esto no aminoró sus ansias, por el contrario, las acrecentó.
    -  Quesada, Quesada, paso tu tiempo pasa la guitarra al siguiente compañero.  Patricio salio de sus recuerdos y le entrego el instrumento al siguiente


jueves, 22 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
58

Los días siguientes fueron un largo calvario para los detenidos. El asesinato de Fernando fue un duro golpe para todos. La muerte del compañero sacó del interior de cada uno, eso que estaba latente. La posibilidad de salir con vida del presidio era una utopía. Muchos detenidos no se levantaban de sus camas y enfermaban, nadie conversaba con nadie, todo era tristeza y silencio. Ni la noticia de que los militares habían autorizado una visita extraordinaria, donde no sólo podrían ingresar familiares directos, cambió el estado de ánimo de los presos. Pero una vez más aparecieron los imprescindibles, esas personas que sacando temple de donde casi nada queda, se ponen al frente de las situaciones y arrastran a los demás. Poco a poco todo se fue superando, y cuando se recibieron a las visitas el estado de ánimo estaba otra vez en alto para seguir dando pelea.
Por boca de los familiares se pudieron enterar que la muerte de Fernando había puesto en serios apuros a la dictadura. La noticia de la muerte rompió el corral de la censura y apareció en algunos medios. Corresponsales extranjeros contaron al mundo pormenores del hecho y pusieron al desnudo y al conocimiento de todos, en qué condiciones eran tratados los presos políticos en Chile.
Sin ninguna duda la presión internacional dio algunos frutos. Los jerarcas del penal, no atenuaron la rígida disciplina, pero sí, en cambio autorizaron una serie de eventos. Así nació la cancha de fútbol y el primer campeonato interno, los talleres de manualidades y de teatro. También salieron de la clandestinidad las funciones de cine relatado, teniendo su horario oficial los martes y jueves después de cenar. Los militares autorizaron el ingreso de algunas guitarras, siempre que los detenidos prometieran no cantar canciones de protesta. Las guitarras pasaban de en mano en mano y cada detenido tenía derecho absoluto sobre ella unos quince minutos cada tres días. Patricio fue uno de los primeros de anotarse en la larga lista y esperaba su turno con ansiedad.
La guitarra, para Patricio, siempre había sido un imán poderoso y no podía negarse ir hacia ella. Cuando al fin le tocó su turno, buscó un rincón apartado y muy lentamente fue acariciando ese cuerpo de madera encantada. Con la primera melodía su cuerpo se llenó de éxtasis y no pudo dejar de recordar su primer encuentro con una guitarra.



miércoles, 14 de enero de 2015

Detrás de la Cordillera
57

Días después de estos hechos llegaron los comandos. Comenzaron con una requisa a fondo y repartieron bastonazos a todo aquello que encontraran en su camino. De gritos, amenazas y golpes se fueron llenando todos los espacios de la cárcel, todo se inundó de una violencia demencial.
En uno de los baños, improvisaron una sala de torturas y cuando se atestó, los tormentos continuaron al aire libre, debajo de unos árboles. Por estos lugares pasaban en tandas los detenidos, no existía una selección previa cualquiera podía ser el elegido, pero a todos le hacían cantar la internacional mientras eran devastados por la electricidad o los golpes.
Al caer la tarde, la prisión era la imagen cabal de la barbarie, era una postal inequívoca del sadismo y la locura que los militares eran capaces de desatar. Cuerpos ensangrentados por doquier, llantos, quejidos y los alaridos de los últimos torturados, se confundían con los primeros pedazos de la noche. A pesar de esto los militares aún no estaban conformes. Antes de retirarse formaron a todos los detenidos en el patio y tomándose todo el tiempo del mundo seleccionaron a tres detenidos para llevárselos con ellos hasta el continente. Los elegidos, Iván Sepúlveda,  Octavio Aravena Navarro y Fernando Huidobro, ellos eran los símbolo de todos los detenidos y esto era reconocido por los militares
Esa noche no hubo cena en la prisión. Luego de un té aguado con un bollo de pan, los detenidos fueron conducidos hasta las barracas. Una vez que se apagaron las luces, en cada dormitorio comenzó una intensa tarea. Se trataba de socorrer a los presos más golpeados. El pequeño botiquín pasaba de un lado al otro y las escasas pertenencias existentes se terminaron en apenas unos minutos. Era poco lo que se podía hacer con apenas unas aspirinas y varios paquetes de gasas, pero lo importante era llegar hasta el camarada dolorido con una palabra de aliento y una mano fraterna.
Al toque de diana, unos pocos eran los habían podido dormir. Tanto en la formación como en el comedor en el momento del desayuno, el silencio y la incertidumbre era una inmensa manta que los cubría a todos. Los carceleros no eran ajenos a esta situación. Se los notaba nerviosos y hasta esquivaban las miradas directas de los presos. El propio sargento Peña que siempre estaba con la sonrisa a flor de labios y una chanza para alguno de los detenidos, esta mañana tenía el gesto adusto. Caminaba y golpeaba con su  fusta sobre los tacos de sus botas.
Un poco antes del mediodía, los malos presentimientos de todos se hicieron realidad. La reja electrificada se abrió para dar paso a una camioneta y de ella bajaron, maltrechos pero con vida Sepúlveda y Aravena Navarro. Todos los presos los fueron rodeando en el patio, pero ninguno se atrevía a preguntar, no eran necesarias las palabras. Fernando había sido asesinado.
El patio  se llenó de rostros sombríos, de cabezas gachas, de miradas hacia ninguna parte y de corazones latiendo con desesperación. El dolor era algo tangible, se podía palpar, oler, respirar, era inmenso e infinito, era una costra adherida en la piel de cada uno de los detenidos.
Mil quinientos hombres endurecidos por la cárcel, a quienes la dictadura le había arrancado la vida de esposas, hijos, hermanos, compañeros, ahora lloraban la muerte de Fernando. No era un muerto más, era el primero de caer en el presidio y esto le daba otro significado. Mil quinientos hombres endurecidos por la muerte, lloraron en silencio, con lágrimas profundas y espesas arrancadas de sus corazones ajados. Así pasaron toda la tarde, ni la lluvia  pudo retirarlos del patio, como tampoco los militares que apuntando sus ametralladoras ordenaron que se dispersaran hacia las barracas. Los detenidos estaban inundados de dolor, los carceleros de miedo.